OPINIóN › LA CRISIS EUROPEA Y ENSEñANZAS PARA EL MERCOSUR
› Por Marta Bekerman *
La integración europea está atravesando una de las etapas más críticas desde su nacimiento. La causa más inmediata está vinculada con la crisis griega y su impacto sobre otros países europeos. Los altos niveles de endeudamiento y los fuertes desequilibrios fiscales han llevado a la adopción de fuertes medidas de austeridad. Congelamiento de salarios y del gasto público, reducción de ayudas al desarrollo y a los sectores sociales más desfavorecidos pueden sumarse al desempleo existente con efectos nefastos sobre el consumo. Sin embargo, los excesivos niveles de deuda son sólo detonantes de problemas estructurales que afectan a la región. Y que se vinculan con la creación de una moneda común entre economías tan distintas y con la falta de convergencia en materia de competitividad que mostraron esas economías desde el momento de su integración monetaria.
Esto fue comprendido por la canciller alemana Angela Merkel para quien el plan de estabilización de 750.000 millones de euros sólo sirve para “ganar tiempo”, ya que el gran problema de la Eurozona es la profunda brecha entre las economías fuertes y las más débiles. Esto significa que el rescate anunciado puede llegar a resolver un problema de liquidez de corto plazo, pero no reducir esa brecha a menos que se produzca en algunos países una marcada caída en los salarios o un fuerte aumento de la productividad. Esto último es muy difícil en un contexto recesivo como el que se espera en Europa.
En 1961, el economista canadiense Robert Mundell señalaba que un régimen monetario común o una moneda única sólo puede aplicarse en zonas o regiones que tengan una misma estructura económica o puedan converger rápidamente a ella. Este no es el caso de las economías europeas, donde puede observarse marcadas diferencias en el crecimiento de la productividad entre países como Alemania, por un lado, y Grecia, por el otro. En este contexto, la experiencia demuestra que un giro prematuro hacia la unión monetaria puede, de hecho, minar el proceso de integración.
¿Qué plantea esto desde la perspectiva del Mercosur? En todos los procesos de integración regional pueden existir mayores o menores diferencias entre los países miembros. El desafío es hasta qué punto la marcha de ese proceso contribuye a acercar los niveles de competitividad de esos países. Los mayores beneficios potenciales que pueden obtenerse a partir de los procesos de integración son aquellos de carácter dinámico que permiten generar cambios tecnológicos, efectos aprendizaje y de especialización productiva que permitan fortalecer la competitividad global de la región frente al resto del mundo.
¿Cuál es la realidad que existe hoy en el Mercosur, y en particular en la relación entre Argentina y Brasil? Al momento de la firma del Tratado de Asunción existían diferencias de tamaño de mercado y de niveles de industrialización. Esas diferencias se han visto profundizadas a lo largo de las últimas dos décadas. Esto se ve reflejado en las relaciones comerciales que muestran en los últimos años un superávit comercial creciente favorable a Brasil en manufacturas industriales. Esas diferencias se vinculan con la falta de armonización de políticas públicas y con las estrategias seguidas por ambos países desde los años noventa. Es cierto que, a diferencia de Europa, nuestros países no poseen una moneda única y, felizmente, no fueron adoptadas estrategias irresponsables de dolarización como fueron sugeridas por algunos economistas en momentos de crisis macroeconómicas. Pero también es cierto que, en la medida en que las divergencias competitivas se hagan más profundas será más difícil consolidar el proceso de integración
* Profesora de la UBA e investigadora principal del Conicet.
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