CONTADO
› Por Marcelo Zlotogwiazda
La palabra inglesa windfall significa ganancia inesperada. Y de acuerdo con el diccionario de términos económicos de la revista Forbes, el windfall tax es un “impuesto que grava a un sector que se beneficia de una ganancia inesperada, y que con más frecuencia es aplicado a actividades basadas en la producción de commodities”.
Conceptualmente, ese tributo tiene antecesores. En 1917, por ejemplo, Estados Unidos creó un impuesto a las ganancias excesivas que gravó con alícuotas importantes a las empresas que gracias a la Primera Guerra Mundial generaron utilidades superiores a las que obtenían antes. Un impuesto de similares características tuvo vigencia durante la Segunda Guerra y también durante el conflicto con Corea.
Con la denominación de windfall tax, el antecedente más conocido es el del Reino Unido en 1997. Apenas asumió Tony Blair como primer ministro hizo aprobar en el Parlamento un gravamen a las ganancias excesivas que 33 compañías de servicios públicos privatizadas durante el thatcherismo habían logrado debido a que las acciones de las empresas estatales habían sido subvaluadas. El entonces ministro de Finanzas es el actual primer ministro Gordon Brown, que en ese momento presentó el proyecto como una manera equitativa de obtener recursos para financiar un ambicioso plan para subsidiar un programa de empleo. El impuesto recaudó alrededor de 9 mil millones de dólares.
En la actualidad, el windfall tax está muy de moda en el mundo como consecuencia de la fabulosa revalorización de materias primas. Robert Reich, secretario de Trabajo de Bill Clinton, viene proponiendo hace meses que se aplique ese impuesto a las compañías petroleras y que los fondos resultantes se usen para financiar el desarrollo de energías alternativas menos contaminantes. Y en Mongolia, por citar un caso lejano, el Congreso aprobó el año pasado un windfall tax que llega al 70 por ciento de los beneficios extraordinarios en la producción de minerales, particularmente oro y cobre.
Es obvio que toda esta introducción pretende contextualizar uno de los objetivos que tiene el aumento en las retenciones a las exportaciones del agro que se anunció el miércoles último, que es el de capturar parte de las superganancias derivadas de los altos precios de los granos.
Capturar sólo una parte.
Pese a que la dirigencia rural más tradicional salió a mostrarse como víctima de una medida confiscatoria, la aritmética prueba que la situación en la que quedan sigue siendo mucho mejor que la de comienzos de año. Un par de cuentas alcanza a demostrarlo:
u En enero pasado, el precio de la tonelada de trigo exportada fue de 592 pesos al tipo de cambio de ese momento, y dado que la retención era del 20 por ciento, el precio neto de exportación bajaba a 474 pesos.
u El precio actual es de 866 pesos, que con la nueva alícuota del 28 por ciento queda reducido a 624.
Es decir que, aun tras el alza de 8 puntos en el impuesto, el ingreso neto se ubica un 32 por ciento arriba que hace diez meses, que de por sí ya era muy redituable.
Además de que el Estado captura sólo una parte del windfall, esa parte es menor a la mitad. De los 274 pesos de aumento en el precio de exportación, los 8 puntos de suba en la retención se llevan 124, y le dejan al campo los otros 150.
Muy distinta es la sensación que queda de las declaraciones del vicepresidente de Confederaciones Rurales Argentinas, Néstor Roulet, que se quejó de que “ahora con la presión impositiva te llevan más del 55 por ciento entre retenciones, ganancias y otros tributos. Tenemos un socio que no trabaja y no tiene riesgo, pero se lleva la mitad de lo que producimos”. Pero la mitad que les queda, ¿no representa acaso una muy buena rentabilidad?
Es interesante observar que los dirigentes agropecuarios no conciben que la presión impositiva que soportan suba, cuando el abc de una tributación progresiva indica, precisamente, que la carga crece proporcionalmente con la ganancia.
Las retenciones cumplen también la función de recortar el precio de exportación que se toma como referencia para fijar los valores internos de productos tan sensibles como los granos. Pero el propósito de esta columna fue tratar sobre el windfall y la manera en que los Estados se apropian de una parte.
Parece que no faltará oportunidad para volver sobre el tema, ya que proliferan los pronósticos que señalan que el boom de precios se mantendrá por largo tiempo. Disquisición semántica: si muchos esperan que suceda eso, la retención que habría que aplicar entonces ya no cumpliría la función de windfall tax o impuesto a las ganancias inesperadas.
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