DESECONOMíAS
Así es muy difícil
› Por Julio Nudler
Esta pequeña sección intolerante o intolerable se ocupó alguna vez de los anglicismos que emplean masivamente los economistas argentinos, que por ejemplo se refieren a la demanda doméstica, como si eso en castellano significara demanda interna. No, no significa eso. Pero no se trata sólo de defender al idioma de la contaminación inglesa. El problema es mayor aún: los anglicismos dificultan y hasta impiden la comprensión de lo que escribe o dice quien los utiliza.
Si alguien afirma que Alfonso Prat Gay asume una inflación del 6 por ciento para este año, ¿qué entender? Si asumir está usado en sentido anglicista, la afirmación está señalando que Prat Gay supone que la inflación merodeará el 6 por ciento en el año. Pero si el economista del ejemplo no incurre en anglicismos y se expresa bien en español, el significado es que Prat Gay acepta, se hace cargo de que la inflación será de 6 por ciento, y no empeñará su vida en evitarlo. Por tanto, para saber qué quiso decir el consultor, deberá uno llamarlo a su casa y preguntarle si está o no incurso en pecado de anglicismo.
Otro tanto ocurre cuando alguien sostiene que la inflación eventualmente se reducirá. Si quien lo dice ensucia el castellano con acepciones inglesas, querrá decir que finalmente la inflación cederá. Si en cambio usa bien el idioma, su idea es que quizá, dadas ciertas circunstancias, la inflación descenderá.
Como se ve, es muy importante el empleo riguroso del lenguaje para que éste siga sirviendo para comunicarse y entenderse. Esto no atañe sólo a los anglicismos, desde luego. Cada vez más consultoras locales escriben en sus informes “economía Argentina”, con lo que sus clientes, si reparan en el horrible error, ya no saben por qué tomar en serio a un técnico que debería volver a la primaria.
Habrá que admitir, como concesión flexible al cierre de esta columna, que tal vez sea preferible un economista que piense en inglés a otro que no piense en absoluto.