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Cuatro décadas atrás, el movimiento hippie y las protestas contra la guerra de Vietnam signaron toda una generación de estudiantes que pasaron por las universidades estadounidenses. Jóvenes de todo el mundo que poblaron los campus universitarios en esa época de efervescencia retornaron a sus países de origen para ejercer, años más tarde, cargos de máxima responsabilidad política. Entre los innumerables ejemplos se encuentra el de un grupo de estudiantes griegos que compartieron andanzas a comienzos de la década del ’70 en la universidad de Amherst, situada en el estado de Massachusetts.

A esta cofradía pertenecieron Giorgos Papandreu y Antonis Samaras, dos ex compañeros de cuarto que tienen hoy en sus manos el destino de Grecia.

Samaras, líder de la oposición conservadora y nacionalista, viene sosteniendo que el plan de rescate internacional para Grecia basado en aumentar impuestos y reducir salarios y pensiones sólo va a empeorar la situación económica de ese país. Su contrapropuesta de reducir impuestos como forma de recuperar la senda de crecimiento ha sido descalificada por dirigentes de la Unión Europea y del Fondo Monetario Internacional, quienes sostienen que estas iniciativas sólo aumentarían el déficit fiscal griego empeorando aún más la situación del país.

Papandreu, por su parte, preside actualmente el gobierno socialista griego, perteneciendo a una ilustre dinastía política en la que tanto su abuelo como su padre llegaron a ocupar alternativamente el cargo de primer ministro.

A mediados de junio de este año, Papandreu llamó a su amigo y principal adversario político, Samaras, para proponerle formar un “gobierno de salvación nacional”. En esas charlas, Papandreu le sugirió a su ex compañero de cuarto avanzar en un pacto bipartidista que pudiera sostener las impopulares medidas de austeridad tomadas por el gobierno griego para seguir recibiendo ayuda internacional y evitar el impago de su deuda. En respuesta a esa llamada, Samaras le pidió a su amigo que renunciara. Las posiciones opuestas de los dos líderes respecto de cómo enfrentar la crisis hicieron que las conversaciones fracasaran, acelerando la desconfianza y adelantando el anuncio del nuevo paquete de rescate financiero europeo para Grecia lanzado el pasado 21 de julio.

Desde que se iniciaron las turbulencias, a principios del año pasado, Papandreu se ha alineado con la estrategia de Europa, aceptando las condiciones impuestas para brindarle apoyo financiero al país, instrumentando medidas que han generado fuertes tensiones sociales. El desempleo griego ha escalado hasta el 16 por ciento, el doble del nivel previo a la crisis, alcanzando a la clase media, que ha empezado a sumarse a las protestas callejeras antes monopolizadas por los sindicalistas.

Tanto Papandreu en Grecia como Rodríguez Zapatero en España han quedado prisioneros de una cruel burla del destino: ser responsables, juntos con los partidos de izquierda que lideran, de llevar adelante ajustes económicos que han debilitado el crecimiento y el nivel de empleo en sus respectivos países, asumiendo fuertes costos políticos. Mientras tanto, los líderes conservadores de estos países han aprovechado esta situación paradójica para tomar distancia, preparándose para heredar el poder en un clima de creciente malestar social. El mes pasado, en un discurso ante la Internacional Socialista que preside, el primer ministro griego justificó el accionar de su gobierno, señalando: “Hemos tomado decisiones difíciles, decisiones patrióticas, socialmente necesarias para salvar los salarios y evitar la quiebra de las pequeñas y medianas empresas”. Más allá de las declaraciones públicas, un artículo publicado en The Wall Street Journal esta semana brinde alguna luz respecto de lo que siente el atribulado Papandreu en su fuero íntimo frente a esta dura coyuntura. Recordando sus años juveniles donde campeaba el “flower power”, Papandreu le confesó a su hermano Nick que si pudiera tomarse un respiro de la política griega le gustaría salir a hacer dedo con su guitarra al hombro

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