ENFOQUE
› Por Alejandro Rofman *
Una nueva oportunidad para entablar el diálogo entre las entidades ruralistas y el Gobierno se abrió el martes pasado en el Ministerio de Producción. Quienes se han autoasignado el rol de representantes de todo el campo argentino discutieron las modalidades de distribución del excedente económico generado por los productores pampeanos y de zonas adyacentes y la compensaciones a los dueños de la tierra si el excedente es negativo, como en el caso de las pérdidas por la sequía o por dificultades para exportar. Las cuatro entidades rurales afirman representar a todos los productores del sector agropecuario y reclaman soluciones en nombre de ellos. Según datos reconocidos por todos los analistas, ese conjunto de productores reúne de 100.000 a 120.000 dueños de predios. Tienen su asiento en la región más fértil de la Argentina y en una de las más afortunadas del mundo en cuanto a productividad natural (la Pampa Húmeda). Quedan fuera de la negociación nada menos que de 200.000 a 230.000 productores del agro que en distintos puntos del país se dedican a tareas estratégicas para la provisión de alimentos y materias primas para consumo interno y externo.
¿Quienes son estos campesinos, productores familiares, empresarios modernos, descendientes de pueblos originarios y pequeños productores capitalizados, que no van a tener espacio en las negociaciones con el “campo”?
No estarán los que proveen a los mercados local y del exterior, en un proceso de expansión ininterrumpido que no ha cesado, de pollos y huevos.
No estarán los que, con cada vez mayor intensidad, cubren la demanda interna de carnes frescas y procesadas provenientes del ganado porcino, que en un 100 por ciento se cría con alimentos balanceados, como también ocurre en el sector avícola.
No estarán todos aquellos que, por decenas de miles y en cantidad al menos similar a los dueños de la tierra que producen soja, cultivan frutas de todo tipo, desde el extremo sur al norte del país y desde el oeste cordillerano hasta las planicies entrerrianas y correntinas. Frutas exóticas de alto valor de mercado (en Chubut y Santa Cruz), manzanas y peras –con creciente salida exportadora–, duraznos y ciruelas, en fresco y procesadas (en Mendoza, San Juan, todas las provincias del Norte y la de Buenos Aires), especies propias del clima subtropical, en la amplia franja septentrional del país, cítricos en Tucumán y la Mesopotamia, frutillas en Santa Fe.
No estarán los que desde hace ya largo tiempo se encargan de obtener uva para consumo en fresco o para elaboración de vino y mosto, incluyendo a los dueños del capital productivo y/o financiero que en la última década y media han realizado, junto a la plantación de olivos y nogales, una gran transformación en calidad y geografía del consumo merced a normas de diferimento impositivo, y que están radicados en Neuquén, Río Negro, Mendoza, San Juan, la Rioja y Catamarca.
No estarán los miles y miles de pequeños productores familiares de los cinturones hortícolas que rodean las grandes ciudades o se ubican en zonas propicias por clima y suelo y que cotidianamente nos ofrecen toda clase de legumbres, hortalizas, especies aromáticas.
Tampoco estarán los que entregan, para disfrute de millones de argentinos, yerba mate y té, infusiones básicas en la dieta familiar.
Por supuesto, estarán ausentes los productores de tabaco que, por decenas de miles en Misiones, Salta y Jujuy abastecen la industria nacional del cigarrillo rubio y negro. Ni los hoy tan decaídos productores de algodón, que llegaron a sumar más de 20.000 pequeños y medianos establecimientos agrícolas en Chaco y Formosa pero que aún, en la adversidad y empujados incesantemente por la soja, subsisten.
No estarán los que proveen desde los cañaverales tucumanos la materia prima a la industria azucarera, que está en pleno crecimiento.
Finalmente, se notarán las sillas vacías de los productores familiares que según últimas estimaciones –a través del monotributo social– suman alrededor de 130.000 establecimientos agrícolas y se afincan en todo el país pero con preferencia en el norte y el oeste, que producen diversificadamente para el autoconsumo, entregan parte de su producción al mercado y/o venden su fuerza de trabajo en actividades extraprediales para sobrevivir.
¿Cuál es el perfil dominante de los ausentes de la Mesa de Enlace? En los más de 200.000 productores familiares de tanta diversidad agropecuaria se encuentra el amplio espacio de los pequeños productores pobres, que con su ingreso no alcanzan a satisfacer las necesidades familiares básicas en bienes y servicios indispensables para la subsistencia. Según estudios sobre el Censo Agropecuario de 2002, el porcentaje de agricultores familiares con tal característica sumaba el 40 por ciento del total: 132.000 ocupantes de predios. En muchos de ellos todavía la tierra no está escriturada a nombre de quienes la habitan y la explotan. Y el crédito formal no les llega. El Estado acude a auxiliarlos con subsidios y créditos de muy bajo volumen a fin de que encaren experiencias asociativas propias.
Otra característica saliente de este gran segmento de productores es que trabajan con agua proporcionada en base tanto a simples como a complejos sistemas de riego. Ello implica que no poseen dificultades por falta de lluvias como les sucede a muchos de los que hoy reclaman. Es con esos actores sociales que hay que discutir el futuro del agro argentino, pues son los que más imperiosamente necesitan de políticas integrales para asegurar su subsistencia y su estabilidad en las fincas. Aspiran a una capitalización que no los excluya del proceso económico. Exigen la defensa de sus precios. Demandan la disponibilidad de los bienes públicos que precisan para elevar su calidad de vida. Y anhelan los recursos financieros y tecnológicos que garanticen sustentabilidad ambiental con inclusión social.
En síntesis. Va a haber más ausentes que presentes en la negociación con la Mesa de Enlace. Entre los ausentes están todos los productores que viven en sus fincas con sus familias y que poseen cientos de organizaciones sociales que los reúnen y representan. La política oficial por primera vez se está ocupando de ellos, pero todavía los avances son limitados. Y su ausencia de la mesa de negociaciones es una demostración más de que a los que protestan poco les interesa el futuro de la mayoría de los productores agrarios en la Argentina y que, de ningún modo, tales voceros de los sectores más enriquecidos del agro argentino representan el “campo”. Son una fracción minoritaria de los dueños de la tierra.
* Investigador del Conicet. Miembro del Plan Fénix-Proyecto estratégico de la UBA.
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