CONTADO
Pobre paradoja
› Por Marcelo Zlotogwiazda
El PBI viene creciendo mucho; la economía generó alrededor de un millón de nuevos puestos de trabajo; y la pobreza y la indigencia están cayendo, se las mida según el probado método del Indec o con el precario del Ministerio de Economía, que días pasados presentó cifras más bajas que las de aquella prestigiosa institución. Pero lo que Roberto Lavagna no puede modificar ni siquiera apelando a manoseos estadísticos, es que la distribución del ingreso ha empeorado durante su gestión.
En el último informe de la Consultora Equis (su titular lejos está de poder ser etiquetado de opositor) se lee que a partir del 2003 “no mejoró la distribución del ingreso; por el contrario, tanto la inequidad distributiva medida por brecha polar de ingresos como la concentración de ingresos medida por coeficiente GINI empeoraron notablemente, alcanzando ambos indicadores sus segundos picos estadísticos históricos en el último trimestre del 2003”.
La brecha polar de ingresos mide cuántas veces más recibe el 10 por ciento más rico de la población con respecto al decil más pobre de la pirámide social. Antes de que el Rodrigazo de 1975 marcara un punto de inflexión en la historia económica y social del país, la brecha de ingresos era algo mayor a 12 veces; durante la convertibilidad continuó su ascenso y sólo en su mejor año, 1994, se estacionó debajo de 18. Los últimos datos oficiales disponibles ubican esa brecha a fines del 2003 en 28, que es la misma diferencia que había antes del estallido del 2001 y que representa, como ya se vio, el segundo record histórico.
Otra manera similar de medirlo es a través del coeficiente GINI, una variable que marcaría cero en una sociedad perfectamente igualitaria y que se acerca a 1 cuanto más inequitativa es la distribución del ingreso. El GINI de diciembre del 2003 sólo es superado desde que se realiza la Encuesta Permanente de Hogares a nivel nacional por el de octubre del 2002, y es mayor que el de mayo del año pasado.
Toda esta paradoja se explica porque la inmensa mayoría de los frutos que caen del árbol del ciclo de crecimiento post-devaluatorio fue embolsada por la clase alta. Los cálculos de Equis en base al relevamiento del Indec muestran que los únicos que aumentaron su porción en la torta son los del estrato “alto” que reúne a los dos deciles superiores: pasaron de concentrar el 53,7 por ciento del ingreso a fines del 2001 al 60,9 por ciento dos años después. Considerando que cada punto porcentual representa ingresos anuales por 1500 millones de dólares, la transferencia a su favor de 7 puntos y chirolas equivalen a más de 10 mil millones de dólares.
Todo lo anterior no significa que el grueso de la población está peor que cuando asumió Néstor Kirchner. Lo que sí prueba es que, si bien la actual política económica alcanzó para que la economía crezca de manera considerable y para morigerar el espantoso deterioro heredado en el cuadro social, no es suficiente para que los indicadores sociales mejoren sustancialmente ni para que se cumpla el compromiso oficial de mejorar la distribución del ingreso.
No habría que perder de vista lo que Bernardo Kliksberg, un economista que se manifiesta afín al Gobierno y que esta semana compartió experiencias con la ministra Alicia Kirchner, señala en su reciente libro Más ética, más desarrollo. Ahí se refiere a la “pobreza paradojal” de la Argentina, en el sentido de que su enormidad no se corresponde con la riqueza de sus recursos naturales ni con su Producto Bruto Interno ni tampoco con su PBI per cápita. En el libro, Kliksberg afirma que “hay pobreza porque haydesigualdad”, y cita las conclusiones de un estudio de Naciones Unidas que concluye que “el principal obstáculo que se interpone al éxito de los esfuerzos por reducir la pobreza en América latina radica en que el mejor remedio para tratar la pobreza que aflige la región –la reducción de la desigualdad– parece ser uno que le resulta muy difícil recetar”.
Otra de las categorías que aparece en el libro, y que podría aplicarse a la presente etapa argentina, es la del “desarrollo distorsionado”, en referencia a los casos donde se dan “tasas significativas de crecimiento y, al mismo tiempo, continúan en vigencia agudas carencias para sectores amplios de la población”.
En la Casa Rosada hay influyentes funcionarios que reconocen su creciente impaciencia por la lentitud con que “su” Gobierno encara medidas redistributivas. De todas maneras, los consultados coinciden en que ellos y, fundamentalmente el Presidente, siguen confiando en las explicaciones y argumentos que les da Lavagna cuando les plantean ese tipo de inquietudes. ¿Será la reiteración de ese tipo de planteos la razón que llevó a Lavagna a mostrarle primero a Kirchner y luego al público sus propias cifras sobre reducción de la pobreza e indigencia?