CONTADO
› Por Marcelo Zlotogwiazda
El 7 de agosto pasado se dijo en esta columna: “Por ahora los pronósticos para el 23 de octubre adelantan un triunfo como mínimo claro para el oficialismo, que podría no alcanzar las diferencias soñadas, pero que mostraría números lo suficientemente holgados como para que Lavagna no quede posicionado como el garante de una gobernabilidad resentida. ¿Y en tal caso? Los fantasmas que recorren el Palacio de Hacienda proyectan una imagen derrotista. Temen que una victoria nítida lo envalentone a Kirchner a deshacerse de alguien a quien no eligió y con quien nunca ha conseguido combinarse químicamente, más allá de las sucesivas treguas por conveniencia mutua. Incluso exhuman aquel viejo planteo de campaña electoral del ahora Presidente, que se ofrecía a la vez como su propio ministro de Economía, capacitado para ejercer ambos cargos en simultáneo. La hipótesis alcanza a cobrar forma: el cargo de ministro quedaría en manos de alguien con mucho menos autonomía que Lavagna, entre quienes se menciona al ex duhaldista y actual secretario de Hacienda alineado con el kirchnerismo, Carlos Mosse, y al secretario de la Bolsa de Comercio, Alfredo Mac Loughlin”.
Corresponde el mea culpa por el error, ya que el Presidente no se envalentonó colocando a ninguno de ellos dos, sino dio el batacazo con Felisa Miceli. Aunque vale cierta autorreivindicación como consuelo, por la primicia de introducir en el juego de candidatos a alguien que pasó a un cargo clave como el entonces desconocido Mac Loughlin, sobre quien ya llovió una serie de objeciones recopiladas en formato de pedido de informe por el senador Rodolfo Terragno. Entre ellas, que el flamante viceministro de Economía habría ocupado un cargo ejecutivo durante la dictadura, que cobraría jubilación de privilegio, que participó del equipo de Domingo Cavallo como asesor en dos privatizaciones, que luego habría saltado el mostrador para ejercer como director del grupo privado que ganó uno de esos negocios, que está citado como testigo de la parte demandante contra el Estado argentino en un juicio ante el Ciadi, y la lista continúa. Una actitud a la altura de los antecedentes de Felisa Miceli debería ser el inmediato esclarecimiento del tema y, en caso de resultar tarea imposible, el consecuente desplazamiento.
Para conformar el reclamo del presidente Kirchner sobre la necesidad de una autocrítica de los medios, vaya aquí un segundo mea culpa por la mencionada nota de hace cuatro meses. Allí se afirmaba que las variables macro fundamentales no dan como para asustarse tanto en materia de inflación, y se citaba un informe del Banco Francés que sostenía que “en presencia de un superávit fiscal que resta poder de compra al sector privado, junto a un superávit del sector externo que presiona a la baja del tipo de cambio real, de aumento en la demanda de dinero en pesos y de un Banco Central que emite moneda con respaldo en dólares, es difícil argumentar que existe un desequilibrio en las principales variables macroeconómicas que pueda conducir a alta inflación”.
Corresponde el mea culpa porque si bien la inflación de noviembre que se conocerá mañana será apenas levemente superior al 1 por ciento (¿1,2?) y cuesta definir a eso como inflación alta, lo que importa son las percepciones y la verdad es que, comenzando por el Gobierno, el actual aumento de precios está siendo considerado alto. En definitiva, alto o bajo son conceptos relativos. Lo que en julio-agosto preocupaba poco, luego de una elevación marginal, ha pasado a ser prioridad de Estado.
Claro que, nuevamente, la autocrítica viene acompañada de justificación, con permiso del Presidente. Aquella columna del 7 de agosto señalaba sobre el final que “los vaticinios agoreros sobre la inflación fallaron otra vez”, pero aclaraba que “las aguas se aquietaron (sólo) por un tiempo”. Y remataba informando que “en Economía son extremadamente cautelosos y no le quitan el ojo de encima al tema precios. Dicen que al monstruo hay que tenerlo fuertemente controlado porque si se despierta es muy difícil dominarlo”.
Ya no es Lavagna sino su ex mujer de confianza la encargada de mantenerlo dormido. En sus primeras horas de función ha dado claras muestras de que el tema sigue siendo prioritario, aunque con señales de que el enfoque no es exactamente el mismo que el de su antecesor. El tiempo dirá cuánto de diferente y cuánto de continuidad hay entre ambas gestiones. Por ahora, el anunciado acuerdo con grandes cadenas de supermercados parece indicar que el abordaje es preeminentemente político. Fue precisamente la necesidad política lo que explica el apuro en anunciar algo que está prácticamente vacío de detalles técnicos.
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