Domingo, 13 de febrero de 2011 | Hoy
ENFOQUE
Por Ricardo Aronskind *
Recientemente, en una publicación financiera titularon, citando declaraciones de un economista heterodoxo, “en los últimos 3 años se fugaron del país 52.000 millones de dólares”. El dato se insertaba en el contexto de una serie de críticas sobre errores o insuficiencias de la actual política económica. Ambas cosas son ciertas: tanto la inmensa fuga de capitales, como la existencia de diversos problemas de gestión económica (por ejemplo, la irrupción de problemas previsibles, la falta de estructuras para pensar y gestionar políticas públicas complejas). Lo que no sólo no es correcto, sino que converge con el pensamiento más conservador en economía, es vincular la fuga de capitales con las características principales de la política económica oficial, estableciendo una relación de causalidad que sólo es posible sostener a partir de un claro prejuicio ideológico.
Un ejemplo claro de este enfoque son las expresiones de Mario Brodersohn, economista y ex funcionario del gobierno de Raúl Alfonsín, en Clarín el 04/07/10: “No hay un ‘clima’ favorable para la inversión privada por el desapego que muestra el Gobierno para el transparente funcionamiento de la gestión de gobierno. El principal factor determinante es la poca credibilidad internacional de la Argentina y eso está asociado con el deterioro de la seguridad jurídica y de respeto a las instituciones”.
Sobre esta línea argumental de la derecha política y económica, junto con el ridículo mito de que “Argentina está desaprovechando una oportunidad histórica”, se sugiere que sin el actual gobierno (con su ideología, su estilo y su personal) no existiría tal fuga de capitales, porque “los inversores” encontrarían el clima propicio para canalizar esos dólares hacia la inversión productiva.
Es necesario desarmar el conjunto de falsedades que se articulan en ese discurso para poder entender el fenómeno de la fuga y pensar respuestas políticas a este hecho, evidentemente negativo.
En términos muy generales se entiende por fuga de capitales a la salida de fondos del circuito productivo local, tanto porque son remitidos al exterior como porque son retirados –transitoria o permanentemente– de circulación, aunque no sean enviados fuera de las fronteras nacionales. Eso implica esterilizar una gran cantidad de recursos que podrían potenciar el crecimiento productivo y la inclusión social.
El Banco Central estima en más de 150.000 millones de dólares los fondos fugados por argentinos acumulados en diversos destinos externos (EE.UU., Uruguay, Suiza, otros paraísos fiscales). Con ellos se compran propiedades inmobiliarias, acciones de empresas o se mantienen en fondos líquidos devengando intereses para sus dueños.
Durante la “edad de oro de la seguridad jurídica”, la convertibilidad, se estima que se fugaron 60.000 millones de dólares. Con el colapso de ese esquema perverso, la fuga de capitales se redujo. Y efectivamente a partir de 2008 se aceleró la salida de capitales del circuito local, en una dimensión enorme, que en otras circunstancias hubiera derrumbado cualquier política económica del gobierno de turno.
¿Quiénes fugan capitales? Las principales fuentes de la fuga son las grandes firmas multinacionales, diversos grupos locales, sectores del “campo”, entidades dedicadas a la especulación financiera, y capas de ingresos medios y altos.
¿Cómo se fugan los capitales? Las formas más habituales son la sobre y subfacturación en las importaciones y exportaciones, la manipulación de los “precios de transferencia” que realizan las multinacionales (operaciones entre filiales y casas matrices), el retiro de fondos de particulares (ganancias/ingresos) hacia cuentas en el exterior o cajas de seguridad, o la utilización de diversos mecanismos financieros que no están suficientemente regulados para sacar fondos de la economía local.
¿Por qué fugan? Las razones son diversas según el sector económico de pertenencia. El sector privado está conformado por una multiplicidad de actores, con diversas percepciones, intereses e identidades, con sistemas de liderazgo y de subordinación interna. No puede hablarse del sector privado en general, sin distinguir entre sus diversas estrategias de acumulación, su posicionamiento en los mercados, y su capacidad de incidencia social y política.
Hay tres grandes factores que permiten explicar buena parte de los 52.000 millones fugados en los últimos años:
- La crisis mundial y el comportamiento consiguiente de multinacionales y financistas. No es casual que la fuga de capitales se haya acelerado fuertemente desde el estallido de la crisis financiera en los Estados Unidos. La mayor parte de las multinacionales radicadas en la periferia salió en auxilio presuroso de sus casas matrices, muchas en graves aprietos financieros, girando todos los fondos disponibles para estabilizar la situación corporativa en sus países de origen. A su vez, el sector financiero, con una particular forma de razonamiento, empezó a fugar fondos “hacia la calidad” retirando fondos de “mercados emergentes” para colocarlos en lugares más seguros, o sea... Estados Unidos. En ese sentido, no se puede ignorar el proceso de financierización de la economía global: la preferencia por la liquidez de los actores económicos, los mayores rendimientos que se pueden obtener especulativamente, el ennegrecimiento de la economía global. La fuga en América latina fue universal, exactamente en contraposición con la evolución efectiva de las economías reales. Tampoco se puede ignorar el fuerte proceso de extranjerización que vivió la Argentina desde los años ’90, con un tejido productivo crecientemente sometido a decisiones tomadas en países centrales.
- La confrontación de las corporaciones agropecuarias contra el gobierno nacional en 2008, que involucró un programa de mínima (derogar la resolución 125) y un programa de máxima, que era voltear al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Para este objetivo mayor se trabajó sobre diversos frentes económicos, desde impulsar un salto inflacionario, hasta generar –artificialmente– un pánico cambiario-financiero, buscando crear presiones sobre el valor del dólar y sobre el sistema bancario, tratando de remedar el escenario catastrófico de 2001. Si bien esta preciada meta del golpismo civil no se logró, se agregó al enrarecido clima internacional y reforzó la fuga de capitales. En ese movimiento participaron actores conscientes del objetivo, y sectores amplios que jugaron como masa de maniobra pasiva de la desestabilización económica.
- La accidentada historia económica nacional previa y las reacciones de sectores medios. Esa historia económica, en la que resaltan varias crisis, saltos abruptos de política económica, imprevisibilidad y aventurerismo, aparece como “antecedente” para cualquier especulación –por más delirante que sea– sobre el futuro próximo de la economía nacional. Pero debido a la falta de una comprensión social acabada de las lógicas internas de los procesos vividos, aparece un relato inconexo, accidentado, surcado de episodios traumáticos, y una percepción de una realidad económica en perpetuo estado de vulnerabilidad. Los hechos que dan pie a las peores fantasías económicas no son atribuibles en exclusividad al modelo rentístico-financiero implantado por la última dictadura militar, sino que remiten a devaluaciones violentas, bonos compulsivos, “paquetes económicos” y medidas bruscas adoptadas desde el Estado como respuestas a la acumulación de errores sucesivos en diversas gestiones económicas. Con esa “lectura” de la realidad nacional, ciertos sectores medios, sensibilizados por las noticias internacionales y manipulados por los formadores de opinión neoliberales a partir del diseño de escenarios catastróficos, fugaron capitales bajo la presunción de que se produciría una nueva hecatombe local.
Volviendo al origen de este análisis, una explicación supuestamente “económica” en donde se atribuye “racionalidad plena” a las decisiones privadas es inaceptable. No sólo porque esa visión está teóricamente superada, sino porque en el caso específico nacional abundan los ejemplos de comportamientos irracionales, opciones equivocadas y actitudes autodestructivas de los agentes.
Si la variable explicativa de la fuga es, para hablar francamente, la gestión kirchnerista, no se entiende cómo con el menemismo, y antes del menemismo, la práctica de la fuga estaba bien afianzada. Es decir que no existe garantía alguna de que con otros actores políticos ese comportamiento cambie, en tanto persistan las tendencias internacionales y los actores económicos concretos sean los mismos de siempre, o al menos se comporten como hasta el presente.
La explicación de la fuga de capitales que realizan diversos economistas, a partir de una confrontación binaria entre la “racionalidad” de los actores privados versus el “mal comportamiento” del Gobierno, resulta, entonces, una mistificación justificatoria de una realidad que es necesario modificar. Esa explicación cumple funciones políticas específicas, afirmando la necesidad de un gobierno más “serio” y “amigo de los mercados” y, por otra parte, converge con un discurso de fondo de la derecha universal: si algo anda mal en la economía es –necesariamente– por culpa del Estado.
En todo caso, la respuesta a la fuga de capitales es mejorar sustancialmente la capacidad estatal de controlar y combatir los mecanismos legales e ilegales que la posibilitan. También, el sector público debería utilizar su peso en la economía para discriminar a favor de los actores económicos que no sólo generan riqueza localmente sino que la reinvierten en el país. Finalmente, es necesario continuar con un debate que es ideológico y cultural contra las fantasías individualistas y globalizantes de sectores sociales incapaces de reconocer dónde viven, cuáles son sus aliados y dónde residen sus intereses estratégicos
* UNGS UBA.
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