Domingo, 11 de noviembre de 2012 | Hoy
OPINIóN
Por Gerardo De Santis *
Las recientes protestas de las capas medias urbanas que tuvieron lugar en las principales ciudades del país, y que arrastran la definición de “cacerolazo”, ponen de manifiesto las contradicciones propias del proceso de desarrollo iniciado en 2003, después de casi tres décadas de retroceso económico y social.
Se argumenta que el factor unificador de las distintas protestas individuales es el “estilo” de comunicación del Gobierno, como la estatización de las AFJP, la Asignación Universal por Hijo, la expropiación de YPF, el aumento de los haberes jubilatorios. Además de tener como virtud el efecto sorpresa que ha caracterizado a los últimos años el gobierno de CFK, éste han mejorado sustantivamente las formas de comunicar. No obstante, el “cacerolazo de la gente” exige interrogarse si estamos ante un problema de estilo comunicacional o si es el reflejo de algo mucho más profundo de lo que aparece en la superficie.
Esto retrotrae a una discusión de los años ’70 respecto de los límites estructurales que presentaban los procesos de industrialización de América latina y las formas de superarlos. El modelo actual parte de una estructura productiva fuertemente heterogénea y especializada, en la que los “sectores modernos” no tienen la capacidad de absorber toda la mano de obra sin generar déficit de divisas. Si bien la Argentina había logrado relajar relativamente estas restricciones durante el proceso de industrialización sustitutivo de importaciones de postguerra, la dictadura vino a profundizarlos. Durante veinte años de democracia esta estructura no logró alterarse y se consolidó, manifestándose en un estilo de desarrollo basado en la inserción como exportadores de commodities y en la expansión del consumo de bienes durables y servicios hacia crecientes franjas de población de sectores medios que se integran al sector “moderno” a un ritmo menor al que pueden ser absorbidos como fuerza de trabajo en ese sector, generando expectativas de acceso al consumo suntuario que se ven frustradas.
El problema es que el modelo opera y colisiona con una estructura económica desequilibrada, con elevado grado de transnacionalización y debilidad de un empresariado nacional que tenga el interés de llevar adelante una diversificación de sus negocios más allá de los sectores “blandos” de las actividades financieras, comerciales y de exportación de commodities.
Es claro que el único negocio que permite el modelo es la inversión en proyectos productivos. El Gobierno debería explotar aún más esta línea de acción haciéndola más atractiva para quienes tienen capacidad de ahorro (la zanahoria); mientras que el cambio de mentalidad exige el uso del bastón fiscal (monopolio del Estado), al limitar la venta de dólares sólo para usos legítimos, que hacen a la reproducción de la sociedad en su conjunto y siempre que se cumpla con las obligaciones impositivas.
Como consecuencia, las clases medias/medias altas tienen dificultades para el acceso a las divisas como pretenden, para reproducir su estilo de consumo moderno al mismo tiempo que las clases medias/medias bajas ven frustradas sus expectativas de sumarse al sector moderno como trabajadores y consumidores.
Para una economía que no replica en términos productivos ni tecnológicos ese tipo de consumos, por las características de nuestra estructura económica, las restricciones aparecen no sólo afectando al consumo de los históricos privilegiados, sino que también afectan la expectativa de quienes tienen ingresos medios que pretenden acceder a él.
La heterogeneidad entre los asalariados implica que un modelo de crecimiento basado en una estrategia productiva en bienes de consumo homogéneos, para aprovechar las escalas, genera contradicciones con la pretensión de un consumo sofisticado.
Lo descripto exige una discusión algo más profunda que un simple viraje en el “estilo” comunicacional del Gobierno. Más bien repensar el estilo de desarrollo donde inevitablemente se generan antagonismos dado el carácter dependiente de la inserción internacional de la economía, donde la estructura productiva muestra un grado de especialización inconsistente con la continua diferenciación de los patrones de consumo. Responder para quién, qué y cómo es definir el estilo del desarrollo; si se trata sólo de extender el consumo de bienes durables hacia nuevas capas de clases medias o también se orienta la demanda a las necesidades insatisfechas de carácter social de las franjas populares y medias, como lo son vivienda, salud, educación
* Economista. Director del Centro de Investigación en Economía Política y Comunicación (Ciepyc) de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP. De la nota editorial de Entrelíneas de la Política Económica, octubre 2012 (www.ciepyc.unlp.edu.ar )
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