Pasó casi desapercibido, solapado por distintos episodios externos e internos, pero hace un año que la década de los noventa dejó de ser “la década pasada”. La erupción de la crisis económica global en los países de la Unión Europea y el acalorado debate alrededor del uso de las reservas internacionales del Banco Central desdibujaron el cambio de decenio. La década del noventa fue larga: empezó en 1989 y concluyó a comienzos de 2002. Entre ese período y este nuevo año que asoma ha pasado una década o, si se prefiere rigurosidad temporal, nueve años.

El cambio, la imposibilidad técnica de referirse a la década del noventa como “la década pasada”, implica la pérdida de una poderosa herramienta discursiva y, a su vez, satisfacción. Las políticas económicas de los nueve años que pasaron luego de la profunda crisis de 2001-2002 no lograron revertir las consecuencias de la década del noventa que, a su vez, arrastraba veinte años de exclusión. No obstante, con las contradicciones que persisten y las nuevas que surgieron, los resultados en materia de crecimiento económico, creación de empleo y distribución del ingreso alcanzados dan sentido a la periodización. Todavía no tiene nombre propio, pero la década pasada ya es otra.

Además de la satisfacción y el surgimiento de nuevos responsables políticos por el pasado más cercano, el cambio descoloca. La repulsa que genera en el conglomerado opositor –político, económico y social– la nueva década pasada y las distintas iniciativas que impulsan desde esos sectores evidencian el desconcierto en el que se ven inmersos ante el cambio de década. Los menos no toleran no haber sido protagonistas, que la década de los noventa ya no sea más la década pasada. Un grupo más significativo y poderoso directamente se paraliza con angustia porque se sienten obsoletos (e impotentes) frente a una década pasada como la que acaba de terminar