Domingo, 10 de abril de 2005 | Hoy
CONTADO
Por Marcelo Zlotogwiazda
–¿Qué tienen en común las carnes, los lácteos y las verduras?
–Que se comen.
–¡Qué gracioso! ¿Y si a la lista le agregamos bebidas?
–Que todo eso se ingiere por la boca.
–No me diga; y por dónde lo va a ingerir si no por la boca, salame...
–El salame también, ja, ja.
–Y si agregamos vehículos, ¿qué respuesta se le ocurre?
–Respuesta en serio, ninguna.
Si el chistoso fuera economista, además de bromas quizá sabría que esos cinco rubros tienen en común no sólo una sino, al menos, dos características: en los últimos meses sus precios subieron más que el promedio, y en segundo lugar sus exportaciones crecieron significativamente. En términos anualizados, las ventas al exterior de carne aumentaron en el semestre septiembre-febrero un 50 por ciento, las lácteas un 6, las verduras un 29, las bebidas un 32 y los vehículos un 60 por ciento. Lo que es decir mucho.
Si el chistoso fuera economista –como un tal Juan Carlos de Pablo, que hace mucho escribió que “el colmo de un economista es fundirse al financiar la edición de un libro sobre evaluación de proyectos”– también sabría que eso no es casualidad ni algo novedoso en la historia argentina. Todo lo contrario, la experiencia enseña que cuando hay un salto de exportaciones, ya sea por valor o por cantidad, eso suele traducirse en incrementos de precios en el mercado interno. En el primer caso, el empresario pretende cobrar adentro el mismo plus que consigue afuera; en el otro, el alza generalmente resulta de la escasez interna que genera el atractivo de vender afuera.
Este mecanismo que en la Argentina es particularmente nocivo, dado que el país es fuerte exportador de productos de incidencia clave en la canasta básica de consumo, es uno de los causales de la mala noticia inflacionaria que el Indec difundió el martes pasado. Hubo además subas estacionales y un indudable factor de expectativas que en alguna medida había sido provocado por el Gobierno al exagerar la alarma con llamados a boicots y retos desproporcionados.
Ahora que el fantasma ya está instalado es inevitable para el Gobierno definir una estrategia para combatirlo, y la verdad es que cuesta encontrar un remedio o un cóctel medicinal que a priori sea claramente eficaz o que no tenga serias contraindicaciones. Es así que, por ejemplo, un mayor ajuste fiscal es de dudosa efectividad e inviable políticamente por sus efectos recesivos. Lo mismo puede decirse de un endurecimiento de la política monetaria, que además de afectar el consumo y la inversión tiene como riesgo adicional que un mayor costo del dinero podría atraer capitales especulativos del exterior para aprovechar la bicicleta dólar-tasa-dólar, lo que provisoriamente podría depreciar el tipo de cambio. Ni hablar de impulsar directamente una caída del dólar como medida antiinflacionaria, algo que ni siquiera figura en los manuales lavagnistas por su impacto negativo sobre la competitividad industrial.
Quedan las alternativas más intervencionistas y focalizadas, como ampliar los acuerdos con formadores de precios o extender la aplicación de retenciones a la exportación, pero hay que reconocer que son recetas de efectividad limitada y de las que no conviene abusar. Sin ir más lejos, basta observar los incumplimientos que se registran con lácteos, fundamentalmente, y en menor medida con los cortes de carne.
Lo que el equipo económico sigue empecinado en excluir del menú es la rebaja del IVA, que además de incidir sobre precios contribuiría al declamado pero postergado objetivo de redistribución del ingreso. La negativa a recorrer ese camino es la impotencia manifiesta del Gobierno para garantizar que un recorte en la alícuota tenga la consecuencia buscada y no sea apropiada antes de llegar al consumidor. El argumento resulta inentendible viniendo de un gobierno que hace del ejercicio y la consolidación del poder un eje central de su gestión, y que no es esquivo a la confrontación o a los desafíos en otro tipo de cuestiones. Cabe pensar que si realmente se sienten incapaces para llevar adelante con acierto una reforma tan tenue como sería modificar el IVA, no queda mucho margen para esperar de este gobierno transformaciones de mayor complejidad y conflictividad.
El panorama para las próximas semanas los muestra muy atentos a lo que suceda y más volcados a la cirugía micro que a las operaciones macro, apoyados en el convencimiento de que con alto superávit fiscal los desbordes inflacionarios no tienen demasiada cabida, y tratando en simultáneo de que se vayan revirtiendo las expectativas para que el fantasma se achique al tamaño que merece. Por esto último apelarán a todas las triquiñuelas posibles para dilatar lo más que puedan los reajustes tarifarios.
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