MUNDO FINANCIERO › LA CRISIS DE LOS SISTEMAS PREVISIONALES
› Por Carlos Weitz
Los dioses griegos son inmortales. Sin importar el paso del tiempo Apolo nunca perderá su belleza, y Zeus seguirá siendo –por toda la eternidad– un viejito mujeriego y cascarrabias ajeno a las dificultades financieras de los simples mortales. Gracias a su carácter divino, ninguno de estos moradores del Olimpo deberá preocuparse por el efecto de la crisis de la deuda griega del año pasado sobre sus futuros haberes jubilatorios. Sin embargo, para los seres humanos de carne y hueso el panorama es distinto.
Las recientes crisis financieras internacionales han vuelto a dejar al desnudo la debilidad de los sistemas previsionales de gran parte del mundo, producto del creciente envejecimiento de la población. Del lado positivo debe decirse que numerosos intelectuales señalan al aumento de la esperanza de vida (número de años que vive una persona desde que nace hasta que fallece) de los últimos dos siglos como el principal logro colectivo de la humanidad. Los números que respaldan esta afirmación son contundentes. Mientras que la esperanza de vida promedio de la población mundial al nacer se ubicaba alrededor de los 30 años en 1800, el mismo concepto hoy ya supera los 65 años, existiendo obviamente disparidades por región. Así como la esperanza de vida se encuentra por encima de los 70 años en Europa, en Africa no alcanza a los 55 años.
El siglo pasado ha sido testigo de cómo el Estado ha motorizado estos procesos, desarrollando políticas públicas de protección de la población vinculadas con la salud, la educación y los derechos sociales, las que han permitido extender a cientos de millones de personas los beneficios de la modernidad que antiguamente se limitaban a las clases mas acomodadas.
Actualmente, la necesidad de garantizar en forma universal una vejez digna representa uno de los principales desafíos que enfrenta la humanidad, tarea que no se limita exclusivamente a aspectos económicos y financieros sino que abre interrogantes morales, religiosos y culturales respecto a como se compatibiliza en la sociedad moderna vivir mas con vivir mejor. Mientras que en la mayoría de los países se discute constantemente como hacer frente a esta nueva realidad demográfica diseñando fórmulas que permiten financiar mínimamente las prestaciones jubilatorias en el futuro, en algunos casos se observan abordajes originales en lo que hace a esta problemática. Buscando quizá que sean los hijos quienes asuman una mayor cuota de responsabilidad en la ayuda financiera a sus padres, la semana pasada, el diario oficial chino adelantó que en ese país se prepara una reforma legal que contempla castigos para aquellos hijos adultos que no visiten periódicamente a sus padres ancianos. El texto de la reforma de la ley señala que “los familiares no han de ignorar o aislar a los mayores, y deberán visitarlos frecuentemente si no viven bajo el mismo techo”, bajo amenaza de recurrir a los tribunales si no se cumple con esta obligación. Si bien es altamente dudoso el impacto que puede alcanzar una norma que obliga a hijos distraídos u olvidadizos a visitar a sus padres, el cambio legal se da en un país donde la población envejece sin pausa debido a la política del hijo único. Según cifras de 2009, China cuenta con 167 millones de personas mayores de 60 años, muchas de las cuales viven solas, en un país donde los asilos para ancianos son escasos.
La reforma de la ley, según el periódico China Daily, buscaría fortalecer el sistema de seguridad social del gigante asiático que sólo cubre a una pequeña parte de la población, no existiendo redes desarrolladas de asistencia social. El matutino sostiene que el impacto más relevante de la medida quizás sea el de restaurar valores familiares en la sociedad china, que ha pasado de una tradicional veneración hacia los ancianos –herencia del confucionismo–, a condenar al olvido, la miseria y la soledad a muchos de los viejos, producto de una sociedad más individualista y materialista
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