MITOS ECONóMICOS › DIVISIóN INTERNACIONAL DEL TRABAJO
› Por Andrés Asiain
La teoría económica ortodoxa considera que cada economía tiene una determinada “frontera de posibilidades de producción”. Esa línea fronteriza indica las cantidades máximas de diferentes bienes que puede producir dadas sus capacidades tecnológicas, recursos naturales, de trabajo y de maquinaria de que dispone. Los países con abundantes recursos naturales y poca mano de obra y maquinaria tienen posibilidades de producir gran cantidad de materias primas y relativamente pocos bienes industriales. En cambio, los países donde abunda la mano de obra y las máquinas-herramientas, pero hay escasos recursos naturales tienen posibilidad de producir mayor cantidad de bienes industriales en relación con las materias primas.
Comparando esas diversas posibilidades de producción con los precios de los bienes primarios e industriales en el mercado mundial, a cada país le convendrá especializarse en producir aquellos bie-nes en los que se encuentra mejor dotado productivamente, importando del exterior los productos para los cuales dispone de menores posibilidades productivas. El resultado de esa división internacional del trabajo hará que cada país disfrute de consumir la mayor cantidad de bienes y servicios en relación con sus posibilidades productivas, generando el máximo bienestar entre sus habitantes.
Un aspecto que no considera la teoría ortodoxa es el origen de los factores productivos y la tecnología que hacen a las posibilidades de producción de cada economía. Si bien los recursos naturales son obra de la naturaleza (no así su explotación), no lo son el desarrollo tecnológico, la disponibilidad de maquinaria y la disponibilidad de mano de obra. El manejo de las diversas tecnologías y la posibilidad de fabricar maquinarias es un proceso que lleva tiempo y depende en gran parte de la especialización productiva que desarrolle una determinada economía. Difícilmente un país que se dedique a explotar sus recursos naturales con maquinarias y tecnologías importadas llegue algún día a desarrollarlas localmente. Mucho menos las tecnologías y maquinarias asociadas a producciones que ni siquiera realiza.
El nivel de población trabajadora de una nación tampoco es independiente de su matriz productiva. Los países que se especializan en producciones que requieren empleo abundante y bien remunerado atraen inmigrantes del resto del mundo, incrementando su población en edad de trabajar. En cambio, los países que se especializan en producir bienes y servicios que generan poco empleo y mal pago tienden a expulsar a su propia población, que emigra al exterior en búsqueda de mejores oportunidades.
Un ejemplo del daño económico que puede generar la aplicación de políticas basadas en el concepto ortodoxo de frontera de posibilidades de producción es el de Argentina en los años ‘90. La política de apertura comercial puso a competir de igual a igual a la industria nacional con la de los países de más avanzado desarrollo. La consecuencia fue el masivo cierre de fábricas que transformó lo que antes eran fábricas en galpones abandonados, maquinarias productivas en hierros viejos, y obreros calificados en desocupados o empleados de baja calificación.
Es decir, generó una destrucción de factores productivos que redujo nuestras posibilidades de producción y provocó el empobrecimiento masivo de la población. Acorralados por la falta de oportunidades, muchos argentinos buscaron las promesas de bienestar de la ortodoxia económica, agolpándose en Ezeiza para emigrar al exterior.
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