OPINIóN › CRISIS DEL PARADIGMA NEOLIBERAL Y EL MOVIMIENTO DE LOS INDIGNADOS
La pretensión de autorregulación que supone una “sociedad de mercado” ha perdido fuerza. La sucesión de “indignados” no hace más que exhibir su fracaso.
› Por Amilcar Salas Oroño *
La particularidad de la “sociedad de mercado” que se difundió con extrema rapidez desde el siglo XIX en adelante, de los centros a las periferias, recibe un nuevo embate, variado, inconcluso, popular, desde regiones muy disímiles. Hay algo de la “promesa” del ideario liberal que, al igual que hacia la Segunda Guerra Mundial, pareciera estar desvaneciéndose en el aire: sus instituciones clave atraviesan un desprestigio muy extendido, lo que anticipa un próximo período de reacomodamientos organizacionales, culturales e ideológicos de diversas magnitudes, sin que pueda especularse todavía sobre sus tiempos de desarrollo ni sus direcciones. Por la cadena de respuestas e “indignaciones” que se manifiestan a diario en este nuevo ciclo de crisis capitalista puede afirmarse, retomando a Karl Polanyi, que una (nueva) Gran Transformación está ocurriendo de manera cada vez más explícita: la pretensión de autorregulación que supone una “sociedad de mercado” ha perdido nuevamente su fuerza retórica moralizante y estructuradora de los comportamientos. Lo que se está reclamando de diferentes formas es, en el fondo, que la sociedad no quede como rehén exclusivo del mercado, esto es, que exista alguna forma de “intervención social” sobre el mismo, de regulación, con la variedad de opciones y contradicciones que supone un pedido de esta naturaleza; simplemente, la sociedad antes que el mercado, y no al revés.
El fin de la primera versión del patrón oro internacional constituyó un momento clave en la historia del capitalismo, distinguiendo dos épocas: marcó un freno al liberalismo (económico) como modelo civilizatorio, con su variada edificación conceptual de ideologías conexas e instituciones, dando lugar a una transformación radical en las ideas sobre los destinos colectivos, incluso dejando espacio de actuación para aquellas opciones que terminaron por constituir uno de los capítulos más desgarradores de la historia del hombre en sociedad. Sin embargo, por procesos históricos superpuestos y derivados de aquellos cambios, luego de las modificaciones en los estándares de transacción monetaria de los años ‘70 y la internacionalización de las fuerzas productivas, acoplados a la gravitación creciente de los circuitos de valorización financiera, un (nuevo) liberalismo consiguió reposicionarse como modelo societal, en paralelo con la hegemonía estadounidense. Ahora bien, ese mismo (neo)liberalismo que fue desplegándose desde entonces como discurso y práctica económica se diseñó ideológicamente sobre una similar pretensión de “sociedad de mercado” autorregulada, con el agregado de que, por las complejidades de las circunstancias, esa misma pretensión debía ecualizarse a través de ciertos organismos supranacionales claves –FMI, BM, BCE, entre otros–, que darían curso y proyección al propio “equilibrio natural”. Como aquél, es ahora este neoliberalismo el que está en entredicho, sobre todo a partir de la crisis del capital financiero –-2008– que ha colocado a la mayoría de los países centrales ante la imposibilidad de, por un lado, reestablecer una dinámica de acumulación que revierta la situación de default generalizado y, por el otro, controlar las derivas de la propia especulación financiera que, lejos de haberse moderado, se dispara hacia múltiples segmentos –como los commodities alimentarios–, cuestión que podría llegar tornar el panorama global aún menos auspicioso. Lo que hoy se activa en distintas partes del mundo es, como en los años ‘30 del siglo XX, una crítica profunda al liberalismo, ahora neoliberalismo. Evidentemente no se expresa de una forma orgánica ni homogénea, lo que debilita en cierta medida la resonancia de cuestionamientos comunes dichos en diferentes tiempos y espacios, e idiomas. Pero en el centro de las críticas populares, masivas, desordenadas están casi los mismos elementos de antaño, con sus nuevos ropajes: a grandes rasgos, y según las idiosincrasias de cada territorio, los reclamos se dirigen hacia las limitaciones de las fórmulas representativas del Estado –a fin de cuentas, la garantía de que los engranajes sociales mantengan los privilegios– y las incapacidades derivadas para ejercer la administración, y hacia la vacuidad en la que ha caído la ficción liberal del consumo y del progreso individual, que se estrellan contra la materialidad de las realidades. Una crisis económica y sustantivamente ideológica, de sentido, que no anula al sistema de un instante a otro, todo lo contrario, pero que afecta la legitimidad y la autoridad de sus instituciones en el mediano y largo plazo, cuestión no menor en lo que respecta a la reproducción de un determinado orden social. Si ahora esta ficción de la “sociedad de mercado” autorregulada se resquebraja en Grecia y España, el movimiento viene desde hace varios años y de otros países. Quizá sus primeras manifestaciones se evidenciaron en las periferias; en ese sentido, el ciclo de protestas sociales latinoamericanas que dio lugar a ciertos gobiernos progresistas debe sumarse a la lista. No es casualidad, entonces, que sea en Chile –a contramano de estos gobiernos, y de los procesos que los forjaron– donde también se replica el actual descontento, a partir de un rígido esquema universitario exclusivamente orientado hacia la figura de un consumidor privilegiado.
Como socialización política, el liberalismo/neoliberalismo vuelve a derrumbarse; como modelo organizador de la sociedad vuelve a evidenciar contundentemente su incapacidad. En eso consiste la actual crisis del capitalismo: la sucesión de “indignados” no hace más que exhibir el fracaso de su propuesta civilizatoria, la inconsistencia de sus principios, la contradicción de sus instituciones. La pretensión autorregulatoria neoliberal se desdibuja día tras día, al igual que sus “promesas”. Resulta fundamental que las demandas de intervención y regulación de esta crisis no se resuelvan autoritariamente como en el siglo pasado, una tendencia latente si se tienen en cuenta los triunfos de las derechas políticas en buena parte de los países europeos. Al respecto, ciertas medidas políticas definidas por algunos gobiernos latinoamericanos parecieran estar a la altura de las circunstancias, incluso lo admiten académicos estadounidenses y europeos. No es poco, teniendo en cuenta el tradicional lugar que se le ha otorgado a la región
* Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (UBA).
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