CONTADO
› Por Marcelo Zlotogwiazda
Edmar Bacha es un prestigioso economista brasileño que colaboró con el entonces ministro de Hacienda Fernando Henrique Cardoso en la elaboración del Plan Real. La fama académica de Bacha es muy anterior al protagonismo que tuvo en el diseño de la política antiinflacionaria que sirvió de plataforma para que Cardoso llegara a la presidencia. Hace más de 30 años, Bacha escribió un precioso artículo titulado El economista y el rey de Belindia: una fábula para tecnócratas, en el que planteaba diferentes maneras de medir el crecimiento de un país donde una minoría disfrutaba del bienestar de Bélgica mientras que la mayoría padecía la miseria que por entonces predominaba en la India. Desde entonces, Belindia fue el término usado para identificar ese tipo de situaciones. Bacha sostenía que Belindia era “una extraña unidad dialéctica de contrarios”, y si bien no lo hizo explícito en el artículo se sobreentendía que esa combinación aludía a Brasil.
A primera vista, el término puede resultar anacrónico para etiquetar a Brasil. Si bien tanto en Brasil como en la India la desigualdad sigue siendo abismal, ambos países son actualmente más reconocidos como dos de las grandes potencias emergentes, junto con China y Rusia. De hecho, las iniciales de los cuatro conforman la palabra BRIC, un término cada vez más usado para referirse a ese grupo.
Sin embargo, según el último Informe sobre Desarrollo Humano de las Naciones Unidas, la consideración de Brasil como una mezcla de Bélgica e India es bastante acertada. El índice de Desarrollo Humano de los diferentes países surge de una fórmula que toma en cuenta la expectativa de vida, el nivel educativo y la riqueza generada, y llega a un valor máximo de 1. En el ranking de 2007, Bélgica ocupa el puesto 17 con una calificación de 0,946 e India el puesto 128 con 0,619, lo que arroja un promedio de 0,783. Muy cercano al 0,800 con el que Brasil se ubica en el puesto 70.
Con este criterio, Brasil sigue siendo Belindia tal como Bacha sugería en 1974.
Con ese mismo criterio la Argentina es Cannez, una extraña unidad dialéctica conformada por un subgrupo que vive como en Canadá y otro que está al nivel de Túnez, el país africano de origen del rival al que Boca Juniors venció días atrás para poder disputar hoy nuevamente la final de la Copa del Mundo. Canadá es el cuarto país más desarrollado, con un puntaje de 0,961, y Túnez figura en el puesto 91 con 0,766. El promedio simple da como resultado 0,864, muy cercano al 0,869 con el que la Argentina se ubica en el lugar 38 del ranking de desarrollo humano.
¿Cuántos son argencan y cuántos argennez? Una aproximación a la respuesta se encuentra en un trabajo titulado “Convergencia arriba, divergencia abajo: a quién le fue tan mal en la economía argentina”, que los economistas de la Cepal, Daniel Heymann y Adrián Ramos, publicaron hace un año y medio. En el trabajo afirman que “en la Argentina es como si la distribución de un país europeo estuviera comprimida en menos de la mitad de la población, mientras que el restante 60 por ciento queda lejos de permitir una referencia de esa naturaleza”. En otras palabras, los dos tercios más altos de la pirámide conforman una estructura social muy similar a la europea (o a la canadiense), donde los de arriba de todo tienen ingresos que los colocan no muy lejos de los ricos del Primer Mundo, y el resto tiene ingresos parecidos a las franjas medias y pobres de un país desarrollado. Por ejemplo, un argentino que está por la mitad de la escala de ingresos vive como un pobre de Europa o Canadá. Son los argencan.
El otro 40 por ciento son los argennez, que en promedio viven como en Túnez.
El jueves pasado, Javier González Fraga dijo en un seminario que hay “un exceso de capacidad de compra por parte de los ricos”, y que “el consumo de la mitad más rica de la población es lo que está fogoneando la inflación”. Los argencan son los que generan el record de venta de autos nuevos, los que atiborran los shoppings, los que hacen cola en los restaurantes que proliferan en zonas fashion y los que protagonizarán una sensacional temporada de vacaciones. El economista, que hace un par de años fue coautor con el ministro Martín Lousteau del libro Sin atajos, insistió en su disertación con la propuesta de reducir los subsidios que reciben los argencan a través de tarifas congeladas y precios artificialmente bajos de otros bienes que consumen.
Después de cinco años de extraordinario crecimiento, parece no quedar duda de que el aumento del PIB no es condición suficiente para desfragmentar el país. Es cada vez más evidente que el armado de un modelo “con inclusión” como declama Cristina Kirchner requiere de políticas mucho más redistributivas que las aplicadas hasta ahora. De lo contrario, la Argentina podrá seguir creciendo pero no dejará de ser Cannez.
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