OPINIóN › CONFLICTO CON GRUPOS ECONóMICOS Y DESARROLLO NACIONAL
› Por Federico Bernal
Los representantes del “granero del mundo” viven enajenados al mercado exterior. Son las clases dominantes sostenedoras del modelo agroexportador, gobernado por estancieros no burgueses y burgueses estancieros, ligado a un país dependiente, con un mercado interno llevado a su mínima expresión. A un año de haberse cumplido el Bicentenario, un modelo antagónico al “granero del mundo” vuelve al ruedo. La reacción también. Opuestos a una economía nacional, diversificada y democrática, la gran burguesía argentina contemporánea –al igual que sus homólogos de clase agro-ganaderos– son conscientes de que el país está cambiando.
Los cimientos del orden neoliberal en la Argentina no dejan de desmoronarse. Se están dado las condiciones objetivas y subjetivas para la eclosión de un capitalismo para los 40 millones de habitantes. Podría pensarse que nada más conveniente para los intereses de la gran burguesía doméstica que el surgimiento y la consolidación de dicho capitalismo. Pero parece que ellos no piensan lo mismo. Sucede que tal capitalismo viene acompañado de una masa creciente de pequeños, medianos y grandes empresarios e industriales nacidos al amparo de un Estado activo, en un contexto mercadointernista pujante.
Entonces aparece aquello que a los Rocca y a los Biolcati más asusta: no hay mejor escuela para la nacionalización de la burguesía (o el nacimiento de una burguesía identificada con un proyecto nacional) que un mercado interno sólido y en expansión. En términos prácticos, aparece una burguesía cuya suerte y destino van ligados a la suerte y destino del mercado interno. Pero no termina acá la pesadilla de esa resistencia: la semilla de una alianza estratégica entre la producción nacional y las clases populares no sólo fue sembrada sino que además ya germinó. Ocurre que están cambiando las relaciones entre grupos sociales, entre intelectualidad y pueblo, entre cultura y emancipación, entre federalismo e industria, entre burguesía y Estado-nación. Las reivindicaciones históricas de la clase media, del pequeño y mediano agricultor, de la pequeña burguesía y de una parte reducida aunque creciente del gran empresariado nacional comienzan a fusionarse con las del movimiento obrero y trabajador. Juntos, aglutinados por y desde el Estado, en un frente policlasista aún difuso y contradictorio pero progresivamente consciente, van identificando en los grandes monopolios a los principales causantes de la distorsión artificial de los precios internos. Van advirtiendo en la potenciación productiva y en la industrialización del “campo” la llave de la capitalización nacional y la modernización económica; van advirtiendo, finalmente, en las grandes corporaciones mediáticas a los guardianes del perimido aunque no destronado aún orden cultural del “granero del mundo”.
La estrategia reaccionaria centra todo su poder en frenar y revertir el ciclo de demanda en ascenso. Porque al hacerlo se logrará debilitar al sector empresarial e industrial vinculado al mercado interno, al movimiento trabajador y a la estabilidad económica de la clase media
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