ENFOQUE
› Por Claudio Scaletta
La inflación es un fenómeno muy simple en su manifestación: es el aumento de precios sostenido en el tiempo. Pero aunque el fenómeno sea simple, la explicación de sus causas no lo es. No porque demande abstracciones especiales, sino porque, como sucede a menudo en economía, las respuestas suelen estar cargadas de ideología.
La explicación más vulgar de la inflación es la que sostiene la dependencia entre cantidad de dinero y cantidad de producto. Si la cantidad de dinero aumenta más que el producto, la simple ley de la oferta y la demanda determinará que los precios aumenten para alcanzar un nuevo equilibrio. Es la “teoría” de que “la emisión genera inflación”. Esta explicación, sencilla y asequible para cualquier no iniciado, adolece de algunas limitaciones fuertes.
Para empezar, asume la idea de que las “autoridades monetarias”, las bancas centrales, realmente tienen el poder real para determinar la cantidad de dinero, una concepción que revela desconocimiento sobre cómo y quiénes son los que realmente generan y multiplican los medios de pago en cualquier economía: es decir, no las bancas centrales, sino el sistema bancario a través de la multiplicación de los agregados monetarios y los créditos. (Al respecto resulta muy ilustrativa esta exposición: http://www.youtu be.com/watch?v=zigHDdIosM8 ). Lo que sí pueden controlar las bancas centrales es otra cosa: la tasa de interés.
La segunda limitación de la teoría de la emisión reside en el mecanismo de transmisión de la mayor cantidad de dinero a mayores precios: en el momento 1 el Banco Central imprime billetes que, en el momento 2, se difunden en la economía y llegan a manos de los consumidores quienes, en el momento 3, demandan más mercancías con ese dinero. Los productores y comercializadores, advirtiendo esta mayor demanda, aprovecharían para, en el momento 4, aumentar los precios. Se trata de un proceso de “inflación de demanda”. El problema, otra vez, es que no es así como ocurren las cosas. Empezando por la secuencia de los momentos. Si se siguen los procesos de emisión monetaria en la economía local de los últimos años, se encontrará que se trata de fenómenos ex post, no ex ante, la emisión se realiza porque existe inflación y no al revés. Si no se aumentase la cantidad de dinero en medio de procesos inflacionarios, se provocaría una restricción de las transacciones que frenaría la economía, proceso catastrófico si coincide con etapas descendentes del ciclo económico. En la última década, además, ni siquiera hubo nada parecido a “monetizaciones de déficit”.
Vale destacar que una de las formas particulares de la inflación de demanda es la “inflación oligopólica”, la que se concentraría en el momento 4, y según la cual los actores con posición dominante en el mercado no solo generarían un precio oligopólico, sino que lo aumentarían permanentemente, aumentos sucesivamente convalidados por la demanda de una economía en crecimiento. Aquí aparece una inconsistencia en el discurso oficial. El mismo gobierno que, correctamente, rechaza que la emisión genere inflación, es decir la ideología ortodoxa de la inflación de demanda, acepta la idea de la inflación oligopólica y, con ello, justifica políticas como las de los militantes controlando en los supermercados canastas parciales de precios.
Un dato de color es que las exportaciones también son un componente de la demanda. Sin embargo, nunca se escuchó a ningún economista ortodoxo hablar del carácter inflacionario de un aumento de las ventas al exterior.
Existe una tercera limitación de la inflación de demanda vinculada con dos aspectos relacionados: el comportamiento empresario y la limitación de factores de producción. La lógica de crecimiento de cualquier empresa es aumentar su producción, la única forma genuina de crecer. Eso no quita que el empresario individual intente mejorar su ecuación económica bajando costos o aumentando precios finales. Pero el comportamiento promedio frente a aumentos de la demanda es aumentar la producción, no los precios. El empresario sólo podría aumentar precios frente a sus competidores si existiesen “cuellos de botella”, es decir, escasez de factores. Pero salvo algún mercado específico, lo que no sería motivo de inflación, no es el caso de la economía argentina actual, en la que todavía existe desempleo y capacidad instalada ociosa en la industria.
Criticar en general la inflación de demanda supone que las causas reales de los aumentos sostenidos de precios están en otra parte, del lado de la oferta. La inflación sería así un fenómeno que ocurre en el momento de la producción. Su causa principal es la puja distributiva, la que se incrementa en períodos de crecimiento del Producto en los que disminuye el desempleo, situación que aumenta el poder de negociación de los trabajadores. La inflación de oferta es entonces una inflación de costos. Desde la perspectiva de la empresa, además del costo laboral, existen los de los insumos. Así, la explicación del derrame interno de la inflación internacional es una de las formas particulares de la “inflación de oferta”.
Hasta aquí el diagnóstico. Pero ¿es la inflación un problema? Depende de los objetivos de política. Puede ser un problema cuando provoca transferencias de ingresos, como la disminución del consumo de los asalariados, o afecta variables clave del crecimiento, como la inversión. Otra vez, no es por ahora el caso de la economía local.
Lo expuesto no significa que la inflación no importe, sino destacar que el diagnóstico correcto es el único que lleva a las políticas correctas. Si la inflación es de oferta, significa que las claves para superarla residen en el aumento de la productividad y el control de la puja distributiva. En segundo lugar, la actual administración necesita asumir que el desarrollo no será nunca obra del mercado. Como lo muestran las cuentas externas, ya no alcanza con la idea progresista de que todo se resuelve con mejoras relativas en la distribución del ingreso, las que luego empujan la demanda y con ello el crecimiento. Es tiempo de una etapa superior
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