Domingo, 3 de enero de 2016 | Hoy
ENFOQUE
Por Claudio Scaletta
La uniformidad optimista de la prensa hegemónica sobre el futuro de la economía tiene como paso previo el consenso de las consultoras económicas. Se sabe que estas empresas trabajan para sus clientes, pero ello no invalida que sus análisis representan la visión mainstream del funcionamiento de la macroeconomía. El consenso augura, con discrepancias en el margen, que la economía caerá durante el primer semestre de 2016 debido a la contracción del consumo privado, una dinámica originada por el traslado a precios del shock devaluatorio a mayor velocidad y magnitud de la suba de salarios. Luego, conseguido el “sinceramiento de precios relativos”, la actividad comenzaría a remontar en el segundo semestre.
Durante el primer semestre –el malo–, el debate será entre el nivel de precios, variable en la que pesará la quita de subsidios a las tarifas de los servicios, los porcentajes de aumentos conseguidos en paritarias y la política monetaria. Un segundo nivel de análisis lo ocupará el manejo del déficit fiscal y la tasa de inflación. En el caso del déficit el problema estará agravado por las fuertes transferencias decididas en favor de los exportadores vía quita de retenciones, un corte de flujos de ingresos que ya se produjo. La compensación parcial sería la quita de subsidios a los servicios, un corte de gastos que se anunció para el primer bimestre. A ello se sumará la proyección de caída del PBI. Como se sabe, la recaudación siempre sobrerreacciona al nivel de actividad, para arriba o para abajo. El resultado concreto, entonces, es que aumentarán las dificultades de financiamiento del sector público.
En cuanto al segundo semestre –el bueno–, resultan menos claras las causas que reimpulsarían el crecimiento una vez sacrificado el nivel de consumo privado. Según las consultoras, la contratendencia sería un salto en la inversión privada producto de la recuperación de la tasa de ganancia y del shock de confianza para los inversores. A ello se sumaría el fuerte ingreso de capitales originado en las inversiones reprimidas por la existencia del llamado cepo cambiario, y la toma de nuevo endeudamiento en los mercados globales a partir del descontado acuerdo con los buitres, lo que el consenso denomina “el fin del default selectivo”.
El segundo elemento que aportaría a la recuperación es el aumento de las exportaciones. El supuesto reside en que la nueva rentabilidad asegurada por la eliminación de retenciones sumada al “tipo de cambio competitivo” daría lugar a un boom de ventas externas.
El tercer componente de impulso es una promesa. El “ambicioso programa de desarrollo de infraestructura” una de cuyas patas sería el Plan Belgrano para las regiones NOA y NEA, y al que ya se le designó conductor con rango de ministro, el denunciador tucumano de fraudes José Cano. Aquí tampoco está claro el financiamiento, pero se estima que sería con préstamos internacionales. Seguramente no serán los 5000 millones de dólares del BID ya anunciados, los que tienen como destino el repago de pasivos con el organismo.
Pasando en limpio; el Gobierno sólo cuenta hasta ahora en su haber la “exitosa” salida de los controles cambiarios (probablemente uno de los peores errores de la gestión precedente junto con la intervención del Indec y la insistencia en tasas de interés negativas hasta la llegada de Alejandro Vanoli). Salida que fue también un éxito de marketing al lograr transformar una fuerte devaluación en gesta libertaria, pero que consiguió un nuevo nivel de tipo de cambio más o menos a mitad de camino entre el valor oficial heredado y las pretensiones del lobby exportador. Nueva cotización que, además, presenta un horizonte de estabilidad. Sin dudas, las decisiones económicas del macrismo fueron, hasta ahora y en sus propios términos, más eficaces que sus destemplados movimientos políticos de tierra arrasada a fuerza de DNU, situación que augura turbulencias de mediano plazo a pesar del poderoso blindaje mediáticojudicial.
Retomando el escenario económico, es necesario pensar si los elementos en los que las consultoras depositan las esperanzas de recuperación poseen la potencia suficiente para generarla. Si se descree de las formulaciones pseudo científicas de la ortodoxia, asuntos tales como la confianza de los mercados y el clima de negocios, la vía más inmediata de análisis es considerar los principales componentes de la demanda agregada.
Tomando los últimos datos disponibles, los del segundo trimestre de 2015 en la serie desestacionalizada y a precios constantes del Indec, se tiene que la inversión (formación bruta de capital fijo) representaba 20 puntos del Producto, lo que generalmente se entiende por consumo, que es el consumo individual, alcanzaba un impresionante 72 por ciento. La parte más significativa del gasto público, el consumo colectivo, sumaba 11 puntos. Finalmente las exportaciones fueron del 15 por ciento y las importaciones de 19. La suma no da 100 porque las importaciones restan al PIB.
Con estos pocos números se tiene un terreno más firme para pensar la evolución posible de cada componente.
El dato más evidente, muy significativo, es que el componente que más se espera que caiga, el consumo privado, representa casi tres cuartos del total del Producto. Si bien el consumo de los sectores de altos ingresos no se verá afectado, no alcanzará para neutralizar la caída del agregado. A la baja del salario real se sumará la disminución de las ventas en cuotas lo que puede potenciar la contracción. A partir de aquí cabe preguntarse si el crecimiento de las exportaciones y la inversión es consistente con una recuperación del crecimiento.
El caso de las exportaciones es el principal equívoco. El país vende al exterior principalmente bienes agrarios y agroindustriales, commodities en las que por definición no forma precios y mucho menos vía costos internos. Las exportaciones industriales, en tanto, corresponden principalmente al complejo automotor, con mucho intercambio intrafirma y precios de transferencia dudosos. El pobre desempeño que se espera para la economía brasileña más la caída de la demanda interna proyectan un año complicado para las exportaciones de MOI. La caída global de la industria petrolera tampoco permite predecir grandes cambios para proveedoras como la multinacional Techint. Luego están los datos históricos. Como se escribió en este espacio, no existe ninguna evidencia en las series estadísticas que relacionen mejoras en el tipo de cambio con aumento en las ventas al exterior. Para 2016, entonces, sólo pueden preverse aumentos estadísticos en las ventas de MOA sobre la base de stocks acumulados a la espera de los ya llegados incentivos fiscales y cambiarios. Nada significativo. En contrapartida, la caída importadora que sí suele acompañar las contracciones del PIB podría verse compensada por efecto de la liberación de controles. No es esperable, entonces, una mejora en el balance comercial y en la cuenta corriente.
El dato del comportamiento exportador debe tenerse en cuenta también en las economías regionales. Los exportadores repitieron muchas veces que los problemas de las regiones respondían al “atraso cambiario” y a las retenciones. Es posible que la mejora cambiaria alivie parcialmente algunas ecuaciones de costos, menos probable es que aumenten, por las razones generales señaladas, las cantidades vendidas al exterior. Asimismo, la baja de retenciones será absorbida prácticamente en su totalidad por el eslabón exportador, no por el productor, pues el precio primario es el resultado de relaciones de fuerza en el mercado. Habrá efecto riqueza antes que sobre el nivel de producción y ventas.
Respecto de la inversión, el componente que concentra las mayores expectativas, los factores impulsores serían dos. El primero es la recuperación de la rentabilidad empresaria por la sumatoria de medidas con efecto salarial y fiscal. El segundo la entrada de capitales. El primer punto es apenas un axioma. La mejora de la tasa de ganancia se concreta recién en el momento de la venta del producto o servicio. Si cae la demanda interna no son muchos los incentivos para invertir. Una posibilidad serían las inversiones en los sectores que no dependen solamente del mercado local, como el agropecuario, el energético y el minero, pero para 2016 las señales de la demanda global en estos rubros no son las mejores. Respecto del segundo punto, la entrada de capitales, siempre es una buena noticia que ingresen dólares al Banco Central, tanto para superar cualquier atisbo de restricción externa como para mantener la estabilidad cambiaria de mediano plazo. Pero el efecto sobre la producción, sea de IED o de capitales financieros, debe analizarse para cada proyecto, pues no existe una relación directa entre ingreso de capitales y “formación bruta de capital fijo”. En el límite podría ocurrir que sólo se profundice la extranjerización de la economía vía la oferta de empresas más baratas en dólares. O que la entrada de dólares financieros en el corto plazo, sea más salida en el mediano y el largo. Tampoco alcanza la inversión privada en construcción derivada del efecto riqueza de los sectores exportadores tradicionales.
En materia de consumo e inversión pública (Gasto), el gobierno podría hacer muchas cosas. Aun con salarios recortados, el bajo nivel de endeudamiento de las familias en relación a estándares internacionales podría dar lugar a planes masivos de financiación de bienes durables e inmuebles. Las nuevas altas tasas de interés son una limitación cierta, pero podría desarrollarse la creatividad a la espera de la estabilización. Asimismo también se podría compensar por el lado de una decidida expansión de la inversión pública en infraestructura.
El problema es que estas últimas opciones aparecen en la mente del economista preocupado por el crecimiento. Para la ortodoxia, en cambio, la palabra mágica es “estabilización”. Existe una limitación ideológica. Por eso, si durante la campaña electoral se le preguntaba a cualquier economista opositor cuál era el principal problema contestaba “la inflación”. El punto es que la inflación puede ser muy baja y el aparato productivo funcionar muy mal. Es lo que generalmente ocurre cuando la conducción económica es ejercida por representantes del poder financiero, volcados a creer que los problemas estructurales se resuelven con tasas de interés y tipo de cambio.
Finalmente todo podría complicarse en serio si la falta de políticas por el lado de la demanda se combinase con políticas monetarias y fiscales contractivas, ideas que impregnan el ADN de los economistas de gobierno. En ese caso sería bueno que observen lo que hoy sucede en el laboratorio brasileño. Por ahora sólo queda esperar que no se impongan los más gurkas o que haya existido aprendizaje de los errores del último cuarto del siglo XX.
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