AGRO › SOJA Y DESARROLLO
La riqueza del debate publicado en Página/12 residió en que quedó claro que lo que realmente estaba en discusión al hablar de retenciones no era una simple cuestión tributaria, sino el modelo de desarrollo.
› Por Claudio Scaletta
Gustavo Grobocopatel es el productor sojero por antonomasia de la Argentina. Como tal, es ensalzado por la derecha política y mediática y también por la vasta academia de negocios, local e internacional, que lo centra como el paradigma del emprendedor y la conjunción de virtudes logradas y potenciales de los agronegocios. Como todo empresario exitoso y que, a diferencia de la media de los grandes empresarios argentinos, tiene a la vez una formación académica que lo respalda, Grobocopatel está muy seguro de sí mismo. Tiene con qué: no le faltan resultados ni halagos. Pero a diferencia de sus pares, a Grobo le gusta salir del gallinero. Su seguridad, el convencimiento en lo que hace y, quizá, su impronta ancestral, lo llevan a encontrar placer en el debate. Un dato adicional. Para la mayoría de los periodistas consultar a cualquier empresario top es más arduo que hacerlo con un ministro de la Nación. Normalmente supone atravesar una maraña de presuntos expertos en comunicación. Grobocopatel, en cambio, suele atender personalmente su celular. El dato marca su estilo. Debe saludarse y celebrarse, entonces, esta práctica de ruptura con la endogamia habitual de la vasta casta empresaria local, de norma antiintelectual y sólo propensa a aparecer, tras pactar contenidos, en los medios del palo.
Gracias a esta actitud de Grobocopatel, en los últimos días los lectores de Página/12 tuvieron el placer de asistir en primera fila a un rico debate de ideas, un intercambio con picos de calidad, no exento de algunos lugares comunes, como los prejuicios antitecnológicos que a nivel global difunde la multinacional Greenpeace, funcional a los intereses de los subsidiados productores agrarios europeos, o los de la mitología procampo sobre las infinitas posibilidades que presentan los agronegocios a los realmente emprendedores, sin dejar de lado, por supuesto, el clásico del efecto multiplicador del agro sobre el conjunto de la economía.
Si bien las retenciones fueron el inevitable telón de fondo, la riqueza del debate residió en que quedó claro que lo que realmente estaba en discusión al hablar de retenciones no era una simple cuestión tributaria sino el modelo de desarrollo. Por más que cotidianamente el bloque agromediático insista en que las retenciones son una cuestión impositiva que agobia a un sujeto agrario inexistente, como lo es el “pequeño productor sojero”, lo que se discute es otra cosa. La economía local enfrenta en el presente el mismo desafío que en el siglo XIX: frente al ciclo alcista de los precios internacionales de los commodities, vuelve a presentarse la opción de ser un proveedor mundial de materias primas. En el siglo XIX el ciclo alcista fue determinado por la revolución industrial inglesa. En el presente, por las revoluciones industriales asiáticas.
Frente a esto Grobocopatel es explícito: el “granero” del mundo debe ascender ahora a “góndola” planetaria. Este es el modelo. No es exégesis. Es lo que taxativamente se afirma.
Y ya que se habla de dilemas decimonónicos, en el siglo XIX la teoría económica, más precisamente David Ricardo, no sólo ofreció respuestas tan luminosas como la renta diferencial de la tierra, sino que también aportó las bases que justificaron la división internacional del trabajo y, al hacerlo, identificó el instrumento de ajuste de las distintas productividades sectoriales: el tipo de cambio. Las retenciones, precisamente, se basan en ello: en el establecimiento de tipos de cambio diferenciales para, otra vez Ricardo, romper las “ventajas comparativas” estáticas.
Sin retenciones, el tipo de cambio real sería determinado por el sector con mayor productividad de la economía, con lo que se apreciaría notablemente y licuaría la ganancia adicional obtenida por los exportadores agrarios que fueron liberados de las retenciones. Ingeniero agrónomo con un posgrado en suelos, probablemente Grobocopatel no sepa sobre estas minucias de economistas. O quizá sí lo sepa, pero no le importe. Finalmente, desde tiempos inmemoriales lo único que le interesa al sector agropecuario es el precio pleno en dólares. Claro que si tal apreciación cambiaria se produjese, se dejaría en el camino la diversificación productiva. Como el agro, en la más optimista de las proyecciones, sólo genera un tercio del empleo directo e indirecto, dos tercios del país mirarían su magnificencia por la ventana. En ese caso, esta vez con causa, la “seguridad” se convertiría en el centro excluyente de la agenda mediática
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