ENFOQUE
› Por Claudio Scaletta
Un mito que nació con el primer peronismo, fruto directo del pensamiento de Juan Domingo Perón sobre la “armonía social”, fue la idea de “empresario nacional”. Se trataría de un burgués de nuevo tipo, no necesariamente comprometido con los sectores populares, pero sí consciente de la posibilidad de una relación ganar-ganar en el marco del crecimiento del mercado interno y la producción nacional; factores ambos asociados a los gobiernos “nacional y populares”.
Detrás de esta concepción mítica existe una idea de sentido común: el crecimiento de la economía no le conviene solamente al trabajador, sino también al empresario; con la expansión del PIB todos crecen. Pero el sentido común encierra una anomalía: ¿Por qué muchas entidades empresarias jugaron históricamente a favor de los ajustes neoliberales? Hay dos respuestas iniciales y ambas insatisfactorias, una más que otra: La primera es la vulgata de la economía tradicional según la cual los ajustes son el paso previo, necesario, redentor, para alcanzar el crecimiento posterior. De acuerdo a esta perspectiva los empresarios tendrían una mirada racional y de largo plazo dispuesta a sacrificar el presente en pos del futuro más venturoso. Como suele ocurrir con el pensamiento mainstream, el problema es que no existen ejemplos históricos del cumplimiento de la promesa: los ajustes suelen ser sucedidos generalmente por más ajustes.
Una segunda interpretación es la de Michal Kalecki, quien a comienzos de los años `50 del siglo pasado sostuvo que el pleno empleo, o la proximidad de él, empoderaba a los trabajadores, lo que no sólo perjudicaba a los empresarios en la disputa por la distribución del ingreso, sino que provocaba un retroceso en el disciplinamiento de la mano de obra y en la capacidad del capital para controlar el proceso productivo al interior de las empresas.
Al margen de lo que gusten en más o en menos estas interpretaciones, presentan la dificultad provinciana de concebir al sistema económico como si estuviese fuera del contexto regional y global. Para superar esta limitación pueden sumarse algunas definiciones de Antonio Gramsci con las del pensador peruano José Carlos Mariátegui. A la luz de ambos intelectuales podría decirse que Mariátegui, bajo el concepto de “Pacto neocolonial”, aplicó las ideas de Gramsci sobre clases hegemónicas y auxiliares a la realidad latinoamericana. La interpretación es personal, pues tiene un serio problema cronológico. Las ideas de Mariátegui fueron publicadas en Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, una obra de 1928, mientras que Gramsci desarrolló las suyas en los apuntes conocidos como Cuadernos de la cárcel, redactados entre 1929 y 1935, durante su cautiverio bajo el régimen fascista, y publicados recién en la segunda posguerra. Sin embargo ambos pensadores marxistas entraron en contacto en Europa en la década del ‘20 y es posible que hayan compartido estas preocupaciones. El cruce de sus pensamientos es más simple que la cronología: En el marco del pacto neocolonial, las clases hegemónicas de los países latinoamericanos funcionan como auxiliares de las hegemónicas de los países centrales; lo que explica las interrelaciones del sistema en su conjunto.
Cuando se discute el pensamiento económico heterodoxo, el sustrato ideológico del desarrollo, se dejan normalmente de lado estas cuestiones de clases sociales que, en realidad, representan un problema tan grave como la mismísima restricción externa. Mejor dicho, ambos problema se explican conjuntamente.
La mejor manera de entenderlo es en su devenir y, en particular; desde lo que puede denominarse “la doble ruptura” de los procesos de desarrollo. Para que la economía se desarrolle debe transformar su estructura productiva. Cambiar la base material supone también una transformación de la estructura de clases asociada. Esta es la primera ruptura y es intraburguesa. Luego, como la estructura económica local está inserta en cadenas de valor globales conducidas desde los países centrales, es decir; la estructura de clases que se transforma es una estructura internacionalizada, el desarrollo supone también una segunda ruptura, esta vez con las alianzas internacionales y el lugar ocupado en el orden global.
Un ejemplo concreto es que los propietarios y directores de una firma subsidiaria de una matriz transnacional, desde una automotriz a un banco, una comercializadora agropecuaria o una petrolera, son en realidad clases auxiliares de los propietarios que se encuentran en los países de origen de la matriz, la verdadera clase hegemónica. Como lo demostró la encuesta de Grandes Empresas que realizaba el Indec, cuya inspiración puede encontrarse en los trabajos del área de Economía y Tecnología de la Flacso, hoy del ranking de las primeras 500 principales firmas medidas por nivel de facturación, contiene un 80 por ciento de empresas extranjeras. ¿Quién conduce el capitalismo local en el mundo de la producción y la circulación de bienes y servicios y, por lo tanto, de la construcción de poder real? ¿Pueden estas clases hegemónicas ser partidarias de la doble ruptura que demandan los procesos de desarrollo? ¿Cuál es el margen de acción de la política, entendida como espacio de construcción de hegemonía, y la influencia real de este gran capital transnacional en la clase política realmente existente?
Con sus limitaciones, el kirchnerismo intentó iniciar el proceso de la doble ruptura, pero quedó en el camino. La Alianza PRO, en cambio, representa la restauración cabal del pacto neocolonial; la vuelta a la normalidad del statu quo local e imperial. Ya no hay ruidos al interior del poder. El acuerdo de pago a los fondos buitre es el sello del pacto. Reabrirá un nuevo ciclo largo de endeudamiento, que es el mecanismo de extracción del excedente colonial por excelencia y de la imposición de las políticas económicas que mantienen en el tiempo la exacción.
Mariátegui tenía una prosa florida para los lectores del presente; hablaba de la comunidad de intereses de la metrópoli inglesa con las viejas oligarquías terratenientes y las burguesías importadoras. Estas clases evolucionaron y se diversificaron, pero no es un dato menor que esta semana sus hijas y nietas reciban con regocijo al presidente estadounidense Barack Obama. Finalmente y con Papa argentino: In God we trust
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