ENFOQUE
› Por Claudio Scaletta
Cuando se habla de la situación energética tras la pérdida del autoabastecimiento, es ya casi un lugar común destacar la necesidad de aumentar la generación eléctrica a partir de fuentes “renovables”. Resulta oportuno, entonces, pensar en las características de estas energías, no sólo desde sus atractivos ambientales sino, en particular, desde su ecuación técnico-económica, que será la que finalmente definirá su aplicación.
Las fuentes renovables más conocidas son los biocombustibles, la hidráulica, la eólica y la solar. Algunas corrientes ecologistas avanzaron en la estigmatización de las dos primeras. Los biocombustibles, porque compiten con el uso alimentario de granos y oleaginosas, y por extensión, porque reforzarían el modelo de “agronegocios”, asociado con la concentración de las unidades productivas, el desplazamiento de pequeños productores, el corrimiento de las barreras agrícolas, los desmontes y el deterioro de los suelos. A ello agregan que para producir los insumos se demanda energía de combustibles fósiles. La hidráulica, en tanto, es rechazada porque la contrapartida de las represas es la creación de lagos artificiales, es decir, de extensas áreas de inundación con potencial desplazamiento de poblaciones.
Una interpretación concomitante para estos dos rechazos es que, en general, en el espacio de emergencia del pensamiento ecologista, los países más desarrollados, hace tiempo que se importan alimentos y resulta difícil ver a los biocombustibles como recursos renovables, pues no son un excedente disponible y mucho menos a bajo costo. Para las presas hidroeléctricas, en tanto, ya no hay espacios sin aprovechar. En consecuencia, las fuentes verdes de generación eléctrica idealizadas son las dos restantes, la eólica y la solar. Los principales atractivos que ambas comparten son tres: no son contaminantes, son inagotables y son gratis. Sus desventajas son las más obvias. El viento puede no soplar y el día puede nublarse y, además, se empeña en volverse noche. Se trata, entonces, de fuentes intermitentes y aleatorias.
Pero la discontinuidad no es el único problema. Tampoco pueden instalarse en cualquier lado y, si bien en distintas geografías pueden obtenerse promedios anuales de horas de viento y su velocidad o de horas de sol y su intensidad, no puede asegurarse que, el día X a la hora Y, podrá disponerse de Z potencia. Luego, la experiencia en países como Dinamarca, España y Estados Unidos, donde estas energías alternativas se desarrollaron a fuerza de potentes subsidios, en parte aportados por el conjunto de la sociedad y en parte sumados a las tarifas pagadas por los consumidores, es que para garantizar una provisión continua al lado de cada parque, eólico o solar, debieron instalarse “complementos” térmicos, es decir, energías contaminantes que, además, pueden demandar la importación de combustibles como hidrocarburos y carbón.
Otro aspecto a considerar es la relación entre la potencia generada y la inversión. Como puede preverse, en términos de amortizaciones y costo final de la energía, no es lo mismo centrales hidráulicas, térmicas o nucleares, que producen 24 horas sobre 24, que parques eólicos o solares, que no sólo pueden demandar una inversión inicial más alta para igual potencia, sino que producen de modo discontinuo e impredecible. En contraposición, vale destacar que una vez amortizada la inversión, comienza a pesar el carácter gratuito del combustible y el relativo bajo mantenimiento de aerogeneradores y placas solares, en particular frente a centrales térmicas tradicionales.
La primera conclusión es que una matriz energética basada exclusivamente en fuentes eólicas o solares, suponiendo una tecnología óptima, sería imposible debido, precisamente, a la intermitencia y aleatoriedad de la provisión. Ello no quiere decir que no puedan actuar como fuentes complementarias, en particular en regiones óptimas para uno u otro tipo de energía, pero sin olvidar la contrapartida de respaldo de potencia que demandan.
Pensando desde Argentina, a partir de 2011 se registró un crecimiento de la generación eólica, con la entrada en servicio de los parques Diadema y Rawson I y II en Chubut y Arauco en La Rioja, los cuales, sumados al ya existente molino de Necochea, alcanzan 111,75 MW. En materia de generación, un dato más importante que la potencia, dada la citada aleatoriedad del recurso viento, en 2012 estos molinos cubrieron apenas el 0,07 por ciento de la demanda total de electricidad. Un dato destacable es que en la Patagonia el factor de utilización, es decir, la energía generada en relación con la potencia instalada, fue de entre el 40 y el 50 por ciento, valor que en el sector se considera de muy alto rendimiento. En La Rioja, este factor fue del 17 por ciento y en Necochea del 12.
Desde la perspectiva de la autonomía nacional y el desarrollo de capacidades locales, la peor alternativa en materia de generación eléctrica es la recientemente informada inversión de 800 millones de euros en la adquisición a una usina térmica a una firma alemana. Las razones son múltiples. Se trata de una masa de recursos que pesará negativamente en la cuenta corriente y que no aportará al desarrollo de capacidades tecnológicas propias. A ello debe sumarse el detalle de que la planta consumirá 550 millones de dólares por año de un combustible que presenta déficit externo. Sobre estos datos existe un ejercicio de imaginación realizado por el IESO, el Instituto de Energía Scalabrini Ortiz: si la planta térmica comprada a Alemania cuesta 1000 millones de dólares y si en seis años consume más de 3000 millones de combustible importado, en el mismo período podría invertirse en instalar una Empresa Estatal de Energía Eólica que desarrolle un parque en la Patagonia que produzca una energía similar, es decir un parque de 1000 MW con un factor de utilización de 0,45. Este parque costaría alrededor de 1500 millones de dólares, pero con una diferencia, podría pagarse en pesos, con tecnología y mano de obra local, y con un costo cero en combustible importado. Pero es sólo imaginación
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