ENFOQUE
› Por Claudio Scaletta
En materia de recuperación del autoabastecimiento energético ronda entre los especialistas en hidrocarburos una de esas respuestas que sería preferible no escuchar. La pregunta original es: ¿cuánto tiempo llevará y cuánto dinero será necesario invertir para recuperar el autoabastecimiento energético suponiendo que todo se haga bien y comience ya? La respuesta es mucho más importante de lo que parece. Trasciende absolutamente el marco del mercado petrolero y alcanza de lleno a la macroeconomía.
La historia conocida es que el crecimiento del Producto y la caída de la extracción de hidrocarburos dieron como resultado la pérdida del autoabastecimiento, primero, y el consecuente aumento de las importaciones después. La tardía respuesta del Gobierno, luego de algunos ensayos con los programas Plus, fue la recuperación de la mayoría accionaria de YPF. El proceso fue concomitante al desarrollo en el mundo de la tecnología para explotar recursos no convencionales y, en particular, a la difusión de que Argentina ocupaba el segundo lugar del planeta en la posesión de tales recursos. Los datos se difundieron mundialmente a partir de dos investigaciones de la Agencia de Información Energética de Estados Unidos (EIA) de 2010 y 2012, pero ya eran conocidos en el país desde hace décadas. En 2009, un año antes del primer dato de la EIA, un documento interno del gobierno neuquino enfatizó sobre el potencial de los recursos no convencionales en dos grandes formaciones del subsuelo provincial, Vaca Muerta y Los Molles, a partir de las nuevas tecnologías de extracción y los precios internacionales. Para la provincia patagónica, al igual que para el conjunto de la actividad en el país, se trató de la campana que salvó del nocaut. Cuando en Neuquén todo apuntaba a una inevitable declinación, apareció una luz de esperanza que, en su versión más optimista, puede transformar a la provincia en un nuevo El Dorado.
Pero una cosa es que se sepa que a miles de metros bajo la superficie existen superabundantes recursos hidrocarburíferos atrapados en los intersticios de la roca madre y otra determinar cuánto de esos recursos es factible sacar a la superficie con las capacidades tecnológicas actuales. Dicho en términos de la industria, cuánto de estos recursos estimados globalmente son “técnicamente recuperables” y susceptibles de transformarse en “reservas comprobadas”. Distintos estudios, tanto del gobierno neuquino como de instituciones como la Fundación Bariloche, destacan, en base a los rendimientos de la experiencia estadounidense y de los pocos pozos realizados hasta ahora en el país, que la tasa de recuperación promedio podría rondar el 6,5 por ciento de los recursos, lo que traducido a números sencillos significa que Argentina podría multiplicar por 18 sus actuales reservas de gas y por 11 las de petróleo.
En un momento de fuerte aumento de las importaciones de combustibles, saber que se cuenta con recursos propios abundantes puede ser un gran alivio, pero las preguntas del millón son las formuladas al principio: ¿cuándo y cuánto? Una proyección realizada por el especialista de la Fundación Bariloche Nicolás Di Sbroiavacca, “Shale oil y gas en Argentina. Estado de situación y prospectiva”, fechada en agosto pasado y asequible en la página web de la Fundación, brinda algunos números para comenzar a responder estas dos preguntas.
En el caso del gas natural, suponiendo comenzar ya con todos los pozos necesarios y dado el tiempo de maduración de las inversiones y los yacimientos, el autoabastecimiento recién podría alcanzarse en el año 2022. En el caso del petróleo, el cierre de brecha podría ocurrir un poco antes, en torno de 2020. Para conseguir estos resultados, y mantener el autoabastecimiento una vez conseguido, deberían perforarse 57.000 pozos de shale oil y gas hasta el año 2050, es decir, unos 1500 pozos por año. En números esto significaría invertir en upstream a partir de ahora 16.000 millones de dólares por año, el triple de la media invertida de los últimos dos años y un valor similar a las importaciones de energía estimadas para 2013. Si se toma un horizonte de autoabastecimiento hasta 2050, se necesitan invertir en todo el período 600.000 millones de dólares. Si la inversión se realiza, para mediados de siglo se habrán consumido el 40 por ciento de los recursos técnicamente recuperables de shale oil, pero sólo el 12 por ciento de los de shale gas.
Resulta claro que para calcular estas cifras debió recurrirse a una sumatoria de supuestos sobre el comportamiento futuro de la demanda, la que depende tanto del crecimiento del PIB en los próximos años como de la composición de la matriz energética, como de la naturaleza del consumo futuro. Lo mismo sucedió con el comportamiento de la oferta, para lo que debió estandarizarse la cantidad de hidrocarburos recuperables de los pozos a realizar sobre la base de la información y la tecnología del presente. La cantidad de supuestos sugiere que los resultados presentados por el trabajo de Di Sbroiavacca son sólo una prospección posible, pero de todas maneras inestimable al momento de dimensionar el problema real del autoabastecimiento. Para la macroeconomía de la próxima década el dato es cómo se financiarán las importaciones de energía y las inversiones. En cuanto a la sumatoria de 600.000 millones de dólares que se necesitan hasta 2050, no deben confundirse stocks con flujos. En principio, buena parte de estos recursos serán autofinanciados por los propios hidrocarburos a extraer. Luego viene el positivo efecto multiplicador del proceso sobre el conjunto de la economía, que impactará primero en las provincias productoras y luego en el subsistema nacional. En cualquier caso, el desafío es gigantesco
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