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Por Claudio Lozano *
Esta semana el Gobierno mostró un balance sobre la gestión social. En el mismo, la ministra Alicia Kirchner presentó evidencias positivas sobre la reducción de la pobreza al tiempo que el Presidente sostuvo que “en un país devastado la indigencia no va a desaparecer de un día para el otro” aunque, dijo, “se están subiendo escalones con paciencia y con amor”.
La idea de que “vamos bien” (comparando con el pozo de la crisis alcanzado en 2002) y que el futuro “será mejor”, omite una reflexión en profundidad (menos coyuntural) sobre el proceso y la situación que atraviesa la Argentina.
Aludiendo a la idea de “los escalones”, es claro que el “descenso al infierno social de pobreza e indigencia” que exhibe nuestro país, no ocurrió de un día para el otro sino que es el resultado de una devastación sistemática que reconoce varios escalones hacia abajo en el nivel de vida de nuestro pueblo. Es claro que el régimen de acumulación implantado por el neoliberalismo durante los últimos treinta años ha condicionado que durante dicho período la pobreza haya crecido igual que la población (ambas subieron en 15 millones de personas aproximadamente). Este dato que simboliza el deterioro argentino fue construido en el marco de un proceso que combina crisis y momentos de estabilización y recuperación.
Las crisis ocurrieron en 1975-76, 1982, 1989-90, 1995, 1998-2002. Cada uno de estos momentos históricos impusieron un deterioro en los niveles de empleo e ingresos que impactaron definiendo un cuadro de mayor pauperización. Pero el dato a registrar es que luego de cada crisis, el período de estabilización posterior suponía una mejora respecto del momento crítico, pero en ningún caso implicaba la recuperación de los niveles de vida propios del período “pre crisis”.
Queda claro en el mismo que el período 1991-1994 mejora sustancialmente respecto a la crisis de 1989, lo que debe agregarse es que las tasas de pobreza e indigencia nunca retornaron a los promedios que exhibían en la década del ‘80. De igual modo, respecto al pico de octubre del 2002, los datos de pobreza e indigencia resultan alentadores (efectivamente hay menos pobres e indigentes en la Argentina). Sin embargo, deben consignarse dos cuestiones fundamentales:
a) El nivel alcanzado a finales de 2004 (40,4 por ciento) está muy por encima de los niveles de pobreza e indigencia vigentes en los noventa (cuando osciló entre el 19 y el 28 por ciento).
b) Es evidente que la velocidad de descenso de la pobreza e indigencia a la salida de la crisis hiperinflacionaria resultó varias veces mayor que la que se evidencia luego del 2002.
Por lo tanto, una “reflexión en profundidad” debe distanciarse de la “obviedad coyuntural” que supone mostrar la recuperación respecto al 2002 a efectos de saber si efectivamente estamos “subiendo un escalón con ternura y amor” o si hemos descendido y estamos cristalizando un nuevo escalón hacia abajo en el nivel de vida de los argentinos. Lo objetivo y que sí sabemos es que:
a) Hoy la Argentina exhibe niveles de actividad económica similares a los del año 1998 (obviamente bajo un nuevo esquema de negocios como resultado de la devaluación) pero con un cuadro social que combina menores ingresos, más desempleo y casi cinco millones de personas más en situación de pobreza. Dicho de otro modo, la lógica posdevaluación de la economía argentina genera el mismo nivel de actividad en base a una mayor pauperización de la sociedad.
b) Hoy el ingreso promedio de los argentinos está 13 por ciento por debajo de la línea de pobreza correspondiente a un hogar tipo ($ 780); en los noventa el ingreso promedio era un 25 por ciento superior a dicha línea.
A finales del 2004, el 40,2 por ciento de la población argentina es pobre y el 15 por ciento es indigente. Traduciendo las tasas a personas, resulta que 15.619.280 argentinos viven en situación de pobreza y 5.828.090 están en situación de indigencia. El Noreste y el Noroeste son las regiones más afectadas, en las mismas la pobreza afecta a más de la mitad de su población, siendo el Noreste la que presenta la mayor tasa (el 59,5 %).
Ahora bien, a pesar de que el producto crece más, la caída en la tasa y en la cantidad de pobres se desacelera en el 2004 respecto a la ocurrida en el 2003.
Lo expuesto es el resultado de una estrategia política y económica que combina la generación de empleo en el marco del paradigma productivo vigente, con un conjunto de políticas focales y asistenciales. En concreto, una estrategia de carácter neodesarrollista que reinstituye la idea del “derrame” a consecuencia del crecimiento, como la clave que reparará (en el futuro) nuestros males.
Dicho de otro modo, los resultados positivos que se esgrimen son la consecuencia exclusiva de las altas tasas de recuperación de la actividad económica y nada tienen que ver con cambio alguno en la matriz distributiva de nuestra economía.
Ya se observan indicadores concretos de una reducción significativa de lo que podría denominarse el “derrame social” del crecimiento. Pero además es evidente que no se sostendrán en el tiempo las tasas de crecimiento del PBI que se han observado en los últimos años. En este marco, el futuro aparece signado por:
a) Menores tasas de crecimiento.
b) Menor generación de empleo por cada punto de crecimiento económico.
c) Elevados niveles de informalidad laboral (hoy la mitad de los ocupados está en negro).
Cambiar de estrategia requeriría pasar de políticas de asistencia focalizadas a mecanismos universales de transferencia de ingresos, y exigiría replanteos en la política económica general y en el perfil productivo y de inversiones. En ausencia de dicho cambio, no habrá “ternura ni amor” que permita salir del nuevo escalón hacia abajo en que nos depositó la crisis del 2001-02.
Asumiendo supuestos altamente favorables respecto del futuro (crecimiento sostenido del PBI durante 10 años a una tasa del 6,5% para el 2005 y del 4% anual desde el 2006 en adelante; elevada elasticidad empleoproducto; un crecimiento de la PEA del 1,8% anual y una relación entre el crecimiento del PBI y la baja de la pobreza y la indigencia en el 2005 similar a lo observado en el 2004, estabilizándose en la mitad para el resto del período) surgen los siguientes resultados:
En el 2012, la tasa de pobreza rondaría el 28 por ciento, equivalente a la que rigió en la última etapa de la convertibilidad.
Como puede observarse la lógica desarrollista hoy vigente prolonga al extremo el sufrimiento social. Y prolongar el sufrimiento, lejos de reflejar “amor” supone “injusticia”.
* Diputado nacional.
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