ENFOQUE
› Por Arturo Trinelli *
Luego del contundente triunfo electoral de Cristina Kirchner, los debates en torno del futuro económico se dividieron en dos grandes grupos. Por un lado, quienes defienden el modelo y llaman a profundizarlo. Por otro lado, los detractores entienden que el considerado “modelo” es contingente y circunstancial. Reclaman, por lo tanto, políticas estructurales de largo plazo. Este debate pone de manifiesto ciertos interrogantes: ¿a qué se llama “modelo”? ¿Existe un denominador común entre aquellos modelos que la historia económica argentina reconoce, más allá de las características de cada uno y de los diferentes contextos donde tuvieron plena vigencia?
A grandes rasgos, podría decirse que hay dos indicadores esenciales que diferencian un modelo de otro: la manera en que se origina el excedente, y cómo luego se distribuye socialmente. Esto está muy vinculado a los marcos teóricos en los cuales los modelos anteriores estuvieron referenciados, que les proporcionaron legitimidad y sustento.
Concluidas las guerras civiles, la consolidación del Estado nacional encontró en el modelo agroexportador la forma de insertarse en el comercio internacional, entre 1880 y 1930. Sobre la base de la división internacional del trabajo y el liberalismo económico, Argentina se especializó en la producción de materias primas agropecuarias. Esta doctrina le asignaba al mercado la capacidad de organizar la vida social de manera eficiente, considerando que las regulaciones estatales del mundo económico constituían una grave interferencia. Dicha idea se basaba en la concepción del mercado como una entidad autorregulada, con fundamento en el principio de subsidiariedad y antecedente teórico en la obra de Adam Smith. La posición del filósofo y economista escocés reflejaba el naciente individualismo burgués del siglo XIX y reaccionaba contra los monopolios estatales de su época, abogando por un “Estado (meramente) gendarme”.
A partir de la crisis del ’30 y luego de la Segunda Guerra Mundial, Argentina inicia un proceso de industrialización por sustitución de importaciones (ISI), consolidado durante el peronismo. Durante ese período, la creación de nuevas agencias estatales que regulaban la producción, la reforma del sistema impositivo, el control del cambio o la reorganización bancaria, marcaron un formato novedoso en cuanto a la participación económica estatal. Estos cambios encontraban parte del sustento teórico en los trabajos de John Maynard Keynes y su idea de fomentar la demanda agregada para alentar el trabajo y la producción, asignando un papel fundamental a las empresas estatales y al gasto público. El “Estado de bienestar” era el gran promotor del desarrollo económico.
Con el golpe del ’76 se inicia el modelo de “valorización financiera”, basado en apertura económica, endeudamiento y dominio del capital financiero sobre el productivo. El esquema se complementó en los años ’80 y especialmente durante los ’90, con reformas que, mediante la venta de activos públicos y apreciación cambiaria, terminaron por desmantelar la industrialización alcanzada en la etapa anterior y, profundizando el esquema de endeudamiento, desembocó en la crisis del 2001. El neoliberalismo y las ideas del Consenso de Washington daban sustento teórico a la concepción de “Estado mínimo” y renovada legitimidad al avance del sector “privado eficiente” sobre lo “estatal corrupto”.
Los modelos anteriores, a diferencia del actual, tuvieron una vigencia aproximada de más de dos décadas. Su influencia a largo plazo pudo ser analizada por lo potente de sus instrumentos o por la extendida duración de sus políticas económicas: 50 años para el modelo agroexportador y casi 30 para el financiero. Sin dudas, encontraron en las teorías económicas vigentes una garantía de sustentabilidad para definir modos de acumulación, esferas de vinculación entre público/privado y, sobre todo, para reconfigurar el rol del Estado. En otros términos, tales teorías complementaron la construcción de un “sentido común” que dio legitimidad a esas definiciones políticas.
Ahora bien, ¿el kirchnerismo ha impuesto un nuevo modelo? ¿Es su lógica de acumulación relativamente novedosa? Por lo pronto, cabría afirmar que los modelos anteriores (puramente liberal, monopólicamente estatal o crudamente financiero) no tienen cabida en forma pura en la actualidad. Quien quiera volver a los años ’20, ’50 u ’80 encontrará límites constitucionales y teóricos. ¿Es suficiente entonces para fundar un nuevo modelo? Tal vez sea prematuro para determinarlo, pero podría pensarse que, efectivamente, hoy el crecimiento y la distribución social del excedente económico se fundamentan sobre criterios distintos a modelos anteriores. La especulación financiera no tiene el privilegio de antaño, el esfuerzo está puesto en la consolidación del capital productivo y la renta extraordinaria del sector agropecuario es utilizada para financiar el déficit de esta nueva etapa de industrialización.
Las características del crecimiento argentino se exponen en base a la producción y el trabajo, al constante incentivo a la demanda y al consumo, la inclusión social, el reconocimiento de derechos y el desendeudamiento externo. El horizonte estratégico es institucionalizar estos cambios a nivel regional. Desde la Unasur se está trabajando en ese sentido, como la creación de un banco de desarrollo que financie proyectos regionales, la desdolarización del comercio intrarregional y la sustitución de importaciones.
Nuevos esquemas de conceptualización que refuercen la idea del “cambio de época”, como la construcción de un renovado lenguaje que supere las antinomias de otros tiempos y actúe sobre la cultura política, serán pasos fundamentales en la consolidación de una nueva etapa
* Politólogo e integrante de CliceT y La graN maKro.
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