ENFOQUE
› Por Claudio Scaletta
En tanto la corrupción trata del desvío de parte del excedente económico en el momento de la circulación, no puede ser más que un tema económico. El equívoco de situarla en otro lado proviene de su constante utilización en el ámbito del discurso político.
Cuando se recorre el discurso opositor, pareciera que el único reproche para la actual administración es la corrupción. El periodismo que necesita llamarse a sí mismo independiente hace grandes esfuerzos cotidianos para dejar en evidencia la extraordinaria corrupción que, insisten, llegaría hasta el último recodo del Gobierno.
Según enseñan los textos canónicos, el periodismo tiene entre sus funciones mostrar aquello que el poder no quiere que se muestre. Resulta notable, sin embargo, que este periodismo jamás enfoque lo que el poder económico no quiere mostrar. A modo de ejemplo, sobran los programas “de investigación” que escrachan con cámaras ocultas a virtuales ladrones de gallinas.
Buena parte de este periodismo tuvo sus años de formación, su génesis, durante la década del ’90. Es lógico que así sea. Los años de auge del neoliberalismo fueron una etapa de corrupción estructural, un momento en que los objetivos políticos de desarmar al controlador, el Estado, coincidieron con los económicos; apropiarse de los restos del patrimonio público en un marco de endeudamiento permanente.
Pero la crítica de esta prensa, salvo honrosas excepciones, nunca apuntó a la corrupción estructural, sino a la coyuntural; a los negociados de la hora de algún que otro funcionario. Este señalamiento no significa que no deban investigarse los negociados, sino que éste no puede ser el único objetivo del periodismo y, mucho menos, patente de independencia. Luego, la situación de la economía, el crecimiento y el desarrollo suelen ser cuestiones bastante separadas de la “corrupción normal del capitalismo democrático”. Contraejemplo: durante toda la revolución industrial japonesa de posguerra, etapa que llevó a esta economía a los primeros lugares del mundo y que transformó las maneras de producir del capitalismo, el sistema político japonés se mantuvo controlado por la Yakuza, la secular mafia de ese país. De nuevo, no quiere decir que esté bien que la economía de un país sea controlada por una mafia, sino que no debe confundirse una cosa con otra. El citado grado de “corrupción normal del capitalismo democrático” lo brindó en la Argentina el “Swiftgate”. La embajada estadounidense se quejó recién cuando el funcionario venal se pasó de la raya del “retorno”.
Observando los resultados sociales del denuncismo, resulta paradigmático que de la potente crítica mediática y social al menemismo haya surgido otro gobierno neoliberal, el de la Alianza. Todo el enojo de “la gente”, ese desagradable indeterminado policlasista de la época, se canalizó contra “la corrupción” y no contra las ideas que sustentaron el modelo de desguace del Estado y desindustrialización. La prensa fue el vehículo que ayudó a las mayorías a creer que el problema era de prolijidad, no de política económica. El costo, que no dio lugar a la autocrítica, fue la profundización de la recesión y la posterior crisis de 2001-2002.
Si se analiza el discurso opositor del presente se encuentran algunos paralelismos con el pasado, pero el panorama es radicalmente diferente. Efectivamente, la principal crítica que se hace al Gobierno es la de corrupción. Luego, la idea de corrupción también reemplaza a la crítica de las ideas. El lector puede probarlo con un test: Identifique a cualquier conspicuo opositor conocido y pregúntele por sus razones. Encontrará un odio preciso en sus destinatarios, pero impreciso en sus contenidos.
Las diferencias del presente residen también en los sujetos que ejercen la crítica y en sus fines. El periodismo crítico de los ’90 fue un proceso histórico que renovó las formas de hacer periodismo. Quizá con el diario de ayer resulte fácil reprocharles el desvío denuncista, pero fue un proceso genuino. El periodismo sedicente independiente de hoy es una parodia del de ayer. Incluso en sus personajes. Se centra en la idea de corrupción a sabiendas de eludir la discusión de ideas, políticas y económicas. Igual que ayer, la derecha política sabe que si confiesa abiertamente su modelo de país, sería indigerible incluso para parte de las minorías que la apoyan.
El paradigma de que todo se hace por “la caja”, como un asalto permanente a cualquier fuente de recursos, fracasó por la potencia de los resultados y sus números. Como quedó claro en las últimas elecciones, también porque los votantes descubrieron la trampa. Seguir contestando frente a cada idea y cada acción de gobierno: “son corruptos” es, una vez más, la negación del debate político
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