ENFOQUE
› Por Claudio Scaletta
Hay quienes creen que se puede hablar de economía en el vacío, es decir, describiendo una variedad de instrumentos y los efectos de su implementación, dejando para después las relaciones de poder. Otra vez Grecia funcionó como recordatorio de que, en realidad, la economía siempre es política. El Grexit no ocurrirá, o al menos no ocurrirá pronto, porque a pesar del decidido apoyo logrado en el referéndum de hace apenas una semana, no necesariamente para salir de la Eurozona, pero si para asumir una negociación más dura, las autoridades griegas capitularon de manera estridente.
La primera señal de rendición, inmediatamente después del triunfo en el referéndum, fue el corrimiento del ministro de Economía Yanis Varoufakis con el argumento principal de que le caía mal a la Troika: el BCE, la CE y el FMI, quienes ahora pretende ser llamados “las instituciones”, pues troika les suena feo. Nunca es buena señal que un gobierno entregue a sus cuadros, pero los hechos fueron más graves.
La disonancia ideológica y de estilo de Varoufakis con la tradicional burocracia europea fue razón múltiple para el rechazo, pero entre las cosas que más molestaron del ex ministro fue que revelara las amenazas en las negociaciones, finalmente cumplidas con creces. En particular las advertencias del ministro de Finanzas holandés y también presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, quien el pasado febrero le dijo a su par griego que “o firman el memorando que los otros ya firmaron o su economía va a colapsar. Vamos a colapsar sus bancos”. Varoufakis no lo denunció en su momento para no afectar las negociaciones, recién lo hizo en junio cuando acusó a la troika de aplicarle a su país un “submarino financiero”, precisamente la receta con la que había amenazado Dijsselbloem. Los argentinos que experimentaron la crisis de 2001-2002 no necesitan mayor explicación de cómo funciona esta falta de oxígeno en la vida cotidiana. Es el combo de la fuga de capitales y la progresiva restricción de liquidez que termina en controles y corralito. Toda la economía sufre un parate y todos los actores se ven impactados personal y psicológicamente por las cotidianas restricciones de efectivo. Se trata de la etapa superior del terrorismo financiero.
Las amenazas de febrero se cumplieron y a pesar del hastío social que mostró el resultado del referéndum, el pasado jueves Grecia volvió a sorprender enviando a los negociadores europeos una propuesta económica sin mayores variaciones respecto de la que hasta antes de la consulta popular se consideraba inaceptable; un ajuste impresionante que seguirá contrayendo indefinidamente su economía con metas de superávit primario de 3,5 puntos del PIB empezando en 2015 y terminando en 2018.
La justificación de Alexis Tsypras frente a los suyos fue taxativa: “tenemos mandato para mejorar la negociación, no para salir del Euro”, repitió. Las respuestas de Europa no se hicieron esperar e inmediatamente calificaron de “seria y responsable” a la propuesta griega. A esta altura no hace falta aclarar lo que significa un plan “serio” en boca de los acreedores. Entre los puntos más salientes se destacan: ahorrar el sistema previsional entre un 0,25 y 0,5 por ciento del PIB este año y un 1 por ciento a partir de 2016. Subir el IVA a restaurantes del 13 al 23 por ciento, eliminar las exenciones impositivas en las islas, aumentar los impuestos a las navieras y retomar el cronograma de privatizaciones, especialmente las más apetecibles, como los puertos del Pireo y Salónica, pero también aeropuertos, trenes y empresas energéticas. En Defensa se propone una poda de 300 millones de euros en 2016. A cambio del superajuste el país demanda una refinanciación de su deuda por unos 53.500 millones de euros hasta junio de 2018, bajo una potencial reestructuración.
¿Fue entonces el referéndum apenas una estrategia para alinear el frente interno con miras a la continuidad del ajuste? ¿Los sentimientos de autonomía de quienes festejaron en las calles el triunfo del “no” terminarán diluyéndose en más cinismo y desencanto político? ¿Tenía Grecia alguna alternativa real a los polos de la sumisión completa o al “abismo” de una salida desordenada del Euro? ¿Continuará en pie la coalición que lidera Syriza? Todas respuestas tan futuras como improbables a la distancia del sur de América.
Lo que parece más claro es que la discusión del problema griego dejó hace mucho tiempo de ser económica. Se trata de una disputa ideológica y por la hegemonía. Hoy hasta parecen absurdas todas las comparaciones con la salida de la convertibilidad, pues Argentina disponía de muchos más grados de libertad para patear el tablero. Queda en pie, sin embargo, una última analogía entre los dos países. Se supone un Grexit voluntario cuando Argentina no rompió voluntariamente la convertibilidad, que simplemente explotó. El 1 a 1 terminó el día que Domingo Cavallo instauró el corralito luego de meses de salida de capitales, pero en la imaginación del ministro era una forma de salvarla, no de romperla. Mientras se asiste al triunfo de la extorsión y el miedo y frente a una Europa que tampoco parece querer un Grexit negociado y ordenado, lo que se abre a partir de la continuidad del ajuste es, ahora sí, un abismo
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