ENFOQUE
› Por Claudio Scaletta
Se afirma que en materia electoral conviene que los trapos sucios se laven en casa. Cuando se trata de las disputas internas de los partidos de poder, el ciudadano común tiene pocos momentos para enterarse de los intercambios más duros. Uno de esos momentos son las internas para definir cargos electivos. En los últimos días un precandidato presidencial del oficialismo subió el tono y dijo de otro lo que en el kirchnerismo puro y duro siempre se murmuró no tan puertas adentro. A pesar de la inmediata reacción de sus compañeros, que le demandaron prudencia, fue una rebelión contra la imposición mediática de candidatos. El establishment parece preferir que el inevitable recambio constitucional de la Presidenta sea por un hombre más cercano a sus intereses, es decir, no por alguien del actual partido de gobierno. Pero en caso de que esto último suceda, también se intenta influir apoyando al candidato más amistoso. Desde el núcleo duro del oficialismo ponen la lupa sobre las encuestas y evitan las definiciones tajantes a la espera de que sean las PASO las que diriman las disyuntivas. Mientras tanto, la respuesta de ocasión remite a la “reelección del proyecto político”. Se presupone entonces que lo que está en juego no es uno u otro candidato, sino la continuidad del “modelo”.
¿Pero qué cosa es hoy el modelo que se quiere continuar? ¿Una economía estancada y con déficit relativo de divisas? Se sabe lo que el modelo fue, un proyecto de crecimiento con inclusión basado en la expansión de la demanda y, en especial, de uno de sus componentes, el consumo. Sin embargo, expresado de manera genérica, este modelo está agotado. Hubo un tiempo, antes de la escasez de divisas, en que alcanzaba con políticas expansivas para crecer a tasas chinas, acumular reservas y desendeudarse. Ya no. Si bien los pronósticos agoreros de los opositores con traje de economistas no se cumplieron y las variables fundamentales volvieron a la calma, reencauzarlas demandó el alto costo de frenar la economía.
Hoy como ayer la clave para salir del estancamiento es la disponibilidad de divisas. Sobre fines de 2014 el equipo económico logró frenar la caída de las reservas internacionales. Las vías de ingreso fueron los acuerdos con China, la licitación del espectro 4G, alguna liquidación anticipada de los exportadores del complejo sojero-aceitero, inversiones petroleras y el endeudamiento de algunas provincias. Pero pensando hacia adelante es poco lo que esta macroeconomía puede ofrecer salvo conseguir más divisas e inversiones.
Aunque no suele ser más que un indicador indirecto, el comportamiento de los mercados que se plasma en las cotizaciones de los títulos de deuda local aparece como favorable a nuevos ingresos de capitales. Desde el poder económico, interno y externo, afirman que ello se debe a la mejora en las expectativas frente a un supuesto cambio de signo gubernamental. Pero más allá del discurso, los analistas internacionales miran la evolución de la economía real. Los datos aquí son que lo peor del freno del PIB ya pasó y que el cambio de tendencia ya se produjo. Aunque relativamente estancada, una economía desendeudada será el principal activo de cualquier próximo gobierno, lo que podrá ser utilizado para bien o para mal, es decir; tanto para iniciar un proceso de desarrollo que aleje nuevas restricciones externas como para motorizar un nuevo ciclo de endeudamiento financiero.
En un año electoral, resulta predecible que el Gobierno opte por un mix entre variables estabilizadas y estímulo a la demanda hasta donde lo permitan los dólares disponibles. Privada de los sobresaltos de 2014, la oposición insistirá con su floja teoría de “acumulación de desequilibrios”. Dirá que mantener contenido el tipo de cambió provocará un atraso que afectará las exportaciones, aunque la afirmación carezca de respaldo estadístico que indique que mejora cambiaria significa más ventas al exterior, que la continuidad del Gasto acumulará déficit y que más demanda sin aumento significativo de la producción será inflacionaria. Todas objeciones que adolecen de notables limitaciones teóricas. El Gobierno, en tanto, no podrá hacer mucho más de lo que ya hace. Su macroeconomía está agotada. Quizá podría hacerse algo en materia de financiamiento vía banco de desarrollo, pero no mucho más. La ecuación tiene de un lado hacerse de dólares y del otro lado de la igualdad, el crecimiento. Las consultoras de la city más creíbles sostienen que 2015 podría terminar con una expansión del PIB de entre 1,5 y 3 por ciento, con un dólar oficial a 10 para octubre y mantenimiento de la brecha cambiaria. Para el economista que no maneja sus propios números, la tarea es más difícil, porque los números oficiales no recuperaron la credibilidad prometida. ¿Este es el modelo del que se espera continuidad? ¿La única alternativa es el regreso a la ortodoxia clásica, con devaluación y ajustes fiscal y monetario sostenidos, a partir de un nuevo piso, con más endeudamiento, previo acatar fallos estrafalarios de poderes extranjeros?
Una primera respuesta es que la verdadera discusión por el modelo sigue ausente del debate público con miras a las elecciones. En el caso de la oposición mayoritaria, porque imagina que alcanza con más prolijidad (“honestidad”) y otra macroeconomía. En el caso del oficialismo, porque plantear un debate de estas características, con el que seguramente estaría de acuerdo, supone poner en primer plano muchos de los errores propios de los últimos años, vinculados con la falta de planificación del desarrollo. Hoy, en cambio, es posible volver a pensar en el largo plazo. En la materia no hay mucho que inventar. La síntesis de las ideas de los principales macroeconomistas argentinos apunta a la necesidad de un cambio de la estructura productiva. El Estado debe dejar de financiar regímenes deficitarios en los que será muy difícil de-sarrollar ventajas competitivas de vanguardia para competir en los mercados internacionales, como por ejemplo la electrónica fueguina y, en menor grado, el sector automotor, para concentrarse en desarrollos biotecnológicos, de medicamentos o el modelo Invap. También desesclerosar organismos de gran potencial como el INTA y el INTI, y profundizar las líneas que comenzó a marcar el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación productiva. En otras palabras, avanzar en sectores en que las ventajas competitivas futuras, con importantes externalidades, ya están reveladas. En paralelo, también se logrará independizar la canasta de exportaciones de los avatares de las cotizaciones de unos pocos commodities. También se deberá abandonar la idea, más allá del discurso, de que el mercado, sin una decidida planificación estatal, de largo plazo por definición, organizará naturalmente la estructura productiva. En el camino deben profundizarse algunas tareas recientemente iniciadas, como las inversiones en energía e infraestructura, como puertos, caminos, ferrocarriles y subterráneos, que permitan ganar autonomía financiera y aumentar la competitividad de todos los sectores de la economía. Todos estos factores están por ahora ausentes del debate electoral, pero podrían dar origen a una verdadera fase superior del modelo, lo que el actual proyecto político podría brindar en sus próximos mandatos.
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