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› Por Marcelo Zlotogwiazda
El potencial económico de China no tiene correlato en el fútbol, al punto que su selección ni siquiera clasificó para Alemania. Pero sí se ve bastante bien reflejado en los Juegos Olímpicos, ya que en Atenas se ubicaron cómodamente segundos en el medallero detrás de los Estados Unidos, y todo indica que mejorarán más aún su performance jugando de locales en el año 2008. El Banco Mundial acaba de subir del quinto al cuarto lugar a China en el ranking de países según la medida tradicional de Producto Bruto, desplazando al Reino Unido y quedando detrás de Estados Unidos, Japón y Alemania. Pero si en lugar de comparar según los tipos de cambio vigentes se ordena de acuerdo con el Producto Bruto que surge de una metodología conocida como Paridad de Poder Adquisitivo (corrige el efecto de que una heladera o una computadora fabricada en China tienen un precio en dólares inferior a la misma heladera o computadora fabricada en Europa o Norteamérica, por ejemplo), China es desde hace tiempo la segunda potencia mundial. Y en términos de comercio ocupa el tercer lugar, con cerca del 8 por ciento de las exportaciones del mundo, y creciendo a tasas mucho más altas que el promedio de los países. No falta mucho para que en eso también sean segundos.
Ante tan abrumadoras cifras surge, entre otras preguntas obvias, si la Argentina está aprovechando la oportunidad abierta en materia comercial. Las frías estadísticas del Indec muestran que las exportaciones a China vienen aumentando significativamente: saltaron de ínfimos 189 millones de dólares en 1980 a 1092 millones en el 2001, subieron un 150 por ciento más hasta alcanzar 2628 millones en el 2004, y un 20 por ciento adicional para llegar a 3158 millones el año pasado. En el primer trimestre de este año se exportó un 72 por ciento más que en igual período del 2005. De esta manera, China es ahora el cuarto destino en importancia de las ventas argentinas con el 8 por ciento del total, sólo superado por Brasil, Chile y Estados Unidos.
Sin embargo, analizada en contexto y perspectiva, la situación no es tan satisfactoria como luce a simple vista. Es lo que surge de un reciente ensayo de Carlos Galperín, Gustavo Girado y Eduardo Rodríguez Diez, que apareció publicado en el último número de la revista Integración y Comercio bajo el título “Consecuencias para América latina del nuevo rol de China en el mundo: el caso argentino”. Los tres economistas señalan que “si bien creció el papel de China como destino de las exportaciones argentinas, no ha ocurrido lo mismo con el papel argentino en las importaciones chinas”. Traducido a porcentajes, mientras la absorción china de exportaciones argentinas subió como ya se vio hasta el 8 por ciento, las exportaciones argentinas como parte del total de compras chinas cayó a casi la mitad (alrededor del medio por ciento) de lo que representaban 20 años atrás. Esto se explica por la sencilla razón de que un montón de países aprovecharon la oportunidad mucho más que la Argentina, lo que más allá del crecimiento absoluto hizo que la Argentina perdiera peso relativo.
Es interesante notar, además, cómo la mayor inserción en el mercado chino se concentra en muy pocos rubros: entre agroalimentos (76%), minerales (8%), cueros (6%) y metales (5%) acaparan el 95 por ciento de la facturación.
Los autores evalúan que existe buen margen para “expandir” la presencia en los mercados en donde ya hay presencia, pero además identifican donde hay posibilidades de ocupar espacios totalmente inexplotados. En este sentido sobresalen algunos ítem del rubro alimentos y pesca, bajo la lógica de que el desarrollo va a empujar a China a “una dieta con proteínas animales, donde crecerá la demanda de granos forrajeros y harinas vegetales”, y donde “se incrementarán las necesidades de alimentos de alto valor agregado”. Abonando este panorama, Galperín, Girado y Rodríguez Diez agregan que en China ha caído muy fuerte (cerca de un 20 por ciento en los últimos diez años) la disponibilidad de tierra arable.
Ante la conclusión de que “la Argentina no se ha podido apropiar de los beneficios derivados del crecimiento de China”, los autores recomiendan contar con “estrategias de largo plazo” que comprendan la asignación de recursos y capacidades, y la acción conjunta del Estado y los privados. “Un plan oficial, sostienen, debería comenzar por establecer qué espacio tendría que ocupar la dimensión china en nuestras relaciones exteriores”, y una vez definido eso habría “que mantener esa política por encima de cualquier coyuntura”.
Valga un ejemplo que describe el estudio para ilustrar las causas del insuficiente avance. En 1992 se creó el Comité Nacional para Asia y el Pacífico (Conapac), coordinado por Cancillería y con participación del Ministerio de Economía, de cámaras empresarias y de instituciones académicas, con el objetivo de diseñar y aplicar políticas tendientes a aprovechar un fenómeno que por entonces era incipiente. Desde 1998 dejó de tener funcionamiento efectivo, aunque nunca fue disuelto ni tampoco reemplazado cabalmente por un organismo alternativo.
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