CONTADO
Las máscaras de Rato
› Por Marcelo Zlotogwiazda
El cliente ha venido cancelando su deuda de manera significativa, asegura que va a pagar los próximos vencimientos y muestra un balance sólido como para poder cumplir esa promesa. Así contada la película, en el guión no cabe la queja del banquero.
Aunque se la puede confundir con un caso como el anterior, la relación entre la Argentina y el FMI tiene poco que ver con la de una empresa y su banco. Es por eso que Rodrigo Rato no se fue satisfecho de la Argentina a pesar de lo mucho que el Fondo está cobrando en términos netos y de la garantía de que lo va a seguir haciendo por un tiempo más.
Es que a cambio de los 336.080 dólares de salario anual que cobra, Rato no sólo debe cumplir con la función que le corresponde en teoría como Director Gerente del organismo. En la práctica también tiene que ocuparse de otras tareas, que en el caso argentino son ahora tres: hacer las veces de lobbysta de los acreedores defaulteados, de las empresas de servicios públicos privatizadas y de los bancos internacionales con presencia en el país.
En realidad, ni siquiera la tarea de Director Gerente es la típica de un banquero privado. Ni el Fondo Monetario es una clásica institución financiera con fines de lucro, ni el ingreso anual de Rato tiene como suplemento algún bonus atado a la rentabilidad del organismo. Su función básica es prestarle a los países miembros en problemas a una tasa de interés baja, pero condicionándolos a aplicar determinadas recetas de política económica.
Si fuera sólo por lo anterior la Argentina no le debería generar a Rato ningún dolor de cabeza. Si bien la exposición del organismo con el país es muy elevada como consecuencia de los grandes préstamos del 2001, ha venido disminuyendo ininterrumpidamente a partir de la devaluación, desde 16.300 millones hasta menos de 14.500 actualmente. A lo que se agrega que los extraordinarios excedentes fiscales generados por el ajuste presupuestario de Roberto Lavagna permiten cómodamente cumplir con los pagos impostergables por 1.400 millones de dólares que vencen de aquí a fin de año.
Los problemas para Rato comienzan cuando se mezcla su rol de Director Gerente con el de vocero de los tenedores de títulos en default, por la sencilla razón de que el gobierno argentino está dispuesto a asignar una determinada cantidad de recursos al pago de sus deudas que lejos está de alcanzar para satisfacer lo que quiere cobrar el Fondo más lo que el Fondo pide para los acreedores. “Ni lo sueñe”, dicen que le dijo Néstor Kirchner cuando Rato le reclamó por un mayor superávit fiscal que el que ya figura en los borradores del Presupuesto 2005. Para peor, es cada vez más insistente la versión que indica que el FMI pretende bajar mucho su exposición con la Argentina de ahora al año 2011 (lo señala el último informe semanal de la consultora M&S, y lo repitieron el miércoles pasado en un seminario realizado en el ortodoxo Centro para la Estabilidad Financiera que cobija a los ex funcionarios Daniel Marx y Miguel Kiguel), mientras que se sabe que las previsiones de Economía son mantener el saldo deudor en torno a los niveles actuales hasta por lo menos el año 2014. La diferencia es abismal.
La compatibilidad de ambas funciones de Rato se dificulta aún más por la negativa del equipo económico de permitir una revaluación del peso, de manera que los futuros sobrantes presupuestarios permitan una mayorcapacidad de pago en dólares. Al contrario, el debilitamiento del ritmo de crecimiento que sugieren varios indicadores y la merma en el saldo de la balanza comercial de los últimos meses refuerzan la idea oficial de sostener como mínimo la actual paridad cambiaria.
Las otras dos máscaras de Rato tienen los rasgos de las empresas privatizadas y de los bancos, que en varios casos enarbolan su misma nacionalidad española. La presión que viene ejerciendo el Fondo a favor de las privatizadas ya ha madurado con algunos frutos tarifarios, y hubiera rendido bastante más si el que tuviera la última palabra fuera Lavagna y no Kirchner. El Ministerio de Economía no disimula del todo su desacuerdo con la demora en renegociar los contratos y ajustar tarifas, ni tampoco las diferencias con el proyecto de marco regulatorio que se acaba de conocer. En este tema son muchísimo más blandos que en la Casa Rosada.
También se esperaba que Lavagna ablandara su oferta a los acreedores con el anuncio de algún pago inicial en efectivo. Las novedades llegaron, pero con otro formato y de manera extrañamente confusa. Lo que el ministro anunció el miércoles como manera de incentivar una mayor aceptación del canje propuesto quedó desprolijamente desmentido al día siguiente. Lo que no se pudo evitar fue dejar en evidencia que hay barajas guardadas para poner sobre la mesa cuando lo consideren necesario para endulzarle el paladar y atraer a los indecisos.