ENFOQUE
› Por Claudio Scaletta
La demanda brasileña es uno de los componentes que ayudan a prever la evolución de la industria local. Sin rebuscar mucho la cuestión, sirve en consecuencia para pronosticar la demanda de trabajo doméstica y la evolución de la economía. Veamos por qué.
En la última década el complejo sojero tuvo un rol esencial en la diversificación de las plazas de exportación. En el caso de las manufacturas de origen industrial, en cambio, el destino preponderante fue Brasil. Pero a no ilusionarse, no se trata del triunfo de la integración de las cadenas de alto valor agregado en el Mercosur, sino de la particular interrelación entre las terminales automotrices. Si bien los rubros automotores y vinculados no son lo único en el intercambio bilateral, son lo principal. El contexto de estos intercambios es un sistema de toma de decisiones exógeno a la región, liderado por un grupo de multinacionales: las matrices. Uno de los resultados es que los consumidores argentinos pagan automóviles caros, no sólo por el alto componente impositivo. Otro, quizá peor, es que se generó una industria cuasi monopólica con déficit externo. Sin ánimo de ensañarse, luego de décadas de reserva de mercado interno en favor de un grupo de terminales, con el inmenso subsidio social que ello significó y significa, podría esperarse, como mínimo, no tener déficit sectorial de divisas. Más cuando se trata del principal problema de la economía argentina para el crecimiento en el largo plazo.
Sin derivar en lo estrictamente sectorial, saber lo que pasará con la economía brasileña no es sólo una curiosidad regionalista, sino un dato básico para los parámetros locales. Luego, mirar a Brasil sirve también como laboratorio. Por ejemplo, para ver cómo un país administra su déficit de cuenta corriente.
Cuando se realiza el balance de la economía brasileña durante el último año, se destacan algunos elementos. El primero fue que 2013 registró un bajo crecimiento, apenas por encima del 2 por ciento, según las distintas fuentes. El segundo, que las exportaciones se estancaron, las importaciones crecieron el 7 por ciento y el saldo comercial se redujo el 86 por ciento. El tercero, derivado y más importante, es que el déficit de la cuenta corriente, el resultado de los intercambios con el exterior, creció un 50 por ciento, alcanzando los 3,6 puntos del PIB. Y un dato adicional, este déficit dejó de financiarse con entrada de capitales como en los últimos años. En 2013 no alcanzó, lo que se tradujo en una caída de las reservas. El tipo de cambio, en tanto, se devaluó alrededor del 10 por ciento.
La combinación parece conocida. Bajo crecimiento, algo de devaluación, reducción de reservas, tendencia a la restricción externa. Hasta con poca creatividad podrían marcarse rápidamente los hechos como manifestaciones de tendencias ampliamente regionales. Visto desde la Argentina, que es lo que importa, la apreciación es otra. Las tendencias regionales existen, pero la estabilidad de las variables es diferente. Al menos en la macroeconomía, no se observan turbulencias.
Un dato clave es el mercado de trabajo. Si bien la creación de empleo se frenó al menos desde 2011, y ello a pesar de las bajas tasas de crecimiento, el desempleo se mantuvo en niveles históricamente bajos. En 2013 alcanzó un pico del 6,0 por ciento en junio y un piso del 4,3 en diciembre.
Según señaló a Cash el economista argentino Eduardo Crespo, de la Universidad Federal de Río de Janeiro, en la última década se produjo un aumento constante del salario. Y si bien no todos los salarios evolucionaron a la misma velocidad que el mínimo, todos crecieron. Crespo agrega que el costo laboral, al expandirse constantemente desde 2003, actuó como una fuente de impulso sobre los precios, más en el marco de productividades globales que se mantuvieron muy bajas. Pero al mismo tiempo, la suba persistente del mínimo actuó como uno de los principales sostenes de la expansión del consumo, el que se frenó el último año. Pero el dato clave es, según el economista, el del largo plazo: Entre 2003 y 2014 el índice de precios al consumidor (inflación) creció el 83 por ciento, en tanto que el salario mínimo se expandió el 262 por ciento, pasó de 200 a 724 reales.
Otro dato interesante en materia de restricción externa futura es que si bien existe un aumento del déficit por cuenta corriente, su contrapartida no son obligaciones en moneda extranjera, sino un ingreso constante de dólares por la cuenta capital que, además de acumular reservas, se destinan a activos financieros nominados en reales. Si bien existe el riesgo de que en un contexto de corrida estos instrumentos puedan intentar ser transformados en dólares, se trata de una posibilidad remota que está lejos de entrañar riesgo sistémico, más si se considera que la deuda pública neta se encuentra estabilizada en torno del 35 por ciento del PIB y que las reservas internacionales suman más de 370 mil millones de dólares. Algunos analistas son menos optimistas y creen que si bien las reservas son considerables y la deuda está bajo control, un déficit de cuenta corriente persistente terminará generando de todas maneras problemas de restricción externa.
En realidad, el riesgo de Brasil en los próximos años parece más financiero que real. Hasta ahora sus tasas de interés fueron muy altas en un contexto internacional de tasas bajas. En enero pasado la Selic alcanzó el 10,5 por ciento, 3 puntos más que un año antes. El riesgo es un proceso que ya comenzó: que la suba o la perspectiva de suba de tasas de la Reserva Federal (banca central estadounidense) produzca una reversión de los flujos de capitales, dato que explica parcialmente las recientes devaluaciones en muchas economías emergentes. Luego está la cuestión de la nueva complejidad de una sociedad que experimenta un largo proceso de inclusión, con nuevos incluidos que empiezan a reclamar más derechos, algo que se vio en las protestas sociales de 2013, pero una cuestión que excede lo estrictamente económico.
A modo de conclusión preliminar pueden preverse dos cosas, que en los próximos años el factor Brasil no será un tractor para la economía argentina, pero que tampoco será un dolor de cabeza
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