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› Por Marcelo Zlotogwiazda
¿Mejoró o empeoró la distribución del ingreso durante los dos años y medio de fuerte crecimiento económico que logró el Gobierno? La respuesta a tan sencilla pregunta es imprescindible para evaluar cualquier política económica, y particularmente importante en un país como la Argentina que, por lo que sucedió en los años ‘90 es un caso de estudio sobre experiencias que combinan crecimiento con aumento de la pobreza y un reparto del ingreso más desigual. Pero como suele ocurrir, una pregunta tan simple no tiene una respuesta fácil. O, mejor dicho, no tiene una respuesta única, sino que tiene dos: mejoró o empeoró, dependiendo de cómo se mida el asunto en cuestión.
Si se toma como vara de la distribución del ingreso la diferencia entre lo que recibe el 10 por ciento más rico de la población respecto del 10 por ciento más pobre, el resultado es que la sociedad es ahora más desigual que cuando asumió Néstor Kirchner.
Lo contrario resulta si se utiliza el criterio que creó Corrado Gini, un estadístico y sociólogo italiano que en su juventud simpatizó con el fascismo. El conocido y universalmente usado coeficiente de Gini es un índice que varía entre 0 y 1; en un extremo asumiría valor 0 cuando el ingreso está igualitariamente distribuido, y va subiendo a medida que el reparto se torna más inequitativo, llegando a 1 en el peor de los casos, donde uno se queda con todo y todo el resto con nada.
De este tipo de cuestiones versa el estudio Distribución del ingreso, pobreza y crecimiento en la Argentina, que recientemente elaboraron Daniel Kostzer, Bárbara Perrot y Soledad Villafañe, tres especialistas de la Subsecretaría de Programación Técnica y Estudios Laborales del Ministerio de Trabajo que encabeza Marta Novick. El documento demuestra acabadamente que el crecimiento no necesariamente alcanza para mejorar el bienestar general, y que “por lo tanto, la erradicación de la pobreza debe ser una función combinada de estrategias de crecimiento y redistribución”.
Las limitaciones del crecimiento saltan a la luz observando lo que sucedió durante la Convertibilidad: entre mayo de 1993 y mayo de 1999 el PIB per cápita aumentó más de un 10 por ciento, pero el porcentaje de personas pobres subió del 17,7 al 27,1 por ciento, y el coeficiente de Gini empeoró de 0,463 a 0,504. A través de métodos estadísticos, el trabajo arroja que “el deterioro en la distribución del ingreso, manifestado en el incremento del coeficiente de Gini, explica una parte importante de la pobreza durante la década pasada”.
Es obvio y sabido que la explosión de la Convertibilidad tuvo efectos devastadores sobre la pobreza, que se catapultó hasta el 49,7 por ciento al momento de asumir Roberto Lavagna en el Ministerio en el 2002, y tocó un techo de 51,7 por ciento un año más tarde. Lo que el trabajo aporta sobre este período es que casi toda la pobreza adicional se explica por la caída en el ingreso de la población y sólo una mínima parte por mayor inequidad distributiva. En realidad, el coeficiente de Gini ya había comenzado a mejorar a partir de mayo de 2002, cuando tocó un record de 0,551, pero todavía no alcanzaba a neutralizar el efecto de caída en los ingresos sobre la pobreza.
Es recién a partir de 2003 que “el nuevo patrón de crecimiento y las políticas activas de ingresos (Programas Jefas y Jefes de Hogar, incrementos de los salarios a través de la fijación de nuevos mínimos y la promoción de la negociación colectiva, etc.)” se refleja en una mejor distribución en simultáneo con una caída en los indicadores de pobreza. Analizando lo que sucedió entre la segunda mitad de 2003 y fines del año pasado, los autores desagregan la contribución a la disminución de la pobreza de la siguiente manera: la caída de 6,7 puntos porcentuales de hogares pobres se debió en un 78 por ciento a mejoras en el ingreso y en el 22 por ciento restante a una distribución menos desigual (el coeficiente de Gini retrocedió de 0,491 a 0,466 en los respectivos segundos semestres de 2003 y 2004).
Kostzer, Perrot y Villafañe subrayan que “a partir de 2004 la pobreza se torna más sensible a cambios en la distribución del ingreso, aunque sigue siendo inferior a los cambios en el ingreso medio. Todavía se necesita un incremento significativo en el nivel de ingresos para sacar a los hogares de la situación de pobreza”. Insisten con que “el objetivo central de reducir la pobreza puede lograrse más fácilmente si el incremento en el ingreso se acompaña de mejoras en la distribución”, y así como enfatizan las mejoras logradas por el Gobierno reconocen su “insuficiencia como para reducir no sólo la desigualdad imperante, sino también para erradicar la pobreza extrema”.
Queda por último preguntarse ¿por qué la distribución mejoró con Kirchner si se la mide con el coeficiente de Gini y empeoró si se compara lo que reciben los más ricos con los más pobres? Una respuesta tentativa podría ser que el reparto es globalmente más equitativo, pero que esa mejora deja afuera a los más sumergidos (a los deciles 9 y 10). En palabras redundantes: deja afuera a los excluidos.
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