El número impacta: 44 billones de dólares. Para que no haya confusiones, 44 millones de millones. Este es el llamado “desequilibrio generacional”, o la factura que los actuales norteamericanos le pasarán a las generaciones futuras. Esa cifra representa la diferencia entre el valor presente de los gastos que se están haciendo en beneficio de las actuales generaciones y el valor presente de los ingresos impositivos que éstas van a poder aportar, según explica Guillermo de la Dehesa, presidente del Centre for Economic Policy Research.
En otros términos: la diferencia entre lo que el gobierno de Bush ha prometido gastar y lo que espera ingresar es de 44 billones, suma veinte veces superior a la del actual presupuesto federal. Pero ese desequilibrio sigue creciendo, y si no se introducen cambios urgentes y drásticos para reducir los gastos presupuestados y elevar los ingresos, los actuales 44 billones se convertirían en 54 en 2008.
Parte de ese tremendo agujero se explica por la decisión de evitar una recesión/deflación. Parte por la tendencia neoconservadora a profundizar, vía reducciones impositivas, la inicua distribución del ingreso. Y también por la espiralización del gasto militar, que sirve a objetivos de dominación mundial. Pero todo eso junto llegó al extremo de generar críticas del Fondo Monetario a la política fiscal norteamericana, tras una “misión” del FMI a EE.UU., palabra que suena extraña porque el Fondo está precisamente allí.
A los técnicos del organismo no sólo les cayeron mal los números que vieron sino su poca transparencia. Las tradicionales proyecciones presupuestarias a 10 años dejaron de publicarse, y se ha dejado caducar las reglas de disciplina establecidas por ley, que además han sufrido reiteradas violaciones. La pregunta es si Anne Krüger firmaría hoy un acuerdo con un país que, como Estados Unidos, carece de sostenibilidad fiscal. Otra cuestión es cuánto de esa insostenibilidad será pagada finalmente por terceros países.