CONTADO
La vuelta al mundo
› Por Marcelo Zlotogwiazda
Este tipo de viajes son todavía posibles de realizar pese al 3 a 1, pese a la pérdida del poder adquisitivo y a eventuales fobias y retracciones que pudo haber generado el tsunami. Y además de posibles son recomendables. Porque sin dar al menos un vistazo por lo que sucede allende las fronteras, es imposible armarse de algún feeling sobre lo que le espera a la Argentina. Por la sencilla razón de que el mundo es cada vez más global, y en particular porque la continuidad de la bonanza macro de que disfrutó la Argentina en los dos últimos años estará estrechamente vinculada a que en el mundo nada cambie demasiado.
Por lógica de itinerario y porque su influencia es la mayor y más directa, conviene comenzar por Brasil. Hay dos factores complementarios que se potencian positivamente, como ser los pronósticos que indican que el crecimiento va a continuar y aún más vigoroso, y la reciente tendencia a una revaluación del real, que se apreció un 10 por ciento frente al peso. Esto último no es casual sino deliberado, tal como lo ha manifestado días pasados su ministro de Economía, Antonio Palocci, al señalar que el gobierno no va a esmerarse demasiado en sostener el dólar, que viene siendo empujado hacia abajo a fuerza de un superávit comercial cercano a los 35.000 millones de dólares el año pasado. Con un Brasil en expansión y un dólar barato, es razonable esperar que las importaciones desde la Argentina continúen subiendo. Lo que constituye un dato significativo debido a que Brasil es el principal cliente del país, y encima a donde más han aumentado las exportaciones de manufacturas de origen industrial. Una duda ocupa casi toda la contracara de la moneda: ¿en qué medida la consabida agresividad exportadora de los brasileños, sumada a las necesidades de insumos y bienes de capital de una Argentina creciendo, no compensará con creces el movimiento anterior y ensanchará aún más un déficit bilateral de comercio con Brasil?
Dejando la primera escala rumbo al norte se llega a la que por ahora sigue siendo la primera potencia mundial (¿se bancarán dejar de serlo, si como muchos vaticinan China los sobrepasa en algunos lustros?). Y en Estados Unidos suena la mayor incertidumbre, si bien es cierto que el impacto que provoca sobre la Argentina es mucho menos directo y más mediatizado que el brasileño, aunque no hay que olvidar que por ahora siguen liderando el mundo. El economista jefe del banco de inversión Morgan Stanley, Steven Roach, afirma en su último reporte sobre la economía planetaria que “el mayor riesgo de que nuestro actual pronóstico de crecimiento mundial para 2005 tenga que ser recortado se concentra en los Estados Unidos”. Además de sus dos descomunales agujeros fiscal y de intercambio comercial, el analista agrega “el record de baja tasa de ahorro y el record de alto endeudamiento de las familias”. Y se atreve a sentenciar que “Estados Unidos se las ha arreglado hasta ahora mágicamente para vivir por encima de sus posibilidades gracias a la colocación de bonos a tasas de interés bajísimas entre inversores y países miopes, pero hay que decir que ese mecanismo no es para nada sustentable”. Sin embargo, más allá de sus advertencias y temores, ni él es exageradamente pesimista, al punto de que el banco acaba de subir el pronóstico de crecimiento a 3,7 por ciento para 2005. El superpoderoso Alan Greenspan, por su parte, dejó trascender días pasados que la Reserva Federal va a acelerar la suba de tasas, aunque manteniendo el gradualismo y cuidando de minimizar su impacto recesivo; la mayoría no espera que haya movimientos demasiado bruscos en la paridad dólar-euro. En resumen, si todo funciona más o menos así, nada sustancial cambiaría para la Argentina.
Para ir hacia la última escala el camino más corto es el Pacífico. Mucho se ha venido hablando de los desajustes de China y no son pocos los que le recomiendan una desaceleración del crecimiento (cosa extraña, ¿verdad?). Curiosa y paradójicamente, uno de los peligros latentes para el coloso oriental es su enorme superávit comercial con Estados Unidos, que los ha llenado de reservas en dólares, lo que es sinónimo de una divisa con riesgos de depreciarse. (Dicho sea de paso, lo anterior genera una mutua dependencia entre esas dos economías que achica en alguna medida las chances de una fuga masiva y caótica del dólar). Y aunque nadie va a volver a pagar por la soja los extraordinarios precios de hace un año, con una necesidad inagotable de alimentos y una previsión de crecimiento no menor al 7 por ciento, el panorama para la exportación a China (que es por el momento la variable clave) no parece presentar mayores amenazas para la Argentina.
Se acabó el espacio para seguir viajando, aunque si lo visto hasta aquí se verifica a grandes rasgos bastaría para concluir con que desde afuera no llegarían demasiados cambios respecto a lo que fue el segundo semestre de 2004. En tal caso, no hay por qué descartar que la Argentina crezca al 8 por ciento por tercer año consecutivo, y no al 4 como anticipa Lavagna o al 6 como la mayoría de los economistas.