OPINIóN
› Por Martín Schorr *
El crecimiento industrial en la posconvertibilidad se asoció a una expansión considerable de las exportaciones alentadas durante algunos años por el “dólar alto”, la vigencia de bajos salarios en materia internacional y términos de intercambio favorables. Esto derivó en un salto en el coeficiente medio de exportación del sector, que pasó de alrededor del 15 por ciento a fines de la convertibilidad a casi el 23 por ciento a comienzos de la década de 2010.
Ante la falta de políticas tendientes a propiciar una modificación en la pauta de especialización, se fortaleció un perfil de ventas externas muy volcado a la explotación de ventajas comparativas y a la privilegiada armaduría automotriz, perfil caracterizado por un altísimo grado de concentración. En 2012 las ramas elaboradoras de alimentos, vehículos automotores, sustancias y productos químicos, metales básicos y la refinación de petróleo dieron cuenta del 88 por ciento de las exportaciones fabriles, frente a una participación media del 78 por ciento en la convertibilidad. También vale apuntar que menos de un centenar de grandes corporaciones, en su mayoría extranjeras, dan cuenta del 70 por ciento de las ventas externas totales del sector.
Además, se dio un proceso de sustitución de importaciones acotado en lo cuantitativo y lo cualitativo. Ello, por la existencia de diferentes rigideces estructurales a raíz de las formas que asumió la desarticulación del tejido productivo entre 1976 y 2001, y por los variados sesgos del “fomento productivo” en la posconvertibilidad. De allí que el desempeño manufacturero reciente no logró revertir el cuadro histórico de dependencia tecnológica de la industria argentina, ni su naturaleza trunca. Junto al “salto de nivel” que experimentó el coeficiente importador de la industria vis-à-vis sus registros elevados del decenio de 1990, el cuadro señalado se expresa en el déficit comercial estructural de gran parte de las industrias (sobre todo las de mayor densidad tecnológica), con la salvedad de unas pocas vinculadas con las ventajas comparativas estáticas del país (agroindustrias y, en muy menor grado, metálica básica y curtiembres). Esa suerte de “dualidad estructural” (que a partir de 2007 derivó en saldos comerciales deficitarios en el agregado sectorial, con la excepción de 2009 por los impactos locales de la crisis mundial), es indicativa de que en la última década no se redujo la “divisa-dependencia” característica del sector manufacturero local.
Se manifiesta así una de las “paradojas” del comportamiento fabril reciente: en los últimos años la industria ha sido catalogada como la “locomotora del crecimiento” y el sector dinamizador y ordenador de un “modelo de acumulación con inclusión social”; pero la no reversión de la dependencia tecnológica fortaleció la centralidad estructural y el poder de veto de los grandes proveedores de divisas en la Argentina, cuyo ciclo de acumulación y reproducción ampliada del capital en la esfera productiva gira alrededor de actividades con un bajo (o nulo) grado de industrialización. Estos sectores y los (pocos pero grandes) actores que los controlan resultaron ampliamente favorecidos no sólo en materia estructural, sino también por las intensas transferencias intersectoriales del ingreso que tuvieron lugar tras la “salida devaluatoria” de la convertibilidad, dado el comportamiento de los precios relativos en la economía y dentro del sector manufacturero.
En la última década las cien compañías fabriles más grandes registraron abultados superávit comerciales, mientras que el resto de la industria operó con desequilibrios muy acentuados. Por caso, en 2012 la elite empresaria tuvo un superávit global que orilló los 21.000 millones de dólares y el resto del sector operó con un déficit que superó los 26.000 millones.
Tales heterogeneidades indican que el perfil estructural de la cúpula contrasta marcadamente con el de los restantes segmentos empresarios, que en su mayoría presentan una debilidad manifiesta. Entre otras cosas, ésta se asocia a los rasgos que asumió la desindustrialización en 1976-2001 y a que estos actores desarrollan sus actividades en rubros mucho más expuestos a la competencia de productos importados y presentan diversas dificultades estructurales para sustituir insumos y bienes de capital importados por similares de origen doméstico y/o para exportar. Y en tal escenario deben hacer frente a variados, complejos y adversos “factores de contexto interno” (institucionales, normativos, financieros).
En línea con lo aludido, cabe una breve reflexión adicional sobre el nexo causal que puede establecerse entre la trayectoria de la industria local en la última década y ciertas problemáticas macroeconómicas relevantes y acuciantes, como es la restricción externa.
En la industria de bienes de capital las acciones y las omisiones estatales en diversos frentes han alentado, en su articulación, una serie de procesos de “sustitución inversa” que, en los hechos, han conllevado el desaprovechamiento de la masa crítica existente en el país (que en algunos segmentos es significativa). En un plano similar por sus implicancias se destaca la apuesta del Gobierno por apuntalar el crecimiento fabril a partir de dos rubros fabriles con un elevadísimo componente importado: el sector automotor de armaduría y la electrónica de consumo que se ensambla en Tierra del Fuego (en ambos casos, sobre todo en el primero, se trata de importaciones que, en no pocas ocasiones, también sustituyen producción nacional existente). En 2012 las importaciones realizadas, de conjunto, por estas actividades manufactureras representaron alrededor del 45 por ciento del total de importaciones industriales (de allí la relevancia de los tres sectores en su aporte al déficit comercial). Se trata de cuestiones para nada menores si se considera la reaparición de problemas críticos en el frente externo de la economía.
En su nota del 14/12/13, Alfredo Zaiat señala que uno de los desafíos de la hora pasa por avanzar hacia una “activa participación del Estado en la orientación de la industrialización por sustitución de importaciones con estímulos a las exportaciones”. La concreción exitosa de un planteo de estas características no puede pivotear especialmente alrededor de incentivos macroeconómicos y/o de naturaleza horizontal, ni descansar en un criterio de competitividad focalizado en forma decisiva (si no exclusiva) en el nivel del tipo de cambio real y/o en el aprovechamiento de términos de intercambio favorables. De allí la necesidad de consensuar y poner en práctica políticas industriales activas, coordinadas y de abordaje integral que partan del reconocimiento del “mundo real” y la masa crítica existente, así como de las perspectivas, las potencialidades y las restricciones de los diferentes rubros de la industria que se busque promover.
De lo contrario, la intervención estatal seguirá alentando la “reproducción ampliada” de muchos de los rasgos de la industria argentina (reprimarización de las exportaciones, dependencia tecnológica, poder de veto de los grandes exportadores). Y, por esa vía, reforzará aún más ciertos problemas estructurales que condicionan severamente el manejo de la coyuntura.
* Investigador Conicet, docente UBA y Unsam.
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