ENFOQUE
› Por Claudio Scaletta
Dejando de lado a los economistas neoliberales, los que generalmente laboran para el sector financiero y las grandes empresas, existe un consenso bastante generalizado en la profesión sobre cuáles son los principales problemas de la economía local. Bajo esta perspectiva, ninguno de los problemas contemporáneos puede ser considerado estrictamente nuevo. Todos fueron tratados por lo que bien puede denominarse una macroeconomía “argentina”, en el sentido de la producción teórica de una suma de economistas que pensaron, escribieron y teorizaron sobre las particularidades locales en el contexto latinoamericano y en su relación con el mundo, desde Raúl Prebisch a Marcelo Diamand o Aldo Ferrer, sólo por dar unos pocos nombres, a los que se suman muchos de las nuevas generaciones, con algunos integrantes quizás igual de brillantes, pero que, por juventud, todavía no cuentan con “una obra”. En mayor o menor medida, todos estos economistas se aglutinan en un colectivo heterogéneo normalmente identificado, por negación frente al mainstream y el cercano marxomarginalismo de la izquierda local, como heterodoxia. Lo que importa aquí no es definir el contenido de estas corrientes, sino el consenso sobre los problemas que resultan pensados por la heterodoxia. Dedicando estrictos pocos renglones a su repaso, la heterodoxia acuerda en la existencia de una estructura económica local desequilibrada, con mayor productividad de los sectores primarios, que requiere de la acción de las instituciones económicas estatales para desarrollar un sector industrial más complejo y articulado. A ello se suma el carácter deficitario de la producción manufacturera, importadora de insumos y bienes de capital. El punto crítico llega con el crecimiento. Al alcanzar un determinado punto, la generación de divisas de los sectores exportadores, de base mayoritariamente primaria, no alcanza para abastecer los requerimientos de insumos del sector manufacturero, lo que da origen a la llamada “restricción externa” que se manifiesta en escasez de divisas. La solución tradicional a esta escasez asumió diversas formas, desde aumentar la oferta instantánea de divisas por vía del endeudamiento público o la inversión extranjera (lo que como contrapartida reduce la oferta intertemporal) a la devaluación de la moneda, la que opera por la negativa; es decir, no vía aumento de las exportaciones, como sostienen sus apologistas, sino freno al crecimiento y, con ello, de las importaciones.
Frente al problema general de la restricción externa existen dos soluciones reales. Una es la que propone el grueso del establishment y consiste en olvidarse del desequilibrio de la estructura productiva, no violentar a las “fuerzas del mercado” y dejar que el país se especialice en sus “ventajas comparativas” estáticas. Dicho de otra manera, olvidarse de los sueños industrialistas. Detrás de este proyecto, que tuvo su tiempo de gloria en el último cuarto del siglo pasado, existe una poderosa alianza de clases: los representantes del bloque agromediático, del sector financiero transnacionalizado, de las actividades extractivas y, también, de parte de la industria: como la alimentaria y los productores de commodities industriales.
Aunque parezca extraño e ilógico, como puede verse en el listado de empresas que integran AEA, la Asociación Empresaria Argentina que lidera Héctor Magnetto, también se suman a la alianza sectores del capital supermercadista y de la industria automotriz. Este conglomerado, a través de sus aparatos ideológicos, suma a sectores de las clases medias, de cultura excluyente, poco deseosos de nuevos competidores en su segmento.La gran limitación de este modelo de especialización, que se manifestó en la gran crisis de 2001-2002, es que deja demasiada gente afuera.
La segunda solución es la inclusiva. Que el Estado intervenga para equilibrar la estructura productiva, que haya más valor agregado local, empleo y mercado interno. Ello significa trabajar para evitar la restricción externa, lo que en términos reales no se soluciona con pases de magia cambiarios, sino de una sola manera: sustituyendo importaciones; desarrollando una industria no deficitaria en términos de balance externo.
Como se dijo al principio, no se trata de fenómenos nuevos y procesos desconocidos. Nadie que haya estudiado la economía local desconocía, digamos hace una década, cuáles eran los sectores en los que se debía trabajar en materia de sustitución.
Las tendencias entre producción de hidrocarburos y demanda de combustibles tenían signos contrarios desde fines de los ’90. YPF recién se recuperó en 2012 y se necesitarán años para volver al autoabastecimiento. Sólo en el primer trimestre de 2013 se importaron combustibles por 2000 millones de dólares, más que el superávit comercial total del período, que fue de 1300 millones. A fines de este año no habrá dólares extra de cosecha que alcancen.
Las principales discusiones de la Política Automotriz Común del Mercosur en los ’90 incluían la misma demanda de fondo tratada esta semana por las presidentas de Brasil y Argentina: el aumento de la composición local de los vehículos producidos en el país. El déficit externo del sector autopartista ronda los 8500 millones de dólares anuales (promedio 2011-2012). ¿Por qué la industria automotriz local aparece como aliada de clase de los sectores “antiindustrialistas”? Porque no existe una industria automotriz argentina, sino regional, a la que no le importa en particular el balance externo del país. Sólo así puede entenderse que firmas como FIAT integren AEA o que sus CEO tengan permanentes discursos públicos neoliberales.
El crecimiento de la economía en la última década no se dio solamente por el llamado viento de cola. Existió la decisión de fortalecer la demanda y la redistribución del ingreso, lo que posibilitó que las tasas de crecimiento locales superen a las de la región. Sin embargo, el viento de cola permitió recostarse en la renta de los recursos naturales y postergar el abordaje de la restricción externa vía políticas de sustitución más agresivas.
El trasfondo del presente no es la deficiencia de diagnóstico económico de problemas conocidos, sino de alianza de clases. Como lo demuestran las experiencias históricas de los países de industrialización tardía, la continuidad del desarrollo con inclusión demanda una intervención mucho más activa del Estado. El desafío es mayúsculo. Supone preguntarse cómo se instrumenta un proyecto que no es el querido por la alta burguesía. De esto se habla cuando se dice que el ruido del presente responde a la separación entre poder político y poder económico
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