ENFOQUE
› Por Claudio Scaletta
Hablar del “modelo” de desarrollo en el presente parece limitarse a un núcleo de tipo de cambio competitivo con retenciones. Pero el debate teórico que condujo a la implementación de este sistema no es del presente, sino que se produjo a fines de los años ’60 y comienzos de los ’70. Hubo un tiempo en el que los economistas inconformes con la teoría heredada no debatían contra el siempre agazapado fantasma del neoliberalismo, sino que pensaban cómo intentar el desarrollo equilibrado de una estructura económica desequilibrada.
Tras la devaluación de 2001 y el regreso de las retenciones para el sector agropecuario, se redescubrió a las apuradas algunos clásicos arrumbados en fotocopias amarillas. Allí se encontraba Marcelo Diamand, recientemente reeditado y del que están en curso algunas revisiones de su obra. Una de estas revisiones, todavía inédita, fue realizada por el economista de FIDE, Héctor Valle, quien lo conoció personalmente y trabajó con él en la Cámara de la Industria Electrónica. Valle aporta colores biográficos, pero incurre en un sacrilegio para los herederos de la crítica: la crítica del crítico. Un enfoque de los claroscuros del hombre que está detrás del pensamiento que ayuda a revelar la total contemporaneidad de Diamand con su tiempo.
Diamand, relata Valle, era el prototipo de una figura en extinción, un burgués nacional, ingeniero de profesión y dueño de la firma electrónica Tonomac. Por eso, desde los mismos comienzos, produjo teoría pensando en el de- sarrollo de las firmas industriales nacionales, como la propia. Pero al no ser economista de profesión, y por aquí pasa la principal crítica de Valle, no tenía un conocimiento acabado de algunas de las corrientes teóricas que criticaba, en particular, del desarrollismo y del marxismo, el que le habría llegado sólo a través de la obra de Keynes. A este desconocimiento se sumaba su creencia de que los principales problemas del capitalismo no eran sistémicos, sino de conducción. Un optimismo que se relaciona directamente con los años en que generó el corpus de su pensamiento; la última década de oro antes de la primera recesión de la segunda posguerra.
Valle sostiene también que Diamand desconocía mucho del pensamiento crítico de su época como, entre otras, las obras de Kalecki, Samir Amin y Arghiri Emmanuel.
En su célebre trabajo La estructura económica desequilibrada, Diamand sostenía que “el hecho que el tipo de cambio está fijado en base al sector más productivo se convierte en el determinante central de la falta de exportaciones industriales e inicia la cadena de acontecimientos que culmina con las crisis y con el estancamiento argentino”.
Si esto agotase el problema del subdesarrollo –retruca Valle– la solución sería encontrar “un gobernante dispuesto a seleccionar un conjunto de medidas, cambiarias, arancelarias y fiscales que garanticen un tipo de cambio competitivo a la actividad manufacturera y estimulen también las exportaciones primarias”. Pero estas propuestas basadas en cuestiones estrictamente cambiarias-arancelarias prescindían de la consideración de algunas de las problemáticas centrales de la economía mundial de entonces, entre ellas: la estrategia de las firmas multinacionales, el imperialismo, el origen y la acumulación del excedente o la existencia de la lucha de clases. Estos “olvidos”, agrega Valle, sólo serían aceptables si sus trabajos se hubieran limitado a cuestiones cambiarias, no así si el objetivo era, como lo fue, discutir ideología.
Estos olvidos de Diamand para superar los problemas de las economías subdesarrolladas se debían, según Valle, a que “su lógica de pensamiento nunca cuestionó al capitalismo en su versión anglosajona, ni tomó en cuenta las severas distorsiones reinantes en los mercados mundiales. Tampoco consideró la anormal expansión que ya ocurría en la esfera financiera, una de cuyas primeras manifestaciones fue la plétora de los eurodólares que se volcó a los mercados y la apuesta internacional contra esa moneda. De hecho la persistente caída en los precios de las materias primas no nacía de la nada. Era una condición de funcionamiento del modelo global y se vino al suelo con las crisis del petróleo de 1973 y 1979. A partir de entonces el mundo de Diamand no volvió a ser lo que era”.
Por todas estas limitaciones, Valle considera que no es claro que las propuestas de Diamand hubiesen funcionado en su época. Sin embargo, ello nunca podrá saberse porque el debate por la industrialización fue barrido a sangre y fuego a partir de marzo de 1976.
El punto crítico de la crítica es que muchas de las recomendaciones de política económica hechas por Diamand probaron su eficacia a partir de 2003, pero con una diferencia: a la hora de establecer las prioridades en la estrategia de desarrollo el dueño de Tonomac “ponía particular énfasis en el crecimiento de las exportaciones manufactureras, desdeñaba la prioridad de las industrias básicas y manifestaba ciertos temores respecto al impacto inflacionario de un eventual auge en el consumo estimulado por las mejoras salariales”. Esta dista de ser la situación presente, donde la política económica otorga prioridad a la dinámica del mercado interno y nadie cuestiona la necesidad de aumentar la inversión en los sectores básicos de la economía que operan al límite de su capacidad. A ello se suma que no existe la restricción externa, que los términos del intercambio cambiaron de signo y que explotaron las exportaciones agropecuarias
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