ENFOQUE
› Por Paula Almada y Manuel Turner *
En muchos países el dólar es una moneda más, pero en Argentina tiene mucha importancia en el colectivo de la población. Es por eso que vale destacar que la cuestión del dólar no es un tema estrictamente económico, sino que tiene un alto componente psicológico, político y cultural, que lo transforma en una herramienta de coacción al servicio de quienes lo acaparan. Un dato que refleja esta situación es que Argentina, después de Estados Unidos, que emite esta moneda, es el país que más dólares-billete per cápita posee en el mundo. Se estima que los argentinos tienen en promedio alrededor de 2000 dólares per cápita, mientras que, en Brasil, distintas estimaciones de la banca central de ese país lo ubican entre 10 y 20 dólares por habitante.
Esta cuestión tiene su origen en la segunda mitad de la década del ’70, cuando la tenencia de la moneda norteamericana comenzó a ser factor de especulación, que promovido por la política económica implementada por el gobierno de facto permitió grandes transferencias de riqueza y la conformación de grupo concentrados de poder. Son los grandes grupos económicos los que desde entonces cuentan con la capacidad de producir movimientos especulativos sobre el mercado de cambios, generando corridas contra la moneda que afectan sensiblemente la estabilidad institucional y política, independientemente del gobierno de turno.
Esta breve historia ha calado hondo en la cultura del pueblo, que se ha visto perjudicado en reiteradas ocasiones por este fenómeno de poder que siempre benefició a un sector determinado de la sociedad. Así como sufrieron todos los presidentes desde la recuperación de la democracia, el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner no fue ajeno a esta situación. De 2007 a 2011 tuvo que responder a una fuga de más 60.000 millones de dólares, que se pudo concretar por la amplia libertad de cambios que rigió hasta octubre de 2011. Fue recién a partir de entonces que el Gobierno reconoció la necesidad estratégica de defender las divisas entendidas como el producto del esfuerzo nacional, implementando un control de cambios tendiente a evitar los efectos políticos y económicos de una corrida.
De allí la aparición del mercado ilegal de dólares como variable “clave”, en el que los grupos de poder, ahora sin libertad de acceso al mercado oficial, utilizaron el “blue” como herramienta de presión, generando expectativas devaluatorias, con fuerte incidencia en la expectativas inflacionarias. Fue así que una variable determinada por la especulación se convirtió en referente de la fijación de precios para muchos.
Esta presión devaluatoria se encontró con una autoridad monetaria que en la tercera semana de enero de 2014 consideró que el nuevo valor de equilibrio del dólar estaba en torno de los 8 pesos por unidad, dejando relativamente conformes a los sectores fuertemente ligados al mercado externo, a costa del impacto en el poder adquisitivo de la mayoría de la población. Por este motivo, se aplicaron conjuntamente una serie de medidas tendientes a mejorar el nivel de ingresos y asistencia social de ese sector y de controlar por todos los medios posibles que no se registraran abusos en la remarcación de precios.
Como se observó en las últimas semanas, el Gobierno ha logrado frenar la corrida especulativa, permitiendo la compra de dólares para ahorro, manteniendo el valor del dólar por debajo de las expectativas predevaluatorias y desactivando el mercado paralelo como variable de referencia. Esta política no sólo ha servido para terminar con las expectativas de una nueva devaluación, sino que es importante como una herramienta más en la lucha contra la inflación por especulación.
Superado este embate cambiario, la puja de poder se manifiesta ahora en la promoción y propagación de una espiral inflacionaria que tarde o temprano derive en una nueva depreciación, colocando a este gobierno, o al que venga, en la encrucijada de ajustar el tipo de cambio, afectando los intereses de las mayorías. Por ello es tan importante comprender el origen de la inflación, no tan sólo desde el punto de vista macroeconómico, sino también desde la formación de precios en cada una de las cadenas de valor, y de la importancia que tiene la participación del pueblo en la comprensión de este fenómeno, como actor clave en la lucha por la distribución del ingreso.
Resulta un hecho trascendente que se comience a poner en discusión y se haga motivo de análisis profundo la cuestión de la formación de precios, pero también la especulación, los abusos y maniobras monopólicas que giran en torno de ello, revisando los criterios monotemáticos que ponen al Gobierno como único responsable de la inflación, sea por la emisión monetaria, el déficit fiscal, el aumento del salario de los trabajadores, o meramente la falta de “confianza”. Pueda ser que se empiece a dudar de los cantos de sirena que proponen recetas ya aplicadas en varias etapas de nuestra historia y que trajeron hambre, desocupación y marginalidad a la población más vulnerable
* Fundación Pueblos del Sur.
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