Domingo, 9 de febrero de 2014 | Hoy
ENFOQUE
Por Claudio Scaletta
En economía es más fácil prever qué pasará que cuándo pasará exactamente. Frente al evidente desajuste que presentaban algunas variables de la macroeconomía, era muy difícil esperar un verano tranquilo, más si se agrega la memoria histórica local. En diciembre pasado los factores de inquietud eran básicamente dos y muy relacionados. Primero, la constante reducción de las reservas internacionales hacía palpable la amenaza de la escasez relativa de divisas. El fenómeno es muy conocido y fue explicado por los macroeconomistas argentinos al menos desde la década del ’60 del siglo pasado. Su formulación más acabada llegó con el modelo de Stop & Go, el que sin desarrollarlo en detalle explica que tras períodos de crecimiento sostenido las divisas del agro dejan de alcanzar para financiar las importaciones de la industria, dando lugar a la llamada restricción externa. Segundo, precisamente como un intento de combatir la salida de capitales –siempre presente, pero disparada por la percepción de la proximidad de la escasez de divisas– y el desbalance externo, el Gobierno optó a partir de 2011 por las restricciones sobre el mercado cambiario, el llamado cepo, lo que muy previsiblemente dio lugar a un mercado paralelo que maximizó las expectativas de devaluación presionando sobre la cotización oficial de la moneda. En el límite del voluntarismo, no se ofrecieron, a cambio, estímulos a la permanencia de los ahorros en pesos. La tasa de interés real se mantuvo tozudamente negativa, casi una invitación directa a mantener los excedentes de empresas y particulares en divisas. En paralelo, aunque el cepo frenó transitoriamente la salida de capitales, también frenó en seco su ingreso.
Es verdad que la economía debe estar subordinada a la política, pero lo que está vedado es ir en contra de los comportamientos microeconómicos más elementales. En concreto: los actores no compran divisas por una compulsión psicológica a adquirir el billete verde, sino como estrategia de reserva de valor frente a la incapacidad de la moneda local de cumplir dicha función. Lo mismo corre, por ejemplo, para el productor agropecuario individual; no retiene su cosecha en los campos por pertenecer a la tribu de los malos, sino por simple esperanza de venderla con un tipo de cambio que se espera más alto. Se trata del comportamiento racional de los actores económicos en cualquier mercado, un dato que debería incorporar cualquier hacedor de política. De igual manera, si se cree que la cotización del dólar se dispara por encima de lo esperado debido a la acción coordinada de “especuladores y agiotistas”, la pregunta correcta que debe hacerse cualquier economista no es quiénes son los malos, sino “cuáles son las reglas que permiten que actúen como tales”.
Recapitulando, existieron factores reales y financieros que condujeron a la devaluación oficial de enero. La pregunta clave es cuál fue el factor determinante, si el estructural o el financiero. Si se comparan las variables locales con las del resto de los países de la región, es altamente probable que se opte por el segundo determinante. El peso argentino antes de la devaluación no estaba más sobrevaluado que la moneda de los países vecinos, que hoy resultan carísimos para cualquiera que tenga ingresos fijos en moneda local. Tampoco hay razones para creer que las burguesías de estos países sean más buenas o que existan allí procesos de revolución industrial. Todos los vecinos tienen además algún déficit de cuenta corriente, aunque balanceado con la cuenta capital, es decir, con distintas formas de ingreso de capitales. Es en este último punto, entonces, donde parece estar la diferencia que explica la particularidad local. Suele argumentarse que Argentina tras el default de 2002 tiene vedada la vía del financiamiento externo, lo que puede ser cierto en la lógica de los organismos financieros internacionales. Pero lo que no tiene restringido son los múltiples instrumentos alternativos, desde el manejo de la tasa de interés interna a los convenios bilaterales o el estímulo a la inversión extranjera. Es probable que el Gobierno se haya demorado en exceso en tomar nota de sus problemas principales. No son pocos quienes argumentan que podría haberse ensayado con estos estímulos antes de devaluar, algo que fue advertido mucho antes de contar con la información de los diarios del lunes. Era sabido que del cepo sólo podía salirse con devaluación y mayores tasas. Esta era la ingrata y compleja tarea que debía enfrentar el nuevo equipo económico que asumió el pasado noviembre, al que sin dudas le tocó bailar con la más fea. Desde el principio la nueva conducción dio señales de que avanzaría por este sendero, lo que finalmente hizo, aunque no está muy claro si fue de la mejor manera, una conclusión que sólo podrá sacarse cuando se estabilicen las variables. Por ahora, la continua baja de reservas internacionales y las dudas sobre el superávit comercial oscurecen el horizonte de la estabilidad a corto plazo.
Lo que sí puede afirmarse sin dudar son los efectos de la devaluación. El primero y más importante es que se reducirá inevitablemente el ingreso disponible, situación que, a su vez, genera dos efectos relacionados: caída de la demanda y freno al crecimiento (los componentes que se encuentran del otro lado de la ecuación macroeconómica básica). Y el segundo y directamente relacionado es el aumento de la conflictividad social. Como se comprenderá, estos dos factores son mucho más importantes que los secundarios, como el nivel del traslado de la devaluación a precios, aunque minimizar este traslado sea una de las herramientas para evitar la caída del ingreso real.
Finalmente, es necesario rechazar algunas falacias asociadas a la devaluación. En particular suele argumentarse que la pérdida del valor de la moneda local es buena para las economías regionales. Si bien el argumento de la baja de costos de producción de las exportaciones, fundamentalmente por la caída del nivel de salarios en divisas, es fuerte, no está convalidado por los números. No existe información estadística que relacione, a nivel agregado, la depreciación cambiaria con aumento de las cantidades exportadas. Lo que sí se produce es un potente efecto riqueza que favorece a los exportadores, un dato que sólo entusiasma a quienes militan en la teoría del derrame. Sí es posible esperar, en cambio, una caída de las importaciones por la doble vía del encarecimiento y, sobre todo, de la caída del Producto. No está claro si es una buena noticia, pero será un alivio para las cuentas externas.
El primer balance general es que 2014 será el año más difícil de la actual administración, el de menor crecimiento y el de mayor conflicto social de la última década. Mejor entonces estar preparados y asumir el diagnóstico
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