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› Por Marcelo Zlotogwiazda
En Estados Unidos el salario mínimo que fija el gobierno federal está clavado hace diez años en 5,15 dólares por hora, lo que por supuesto significó un importante deterioro en el poder de compra para millones de jóvenes que se inician en el mercado laboral con esa remuneración, y para otros millones de trabajadores de baja calificación que también cobran ese básico legal. Con el objetivo de descongelar la historia, sindicatos y otras organizaciones sociales lograron que en seis estados el martes pasado se sometiera a consulta popular, junto con la elección de legisladores, la propuesta para elevar el salario mínimo por ley de nivel estadual a 6,50 o 6,75 dólares la hora, según el caso, y su ajuste anual por costo de vida. En Missouri y en Montana la propuesta fue avalada por tres cuartas partes de los votantes. En Arizona y Nevada por algo más de dos tercios. El triunfo en Ohio fue mucho más ajustado, con un 56 por ciento a favor y con más de un millón y medio que rechazó el aumento. Y el caso más llamativo fue el de Colorado donde el Sí ganó con apenas el 53 por ciento.
La campaña a favor se apoyó en razones elementales de justicia social para los que menos ganan, en la conveniencia económica de estimular el consumo de ese segmento social, y en consideraciones políticas del tipo es un caso piloto para luego avanzar sobre la legislación federal.
Pero también hubo propaganda en contra con argumentos que convencieron a cerca de tres millones y medio de habitantes de esos seis estados a votar por el No. Por ejemplo, un medio electrónico de Arizona publicó una nota editorial titulada “El aumento del salario mínimo va a dañar a los que supuestamente se beneficiarían”. Entre otros fundamentos se señalaba que “si la propuesta se aprueba, los empleadores de Arizona forzosamente se harán una serie de preguntas peligrosas: ¿por qué quedarnos en Arizona en lugar de trasladarnos a Nueva México y ahorrar un montón de dinero? ¿O, peor, por qué contratar trabajadores legalmente que cuestan cada día más caro, cuando el riesgo de tomar inmigrantes ilegales es cada vez más manejable?”. No faltó en la argumentación la alternativa de reemplazar el trabajo encarecido por moderna maquinaria.
Más allá de que, por suerte para ellos, la mayoría no se dejó engañar y votó a favor del aumento en los seis estados y de la consecuente presión para que el gobierno debilitado de George Bush, o en caso contrario los aspirantes demócratas, extiendan el incremento a nivel federal, el debate que hubo en Estados Unidos muy probablemente sirva de aperitivo a una discusión similar que se aproxima en la Argentina.
Aquí también el salario mínimo legal estuvo congelado en 200 pesos durante diez años, hasta que comenzó a ser ajustado a partir de 2003 y es ahora de 800 pesos, es decir que acumula un aumento de 300 por ciento. Es una de las causas principales que explican el aumento del salario real de los últimos tres años. Recuperación que a los trabajadores en blanco del sector privado los ubica en promedio 30 puntos porcentuales por encima de la inflación acumulada a partir del fin de la convertibilidad, y que según se discutió en esta misma columna hace unos meses también facilitó un aumento por encima de la inflación para los trabajadores en negro, aunque para ellos (lo mismo que para los empleados públicos) esa actualización real todavía esté lejos de compensar lo perdido previamente (el atraso es de 35 puntos y el de los estatales casi de 50 puntos porcentuales). Hasta ahora la mejora en las retribuciones fue absorbida con muy poca protesta por parte de los empresarios, por la sencilla razón de que contaban con márgenes de rentabilidad excepcionales. Pero no sería de extrañar que de ahora en más el reclamo por parte de los sindicatos así como eventuales aumentos en el salario mínimo decretados por el Gobierno comiencen a despertar creciente resistencia y proliferen excusas y lógicas parecidas a las esgrimidas por los que perdieron en Estados Unidos.
Postdata: El domingo pasado esta columna trató sobre la dificultad de mantener la actual paridad cambiaria en términos reales, cuestión que cobró mayor relevancia durante la semana por la fuerte afluencia de divisas desde el exterior que, a pesar de la masiva compra de reservas por parte del Banco Central, empujó hacia abajo la cotización del dólar. Y respecto de las reservas se sugería lúdicamente apostar respecto a si la Argentina iba a llegar a los 30.000 millones de dólares antes que China al billón. Por si alguien lo hizo, sepa que los chinos ya superaron la impactante cifra del millón de millones.
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