AGRO › LA RENTABILIDAD DEL CAMPO Y LOS CAMBIOS EN LA PRODUCCIÓN
El mito de la revolución tecnológica
› Por Susana Díaz
Uno de los padres fundadores de la economía política, el gran economista inglés David Ricardo, distinguía a principios del siglo XIX la renta de la tierra de la ganancia capitalista. La clave de su distinción era la existencia de una cualidad inmanente del recurso tierra, la fertilidad, a la que consideraba, si no constante, al menos exógena a su modelo de renta diferencial. En los albores del siglo XXI las formas cambiaron. Si bien la fertilidad del suelo continúa siendo uno de los determinantes de la renta agraria, los aportes de capital, en parte destinados a influir sobre la misma fertilidad, han adquirido un rol preponderante. Manteniendo la terminología de Ricardo, ya no resulta tan fácil distinguir entre renta a secas y ganancia.
Cuando en la actualidad se habla de “renta agrícola”, se considera prescindible recurrir a la analíticamente poderosa distinción ricardiana. La visión neoclásica permitió dejar de lado todo el paquete referido a la distribución entre los actores que intervienen en la producción y sintetizar el problema en una ecuación sencilla: ingresos-gastos = renta o ganancia. De acuerdo con una investigación sobre “La renta de las tierras pampeanas”, en las últimas 13 campañas realizadas por la Dirección de Estudios Económicos de la Bolsa de Cereales, la ecuación permite pasar del “concepto teórico al cómputo real”. El trabajo aclara que la renta es “agrícola” porque, si bien existen usos ganaderos complementarios, la actividad principal de la región pampeana es la producción de cuatro cultivos anuales, trigo, maíz, soja y girasol, cuyos beneficios esperados determinan a su vez el precio del “factor” tierra.
Las conclusiones del estudio muestran que la renta pampeana nunca fue tan alta como en la última campaña finalizada, la 2003/04, cuando alcanzó los 3305 millones de dólares. Para encontrar niveles similares es necesario remontarse al período ’95/’96, cuando alcanzó los 3247 millones. Luego de este período, la renta cayó en picada hasta alcanzar un valor negativo de 381 millones de dólares en 1998/99. Luego se mantuvo en niveles muy bajos en 1999/2000 y 2000/01, en torno a los 280 millones, para saltar después hasta los montos record de la última campaña.
Cuando la renta no se analiza globalmente sino por hectárea sembrada, el estudio destaca tres períodos. En el primero, desde 1991/92 hasta 1997/98, la renta promedio fue de 78,7 dólares por hectárea. Los peores resultados se obtuvieron entre 1998/99 y 2000/01, cuando el promedio marcó sólo 2,7 dólares por hectárea. En las últimas tres campañas, en tanto, la renta fue de 125,4 dólares, el mejor promedio de los tres períodos.
Pero a pesar de la bonanza presente que trasuntan estos números, el balance no debería ser celebratorio. Los datos de la Bolsa de Cereales permiten concluir que la publicitada revolución tecnológica del campo todavía no se ha traducido, al menos en el agregado, en mejoras significativas de los rindes. La razón de la superior renta se debió a la mayor extensión de las explotaciones, que permitió bajar los costos fijos y, fundamentalmente, a la potenciación de ingresos provocada por las excepcionales condiciones de los precios internacionales. Según la investigación, la renta agrícola es explicada, “al menos en un 75 por ciento”, por dichos precios.
La conclusión final del trabajo es que la renta agraria volvió a ser “normal” en las últimas campañas debido a la fuerte licuación de los gastos de estructura provocada por la devaluación. La muy débil vinculación de la renta con los rindes y con los costos, de estructura y directos, señala una conducta empresaria maximizadora de los ingresos casi excluyente, apoyada en las perspectivas de evolución de los precios internacionales. Esta maximización se logró sobre la base de aumentos de áreas, conducta “inversora” destinada a bajar costos fijos antes que de rindes. En consecuencia, el rol de las mejoras tecnológicas fue muy inferior al esperado.