CONTADO
› Por Marcelo Zlotogwiazda
Durante toda la reunión que tuvo lugar la tarde del último lunes, el subsecretario de Coordinación Económica, Fernando Nebbia, se preguntó quién era el señor que llevaba la batuta de la parte empresaria. Le daba vergüenza no conocerlo y reprimió su intriga. Cuando terminó el encuentro, una asesora del secretario de Agricultura, Ganadería y Pesca, Miguel Campos, le informó que se trataba de Rodolfo Costantini, hermano del financista y creador del Malba, Eduardo. De pasado turbio en el sector como dueño del Frigorífico Rioplatense y del privatizado y luego quebrado Santa Elena en Entre Ríos, se dice en el mundillo de la carne que Costantini volvió a ser un peso pesado y rumores difíciles de constatar lo vinculan con el grupo brasileño que hace poco se quedó con la filial local de Swift. Había sido Costantini quien durante el encuentro entregó la contrapropuesta de los exportadores de carne, presentada en un papel que no estaba a la altura de la cuestión clave que se estaba discutiendo. La idea era resignar las ganancias extraordinarias que obtienen los privados que acceden a la Cuota Hilton (carnes de alta calidad que la Unión Europea paga con sobreprecio), a cambio de que el Gobierno diera marcha atrás con parte de la triplicación de las retenciones que el ministro Roberto Lavagna y Campos habían anunciado el viernes anterior. El trueque resultaba inaceptable. A esta altura del año ya está vendida más de la mitad de la Cuota Hilton, con lo cual los pesos a resignar estaban lejos de igualar las retenciones adicionales. Pero más importante que esa torpe picardía, la contrapropuesta no merecía siquiera ser evaluada porque no cumplía con el objetivo prioritario de la medida que molestaba a los empresarios, y que no es otra cosa que desalentar la exportación y reorientar la oferta hacia el mercado externo para frenar el alza de precios de la carne en Liniers. Después de seis meses de esperar en vano una propuesta, el papelito de Costantini no llamaba a debate sino a desprecio.
La retención es mala palabra para cualquier exportador. Pero mientras que los exportadores de granos admiten que es un instrumento válido y potente para, entre otras cosas, conseguir que el precio interno se fije en referencia a un valor internacional recortado por las retenciones, los de carne sostienen que su mercado no funciona como el de un commodity, ya que el precio doméstico de la carne no se fija en función del mercado internacional sino de la relación entre oferta y demanda interna.
Lavagna y Campos no opinan lo mismo y es por eso que mantendrán el aumento en las retenciones, además de la supresión de los reintegros que estaba en vigencia desde antes, con el fin de desincentivar la exportación que había saltado de 600 a 1000 millones de dólares el año pasado, y que este año apunta a cerrar en aproximadamente 1400 millones, lo que en volumen equivale a una quinta parte de la faena total.
Una serie de factores confluyen a explicar la fuerte demanda externa, entre los cuales sobresalen que la vaca loca y la aftosa restringen la oferta de varios importantes productores como Estados Unidos y Brasil, y que la gripe aviaria traslada demanda hacia las carnes rojas. Si a eso se agrega que fronteras adentro se recuperó en parte del consumo y que la sojización (que en el pico llegó a rendir una descomunal tasa de ganancia de 50 por ciento en dólares en cinco meses) desplazó a muchos vacunos a los confines de la frontera agropecuaria, se termina de mezclar el cóctel inflacionario que hizo trepar el kilo vivo en Liniers de 2 pesos a fines del año pasado a un pico de 2,50, precio que en las últimas jornadas bajó un poco.
Campos confía que, sin ceder a la presión del campo para que dé marcha atrás con el aumento de las retenciones y la quita de reintegros, el precio se mantenga en los niveles actuales, aunque no descarta un cimbronazo estacional y, por ende, transitorio para las Fiestas. Pero considera que ésa es apenas una mano de truco.
Para él la partida se define en el mediano y largo plazo, apostando a la batería de medidas ya anunciadas –aunque no tan difundidas– para capitalizar el sector. Entre ellas, créditos y subsidios tendientes a promocionar la inversión en pasturas, su fertilización, la compra de reproductores, el fomento de la lechería (la rentabilidad de un tambo eficiente ya instalado es hoy en día mayor que el de la soja), y la más conocida elevación del mínimo de peso permitido para que un animal sea faenado para evitar la matanza ineficiente de terneros.
Sin embargo, para juntar treinta porotos hay que ir ganándolos de a poco. Mano a mano.
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