ENFOQUE
› Por Claudio Scaletta
Alguien podrá decir “parece mentira”, pero todavía se discute si la economía es una ciencia. Quienes eventualmente responden la pregunta se enmarañan en la explicación epistemológica que diferencia ciencias sociales de ciencias duras. Pero el carácter social de la economía, la injerencia de factores como las relaciones de poder o el azar, no es lo que define su cientificidad o no. Desde la más tradicional de las concepciones, la economía es una ciencia porque sus hipótesis explicativas validadas permiten realizar predicciones exitosamente. Y como en cualquier ciencia, las predicciones son erradas cuando las hipótesis son erradas. En todo caso: la responsabilidad de una mala predicción no es de la ciencia, sino de la mala praxis de algunos economistas.
Que las hipótesis permitan predicciones exitosas supone la existencia de relaciones causa-efecto, que determinadas medidas tendrán determinados resultados. Conocer estas causalidades resulta un valor inapreciable para un hacedor de política. El resultado de una determinada acción de gobierno puede depender de determinadas coyunturas internacionales, por ejemplo de la caída de precios de los commodities o de la recesión más o menos marcada en los destinos de exportación, pero también resulta de la política económica; que es monetaria y fiscal. Así como el crecimiento a partir del 2003 no se explica solamente por el viento de cola, tampoco el freno puede limitarse al viento de frente. El poder de las políticas no es omnímodo. Los ciclos económicos existen y la acción gubernamental puede, a lo sumo, morigerarlos; improbablemente evitarlos. Cumplido el primer año de gestión del actual equipo económico, entonces, los resultados de las políticas deben analizarse bajo este marco general: Teoría, ciclo y coyuntura. Y quizá deba agregarse un elemento más, la unicidad y continuidad de las políticas.
Para el analista, la tarea es más fácil que para el hacedor, y seguramente menos estresante. El primero suele considerar los efectos después de las causas y no al revés. Tiene todo el paquete a la vista y la predicción no es su obligación, a lo sumo un entretenimiento. El dato de partida del presente, el efecto, es la recesión, o al menos, un importante freno en la evolución del Producto. Así será recordado 2014 y el primer año de la gestión de Axel Kicillof. Más allá de la discusión por el quantum, cualquier parate afecta el empleo. Puede parecer paradójico que la conflictividad social se haya mantenido a raya, pero ello se debió fundamentalmente a que el marco general pasó de “muy bien” a “bien o regular”; no a mal. También ayudó la buena gestión estrictamente política de la baja del ciclo.
A la luz de los hechos, la inflación, un fenómeno multicausal, confirmó una vez más tener una raíz esencialmente cambiaria y de puja distributiva. Cuando se ajustó el tipo de cambio en enero, era predecible que ello provocaría un freno de la actividad, disminuyendo la puja distributiva, pero la errónea elección de la política monetaria habilitó que se disparara el dólar paralelo y, con él, las expectativas de continuidad de devaluación, lo que llevó al llamado blue a un pico cercano a los 16 pesos, en buena medida por la negación de la realidad de los hacedores de política. Tras persistir en el error de no ofrecer alternativas para los excedentes financieros, el gobierno finalmente decidió utilizar la política monetaria. No solamente. Aunque los cambios en el Banco Central dieron la certidumbre de que no se seguiría devaluando, las expectativas no se construyen por sí solas: a las alternativas de inversión atadas al dólar oficial y a la suba de las tasas pasivas se sumó el freno en la caída de reservas, las que en el momento actual funcionan como determinantes de la situación cambiaria. También sumó la activación del swap con China, esto último, apenas un dato. Quienes prefieren el extraño mundo de las expectativas puras, sostienen en cambio que la nueva certidumbre cambiaria sería consecuencia de que “los mercados” descuentan que, a partir del 31 de diciembre, cuando termine la vigencia de la cláusula RUFO, el Gobierno llegaría rápidamente a un acuerdo con los buitres y el resto de quienes rechazaron las sucesivas reestructuraciones de deuda. Tratándose de una operación que demandará renegociar un piso de 20.000 millones de dólares, el proceso será cualquier cosa menos rápido, como lo demuestra la experiencia histórica, no sólo la argentina.
Antes del fallo del Poder Judicial estadounidense contra la reestructuración de la deuda, el sendero elegido por Economía fue financiar la restricción externa con capitales del exterior. Abortada esta alternativa, lo que de hecho hizo el equipo económico fue “administrar la recesión” para evitar la profundización de las presiones cambiarias. La caída de la actividad alivió el balance comercial y la demanda de divisas. Luego, el resultado de la menor actividad y de la estabilización cambiaria fue una caída relativa de la inflación. Tal el escenario del presente.
La pregunta es si el equipo económico podría haber desarrollado una estrategia mejor frente a la baja del ciclo. Ya se dijo que los ciclos son inevitables, más cuando también son retroalimentados por factores externos, como la citada baja del precio de los commodities y la autoinfligida recesión brasileña. Sin embargo, al margen del fallo estadounidense y del ciclo de la economía real, la política oficial perdió muchos meses con su actitud vacilante para ofrecer tanto certidumbre cambiaria como alternativas de inversión de los excedentes monetarios de particulares y empresas, situación que no ayudó a morigerar la baja del ciclo. La hipótesis errónea fue que mantener baja la tasa de interés era, en el contexto actual, un factor relevante para mantener el nivel de actividad.
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