ENFOQUE
› Por Claudio Scaletta
Si hay premios desprestigiados en este planeta son algunos Nobel. Empezando por el de la Paz, que si no hubiese de por medio tantos muertos, en su última entrega se volvió chiste, y siguiendo por el de Economía, que para colmo es un Nobel trucho, no instaurado en su legado por el inventor de la dinamita, sino otorgado por el Banco Nacional de Suecia y, en consecuencia, consuetudinariamente concedido bajo los criterios del capital financiero. Además, salvo excepciones, como las de los apenas “no ortodoxos” Paul Krugman y Joseph Stiglitz, el Nobel de Economía se otorga desde hace décadas a contribuciones a la escuela ortodoxa, cuyas recetas de ajustes recesivos serán, más temprano que tarde, parte de la bochornosa historia de los sufrimientos inútiles de los pueblos. De hecho, Stiglitz y Krugman fueron defensores de estas políticas hasta que cambiaron de idea. Stiglitz presidió el Banco Mundial y Krugman, además de algunos valiosos textos que recuperan ideas keynesianas básicas, es autor de un ortodoxo manual de Economía Internacional con el que se formaron muchos economistas argentinos.
Hecha la aclaración necesaria, fue sumamente interesante que esta semana “un Premio Nobel” le respondiera a un oscuro corredor de Bolsa rosarino que repitió for export una de las mayores zonceras argentinas que tuvo su década de auge en los ‘90. Aquella según la cual “lo serio” en economía es la subordinación a la lógica del Consenso de Washington, y que, a pesar de su secuencia de fracasos –en términos de promesas formales, no de ganancias para sus promotores– sigue siendo recomendada como alternativa de hierro para economías endeudadas.
El bolsero rosarino declaró a un medio estadounidense que Argentina ya no era “un país serio” porque había “defolteado”. La afirmación no presupone sólo la reivindicación de la zoncera principal, sino de las conexas, entre ellas que la cesación de pagos de la deuda pública argentina fue una decisión heterodoxa que alguien tomó y no un imperativo de los hechos. ¿O existe todavía alguien que puede creer que era posible una reestructuración “más amistosa con los mercados”?
Krugman respondió a Jaime Abut, que así se llama el bolsero, sin nombrarlo pero igual prolongó su minuto de fama. Lo hizo con un agregado aun más contundente que sus palabras: un simple gráfico de la evolución del Producto de Argentina, que no es otra cosa que una curva marcadamente ascendente iniciada casi inmediatamente después del default y que se prolonga hasta el presente. El interés del debate en Estados Unidos y Europa era decir que salirse de la lógica del Consenso de Washington, es decir, del modelo que hoy se le exige a Grecia y el resto de los PIIGS, puede ser una alternativa aun más costosa que los ajustes draconianos. El punto es que si se quiere poner a Argentina como contraejemplo, como con ironía demostró Krugman, el procedimiento se complica hasta el ridículo y se vuelve un grito para que Grecia rechace los planes de empobrecimiento sistémico.
Al balance de los resultados de las políticas promovidas por los centros del poder financiero internacional también contribuyó esta semana Michel Camdessus, quien fuera director gerente del FMI durante los ‘90. “Hicimos probablemente muchas tonterías, muchos errores con la Argentina, pero finalmente el problema de la deuda se resolvió, aunque costó mucho tiempo”, reconoció en Buenos Aires con irritante liviandad. El economista francés no detalló cuáles fueron esos “errores y tonterías” y, al parecer, nadie se lo preguntó, pero lo dejó entrever al hablar de la crisis griega. “No estoy orgulloso de cómo la Unión Europea está tratando de resolver el problema de Grecia.” La deuda griega debería reestructurarse de una “manera más civilizada”, lo que podría leerse como “menos salvaje”, pero no avanzó más allá de estos indicios.
Las declaraciones fueron hechas en el XIV Encuentro Anual de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa. El ámbito para mostrar algún atisbo de arrepentimiento fue ideal. Como recordó Max Weber en su obra ya clásica La ética protestante y el espíritu del capitalismo, el cristianismo, si se muestra arrepentimiento, admite la remisión de los pecados a través del perdón; una posibilidad que no existía para las sectas protestantes que, a juicio de Weber, representaban el espíritu del nuevo modo de producción. Los sectarios creían en la predestinación. Dios sólo elegía a un puñado para ser salvados. Las obras de los hombres en la Tierra eran la demostración de pertenencia al grupo. Tras su paso por el FMI entre 1987 y 2000, Camdessus, seguramente, no estaría entre los elegidos. Las “tonterías” que lideró fueron demasiado costosas para los países afectados
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