Causas y consecuencias de los nombres de negros” titularon Roland G. Fryer Jr. y Steven D. Levitt un estudio patrocinado por el estadounidense National Bureau of Economic Research. Los autores parten, pues, de un hecho cierto: puede bastar el nombre para deducir el color de quien lo porta. Más del 40 por ciento de las niñas negras californianas nacidas en años recientes fueron bautizadas con algunos nombres que ni una entre cien mil nenas blancas recibieron. Sorprendentemente, esas diferencias eran mucho menores cuarenta años atrás, y no había en este sentido patrones distintos de conducta entre los negros según su grado de segregación o asimilación. Todo eso cambió radicalmente a partir de los ‘70.
Es probable que el tema atrajera a dos economistas como Fryer y Levitt por sus implicancias para los negocios, ya que los negros no difieren de los blancos sólo en cuestión de nombres sino también de gustos y consumos. Los cigarrillos Newport, por ejemplo, acaparan el 75 por ciento del mercado de los adolescentes negros y sólo el 12 por ciento entre blancos de la misma franja. Con Marlboro sucede lo opuesto: 8 por ciento entre negros, 65 entre blancos. Tampoco consumen la misma música ni ven los mismos programas de televisión. La sitcom “Seinfeld” arrasa entre blancos pero tiene muy poco rating entre los negros.
Estos investigadores discrepan de otros estudios, según los cuales un postulante tiene más posibilidades de ser citado para un empleo si envía sus antecedentes con un nombre de blancos. Obviamente, si ese nombre corresponde a un negro, el empleador lo descubrirá en la entrevista. Por tanto, Fryer y Levitt recomiendan a los negros identificar su color de piel en el currículum, porque de esa manera ahorrarán tiempo ellos y los empresarios racistas. Esto, podría suponerse, elevará la productividad media de la economía. Tras leer este estudio, un economista argentino evaluó la posibilidad de abandonar tan descarriada profesión, para lo cual debería engendrar un hijo futbolista que lo mantenga.