CONTADO
Conservadores
› Por Marcelo Zlotogwiazda
Sin desmerecer la incidencia que tiene la política de ingresos de un gobierno sobre el nivel salarial y la distribución, y en consecuencia sin subestimar en lo más mínimo la importancia coyuntural y política de los aumentos salariales decretados días atrás, no cabe duda de que a mediano y largo plazo lo que determina el salario, la distribución y hasta si se quiere el standard de vida de la población es la productividad de la mano de obra y de su economía en general.
De ahí la importancia de la investigación que el economista Gustavo Lugones acaba de realizar sobre la actitud de la industria argentina a modernizarse, con conclusiones sumamente desalentadoras sobre la experiencia histórica que ya se advierten en el título del trabajo publicado en el último número del Boletín Techint: “Indicadores de innovación en la industria argentina: evidencias que reclaman un cambio de rumbo”.
El estudio elaborado en base a la Segunda Encuesta Argentina de Innovación que coordinaron el Indec junto con la Secretaría de Ciencia y Tecnología y la Cepal, encontró que las empresas industriales argentinas vienen gastando extremadamente poco en lo que se conoce como actividades de innovación (AI), que incluyen la Investigación y Desarrollo (I&D), la adquisición de tecnología, la ingeniería y el diseño industrial, la contratación de consultorías y la capacitación de recursos humanos. Bastan las siguientes comparaciones para formarse una idea de la carencia: mientras en la Argentina el gasto en AI equivale a aproximadamente el 2 por ciento de las ventas de las casi 1700 firmas tomadas como muestra, en Uruguay la proporción se eleva a 2,90 por ciento, en Brasil a 3,80, y el promedio de la Unión Europea es 3,70 por ciento. Los datos son igual de lastimosos si se consideran sólo las tareas de I&D: la proporción sobre las ventas es en Uruguay un 50 por ciento mayor al de la Argentina, en Brasil más del doble, y en Europa ocho veces más.
Al indagar sobre las causas de la baja propensión a innovar, de la encuesta se desprende que los empresarios destacan como las dos principales dificultades la baja escala de producción y las dificultades para acceder al financiamiento, lo que según Lugones ha conducido a que “los años ‘90 se caracterizaran por el predominio de estrategias de carácter defensivo como la reorganización administrativa y la racionalización de personal, por sobre la búsqueda de mejoras técnicas y el desarrollo de nuevas capacidades, que es una opción que requeriría intensos esfuerzos innovativos”. Todo se vio agravado porque la mayoría de las que sí innovaron lo hicieron comprando tecnología incorporada y no desarrollando propia, lo que en parte se explica por la conducta de las cada vez más presentes compañías trasnacionales que traen el conocimiento fundamentalmente de afuera del país.
Un punto central que subraya el trabajo –referido a la experiencia histórica pero además trascendente para la definición de los lineamientos de crecimiento futuro– es “la baja presencia relativa en la pauta productiva argentina de actividades que hacen uso del conocimiento con una intensidad alta o media y que, por tanto, tienen a la innovación como su fuente principal de competitividad. Por el contrario, ha prevalecido en los últimos años en las decisiones de inversión, la tendencia a la especialización en commodities y la intención de explotar ventajas estáticas o mercados cautivos, poco favorables al desarrollo de capacidades”.
Es por eso que Lugones sugiere que “la vía más efectiva para promover la realización de esfuerzos endógenos en las firmas para el aumento de sus capacidades y competencias sea la de la promoción o estímulo al cambio en las tendencias de especialización de la producción argentina hacia unamayor presencia de bienes y servicios diferenciados e intensivos en conocimiento”, dando vuelta las definiciones e incentivos macroeconómicos y sectoriales del modelo de los años ‘90.
Dentro de esta problemática y atento al desafío planteado, cobra mayor dimensión el conflicto abierto con Brasil en el marco del Mercosur que estos días tuvo picos de tensión. Ya que si el salario y la calidad de vida dependen de la productividad, si ésta de la reindustrialización orientada a los bienes con alto valor agregado, y para que esto ocurra se necesita de escalas productivas que indefectiblemente involucren a la exportación, la integración del país al mundo por la vía de entrada que representa el Mercosur resulta esencial. En ese sentido, ningún esfuerzo ni inteligencia que se dediquen a definir un esquema asociativo mutuamente conveniente será en vano. Y por lo tanto son preferibles los altercados diplomáticos y las discusiones enfervorizadas guiadas por fines estratégicos, que una actitud pasiva y poco conflictiva, pero contraproducente.