Dom 17.06.2007
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CONTADO

Vodka para Szewach

› Por Marcelo Zlotogwiazda

Basta observar lo que está sucediendo en Brasil para comprender el valor de que el gobierno argentino haya podido evitar hasta ahora la revaluación del peso, algo que la ministra Miceli elevó el miércoles pasado a la categoría de “política de Estado”. Una política que como casi todas no está exenta de costos, como lo es en este caso la tensión inflacionaria que generan los desequilibrios propios de un proceso de crecimiento muy fuerte y bastante desordenado.

En Brasil, en cambio, no han podido sostener el dólar ni siquiera con una fenomenal acumulación de reservas, y la divisa que en 1999 llegó a cotizar bien por encima de los 3 reales, hace un par de semanas perforó el piso de los 2 reales y nada indica que se vaya a recuperar en lo inmediato. Brasil no sufre de presión inflacionaria, pero el atraso cambiario fue una de las razones fundamentales del bajísimo crecimiento que tuvo el país durante el primer mandato de Lula Da Silva, que si bien se ha recuperado algo continúa siendo decepcionante. Para peor, el miércoles se conocieron los indicadores macroeconómicos del primer cuatrimestre del año, que muestran un desaceleramiento del Producto Bruto a un 4,3 en términos anuales, y que en su desagregado exhibe una muy mala performance del agro y la industria (es decir de los sectores transables o dependientes directamente del tipo de cambio) compensada con mejores resultados en los servicios.

No parece casual que el día anterior el gobierno anunciara el plan “Revitaliza”. La más que sintomática denominación alude a un programa de auxilio para “combatir los efectos de la excesiva valorización del real y de la competencia predatoria en algunos sectores”, según lo explicado por el ministro de Hacienda, Guido Mantega. El paquete se compone de líneas de crédito por el equivalente a alrededor de 1500 millones de dólares que el todopoderoso Banco Nacional de Desarrollo pondrá a disposición de los sectores más afectados (textil, calzado, muebles, cuero, electrodomésticos, entre otras) para inversión, capital de trabajo y financiación de exportaciones, y de otras medidas promocionales como, por ejemplo, desgravaciones tributarias. Además, Brasil está tratando de que el Mercosur le apruebe incrementos en los derechos de importación que pretende imponer para proteger unas 300 posiciones arancelarias.

El anuncio fue recibido tibiamente por parte de la burguesía brasileña, que lo considera mejor que nada pero lejos de lo deseable. Por su parte, desde la Central Unica de Trabajadores que el propio Lula fundó como brazo sindical del Partido de los Trabajadores, su actual presidente, Artur Enrique, salió al cruce del anuncio diciendo que “el desarrollo brasileño exige más que las medidas anunciadas, con cambios en una política macroeconómica que ahora beneficia al sistema financiero y no al productivo”.

Ante tamañas diferencias entre la Argentina y Brasil, llama la atención que el economista Enrique Szewach escribiera en uno de los últimos informes de su consultora lo siguiente: “Hace ya unos meses que Brasil está acumulando reservas y tratando de ponerle un piso a la cotización del real frente al dólar. Y, por otra parte, ha dado señales de querer reducir parcialmente su superávit fiscal primario, para acelerar el crecimiento con un aumento del gasto público. Una clara receta kirchnerista”. El informe se titula “Efecto Orloff”, que como bien recuerda Szewach fue la manera en que en los años ’80 los brasileños denominaron a la sucesión de planes de estabilización aplicados por Brasil poco tiempo después que un programa parecido había sido lanzado en la Argentina. Lo de Orloff aludía a una campaña publicitaria de la vodka de esa marca en esos años que destacaba que el producto minimizaba los efectos de la resaca. “Deberíamos hablar nuevamente del Efecto Orloff, dado que desde que renovó su mandato el amigo Lula parece querer imitar a su colega argentino, al menos en la política cambiaria y, probablemente, en la fiscal y de obra pública”, afirma Szewach.

Seguramente que al gobierno brasileño le gustaría tener un tipo de cambio más parecido al que tenía cuando estaba a la par del peso argentino que al de ahora. Pero ya sea porque no puede o porque no quiere pagar el costo y correr los riesgos de la Argentina, lo cierto es que la situación y los resultados son tan disímiles que sólo un exceso de vodka justifica que se asimilen las dos experiencias y se hable de Efecto Orloff.

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