ENFOQUE
› Por Claudio Scaletta
El principal candidato a suceder a Cristina Kirchner puso al desarrollo en el centro de la escena política, aunque todavía no ocupe el mismo lugar en el debate económico. Yendo al punto cabe preguntarse, siguiendo una reciente investigación de Daniel Schteingart y Diego Coatz publicada en el Boletín Informativo Techint N349: “¿Qué modelo de desarrollo para la Argentina?”. La pregunta supone indagar si efectivamente existe tal modelo cuando en realidad se trata de procesos fuertemente idiosincráticos signados por contextos geopolíticos. También preguntarse si entre la diversidad de procesos de los países que lograron cerrar la brecha del desarrollo existe algún factor común que pueda servir de guía para Argentina 2016.
Es complejo sintetizar lo que ya es una síntesis de desarrollo comparado a gran escala, pero el trabajo agrupa en un cuadro a 61 países que representan el 95 por ciento del PIB mundial en base a la combinación de dos factores principales: el contenido tecnológico de las exportaciones, en el eje vertical, y las capacidades de innovación tecnológica, en el eje horizontal. De la combinación surgen cuatro cuadrantes: al suroeste (SO) se encuentran los países no innovadores primarizados, entre los que se ubican los petroleros y, cerca de uno de los bordes, Argentina. Al noroeste (NO) los ensambladores, como Filipinas y México. Al sureste (SE) los innovadores en base a recursos naturales, como Australia, Noruega y Nueva Zelanda, y el noreste (NE) los innovadores industriales, como Alemania, Japón, Finlandia, Suecia y Estados Unidos. Luego, cuando estos mismos países se ordenan en función del Indice de Desarrollo Humano se encuentra que el paraíso debe buscarse en el este (E). La conclusión parece evidente, la clave del desarrollo es la innovación tecnológica, al margen de si ella ocurre sobre la base de exportaciones basadas en recursos naturales o de productos industriales avanzados, aunque los primeros parecen más una excepción que la regla. Sin embargo, la conclusión de la foto, sobre la base de datos tomados entre 2000 y 2012, parece demasiado simple y agrega poco. Lo que se necesita indagar pensando desde Argentina es la película, la trayectoria seguida por cada economía en el proceso de cierre de brecha, el sendero del desarrollo. Como pasar, por ejemplo, del oeste al este, que es de lo que se trata. O también: por qué no se consigue pasar.
Tomando como punto de partida los años 60, los senderos son diversos. Están los casos de países desarrollados, como Estados Unidos, que siempre se mantuvieron en el cuadrante NE, pero que gracias a una decidida política industrial impulsada en origen por su complejo estatal-militar-industrial siguieron desplazándose aun más hacia el E. O casos más impresionantes, como Corea del Sur, que partiendo del SO llegaron en pocas décadas bien al NE con una decidida planificación estatal y una fuerte promoción industrial exportadora, que primero los llevó rápidamente al cuadrante NO, pero que sobre esta base adquirieron rápidamente capacidades de innovación tecnológica propia. Pero con un dato normalmente omitido; durante las dos largas décadas de su expansión industrialista más fuerte Corea del Sur registró déficit de cuenta corriente, un déficit que su situación geopolítica evitó se transforme en restricción externa. Aquí fue clave el rol asignado a la nación asiática en el contexto de la Guerra Fría. El caso australiano es similar. Si bien Australia se mantuvo siempre en el cuadrante SE, logró desplazarse significativamente hacia el E sobre la base del desarrollo de la complementariedad y el eslabonamiento con su sector primario y, en particular, a pesar de su constante déficit de cuenta corriente, situación que primero su pertenencia al Commonwealth y después al contexto geopolítico de la guerra fría le permitieron superar. China, en tanto, siguió una trayectoria similar a la de Corea del Sur, pero con un delay de 15 años y sumando la potencia negociadora con la inversión extranjera directa de su gigantesco mercado interno. Entre las muchas trayectorias estudiadas en la investigación resulta de interés el caso de Noruega, que a pesar de la potente irrupción de los hidrocarburos en su estructura productiva siguió avanzando hacia el E mediante encadenamientos virtuosos. Su clave fue el intercambio de permisos de explotación hidrocarburífera por aprendizaje tecnológico en el marco de una política industrial de compre nacional y asociativa con los capitales externos. Finalmente, sin profundizar, se destacan los casos de países como Argentina y Brasil, que habiendo iniciado procesos de desarrollo quedaron truncos, manteniéndose sus trayectorias en distintas posiciones del cuadrante SO, con algún desplazamiento insuficiente en dirección NE.
Para Argentina las conclusiones de esta diversidad son dos datos duros. El primero es que la restricción externa es un distintivo estructural de la economía local, lo que supone un escollo extra para financiar el desarrollo. El segundo, directamente relacionado, es la dificultad de mantener déficit de cuenta corriente prolongados, una posibilidad que tuvieron, por ejemplo, Corea del Sur y Australia. Como en economía no hay magia, la única solución a estas dos restricciones reside entonces en “alterar las elasticidades-producto de las importaciones y las exportaciones, con vistas a que cuando la economía crezca no tienda hacia el déficit comercial”. Disminuir la elasticidad-producto de las importaciones supone sustituir importaciones en sectores estratégicos para así “construir encadenamientos productivos más sofisticados y desarrollar redes de proveedores nacionales más densas”. Aumentar la elasticidadproducto de las exportaciones supone cambiar su composición hacia bienes con mayor valor agregado y de mayor demanda en los patrones de consumo mundiales. Ambos procesos demandan un upgrade de las capacidades tecnológicas lo que, a su vez, tiene un fuerte impacto en la sofisticación de la demanda en el mercado de trabajo, otra de las necesidades del desarrollo.
La pregunta final sobre estas premisas, entonces, es qué tipo de senderos de desarrollo podría seguir la economía local. Parece claro que el camino es hacia el E, pero ¿hacia el NE o el SE? ¿Se debe seguir el sendero coreano, el australiano o una combinación de ambos? Las respuestas a estas preguntas son el debate futuro de la economía, pero es posible adelantar, muy sucintamente, algunos indicios. Corea del Sur no contaba con los recursos naturales que sí tiene Argentina y no parece haber razones para subutilizarlos. Luego, se trata de un camino que en sus primeros tramos requiere competir contra salarios bajos, dato que choca con la realidad laboral y sindical local, amén de enfrentar las restricciones actuales de la OMC. Innovar, al modo australiano, solamente sobre la base de recursos naturales, algunas ramas de manufactureras conexas y servicios, el sueño de Clarín Rural, enfrenta el límite del déficit de cuenta corriente sin la geopolítica que gozó y goza Australia. Los dólares no alcanzarían, pero además la dotación de recursos naturales per cápita de Australia, que tiene el triple de la superficie y la mitad de la población, es cuatro veces superior a la de Argentina. No parece haber otra alternativa que potenciar los recursos naturales al mismo tiempo que se diversifica la matriz industrial, un sendero con dirección ENE, proceso que pone al debate en un nuevo punto de partida.
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