ENFOQUE
› Por Claudio Scaletta
Hablar de una falsa agenda post eleccionaria en la que machaca una porción del establishment económico y los medios hegemónicos presupone la existencia de otra: la verdadera. Las agendas, por supuesto, siempre son sospechosas de reflejar sólo los gustos de quienes las formulan, pero no todo es subjetividad. En economía existen los hechos. Como ya definía William Petty en el temprano siglo XVII: es posible razonar a partir de “números, cantidades, pesos, medidas”.
El modelo económico iniciado en 2002, primero desordenadamente y después de 2003 con mayor consistencia, partió de asumir un dato constituyente de la economía local: la existencia de una Estructura Productiva Desequilibrada (EPD). Es decir, con un sector primario más productivo que el industrial debido, principalmente, a la fertilidad del suelo.
Siguiendo formulaciones setentistas, las publicadas por Marcelo Diamand en 1973 (Doctrinas económicas, desarrollo e independencia), se recurrió a dos instrumentos básicos de política: los tipos de cambio diferenciales (retenciones más altas al sector de mayor productividad) y compensación de la devaluación vía subsidios. Así, a la vez que el tipo de cambio favorable permitía la recuperación de las exportaciones de todas las economías regionales, tanto las de base agraria como las industriales, retenciones y subsidios posibilitaron el sostenimiento de la demanda interna. Un verdadero círculo virtuoso que generó, a distintas velocidades, la expansión y mejora del empleo y la distribución del ingreso. Para no abrevar en el falso dilema agro-industria (falsedad ya formulada por la explicación diamandina) es necesario subrayar que la recuperación exportadora no fue sólo de la industria, sino de todos los sectores. Dicho en términos electorales: por eso el campo votó a Cristina en 2007 y muy probablemente vuelva a hacerlo en 2011.
Salvo en la trasnochada visión de algunos economistas noventistas, esos que añoran la prevalencia de la magia ordenadora de “los mercados”, que hoy determinarían un tipo de cambio “financiero-sojero” recontra bajo, hoy no existen mayores controversias sobre este camino. Pero visto a casi 40 años de la publicación de la obra de Diamand y a medio siglo de las primeras discusiones, resulta de interés recordar que estas ideas económicas, no surgieron en el vacío, sino que fueron parte de un igualmente viejo debate de la economía local: el de la industrialización sustitutiva de importaciones y las crisis cíclicas del balance de pagos.
La secuencia de entonces era que la economía crecía, aparecía la inflación, se producía un deterioro cambiario y recrudecía la puja distributiva que, por lo general, se resolvía con una devaluación. En la producción, en tanto, ocurría que la industria demandaba insumos importados que se compraban con las divisas que, mayoritariamente, generaban las exportaciones agropecuarias (lo que desde siempre dio pábulo a la idea falsa del “campo” como generador de “riqueza”). Diamand sostenía que la limitación de esta industrialización “sustitutiva” era que cuanto más crecía demandaba proporcionalmente más insumos importados, agudizando la restricción externa y desencadenando las crisis. Interpretaba que no alcanzaba con proteger la producción fabril de las importaciones, sino que era necesario, también, promover sus exportaciones. Ya a fines de los ’80 remarcaba que no bastaba con “querer desarrollar el mercado interno”, sino que era necesario “conseguir las divisas para subsanar las restricciones que lo traban”. El papel de las exportaciones, explicaba, no es reemplazar el consumo interno, “sino proveer combustible necesario para que pueda mantenerse y crecer”.
Una extrapolación al presente de estas ideas, en particular de la secuencia pendular que entraña la aparición de la restricción externa, no es posible sino a través de un largo listado de diferencias, tanto del contexto global como del local. Sin embargo, tras la fuerte expansión iniciada en 2003, a partir de 2007 las viejas tendencias comenzaron a reaparecer: inflación, deterioro cambiario, reducción del superávit comercial, recrudecimiento de la puja distributiva y, también, presiones devaluatorias para resolver los desequilibrios.
En Ensayos en honor a Marcelo Diamand (P. Chena, N. Crovetto y D. Panigo, compiladores), de reciente publicación, Fabián Amico y Alejandro Fiorito destacan algunos riesgos ya señalados por Diamand. En particular, uno de los principales problemas “característicos” de las EPD, que “el salario real puede crecer y la moneda doméstica apreciarse más allá del punto en el cual el sector industrial pierde su competitividad ya que existe otro sector (primario) más productivo por razones de dotación natural que lo permite desde el punto de vista del equilibrio externo”. Esta posibilidad, que mientras dura baja la conflictividad política y el riesgo de la inflación cambiaria (la desatada por al devaluación en un escenario de puja distributiva), es el marco de los ciclos de stop and go y es, a su vez, el “gran dilema” de las EPD: “El objetivo de una mayor inclusión social a través de un mayor nivel de actividad y de empleo (...) puede aparecer como contradictorio con el sostenimiento mismo de la paridad cambiaria real debido al ajuste salarial que, tarde o temprano, sigue a la reducción paulatina del desempleo”. Y es precisamente de este dilema de donde surge, primero, la explicación de la inflación por puja distributiva y, luego, la aparición de la restricción externa por revaluación cambiaria.
Cualquier coincidencia de estos procesos con el presente no es sólo casualidad. El gran debate de la “agenda verdadera” es qué hacer para conducir las nuevas viejas tendencias
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