MITOS ECONóMICOS › ESPECULACIóN INMOBILIARIA
› Por Andrés Asiain
El congelamiento de los alquileres en un contexto inflacionario, los impuestos a terrenos y viviendas vacías, protecciones contra el desalojo arbitrario de inquilinos que había impuesto el peronismo a mediados del siglo pasado, fueron quitando atractivo a la acumulación de propiedades como instrumento de ahorro. La consecuencia fue el abaratamiento de los terrenos y propiedades al punto que en los concursos televisivos, los departamentos llegaron a ocupar el segundo lugar detrás del automóvil en el orden de los premios.
Lejos de pinchar el negocio de la construcción, éste floreció gracias al impulso que generó la baratura de los terrenos en el crédito hipotecario, la autoconstrucción, la política pública de construcción de viviendas y los desarrollos inmobiliarios destinados al usufructuario final de la vivienda. El número de propietarios de su vivienda pasó del 37,3 por ciento en 1947 al 57,5 por ciento en 1960 según datos censales recopilados por Oscar Yujnovsky. El que haya aumentado el porcentaje de propietarios en una población creciente es indicio de que la oferta de viviendas acompañó la demanda.
Desde que la dictadura militar eliminó los últimos vestigios de regulaciones sobre el mercado inmobiliario, la vivienda se fue convirtiendo cada vez menos en un derecho y cada vez más en un activo de inversión para sectores acomodados de la población. La elevada inflación, devaluaciones, cesaciones de pagos y confiscaciones de depósitos que signaron la historia económica de las últimas décadas, las transformó en un refugio de ahorro junto a la divisa. Esa es la razón por la cual cotiza en dólares un bien cuya producción se realiza con mano de obra, materiales y en tierras argentinas.
La acumulación de propiedades por sectores acaudalados incrementó su precio por encima de las posibilidades de acceso de una familia trabajadora. La especulación inmobiliaria se evidencia en el hecho de que mientras 1.698.330 hogares precisan una vivienda nueva, 2.494.618 de casas y departamentos están deshabitados y mantenidos por sus propietarios fuera del mercado según el último censo.
El colmo de la concepción de la vivienda como un activo financiero se encuentra en una reciente nota del diario La Nación titulada “Comprar o alquilar”, donde un especialista en finanzas personales recomienda a quien tiene la plata como para comprar su vivienda propia, que mejor es que viva alquilando e invierta en un mix de bonos y acciones cuyo rendimiento alcanza para pagar el alquiler y sobra para cubrir expensas y tarifas de servicios públicos.
El análisis no contempla las comisiones, adelantos y riesgo de fin anticipado de los contratos de alquiler. Aún más grave para un aparente especialista en análisis financiero, no incorpora un análisis de riesgo que considere la mayor volatilidad del valor de las acciones y bonos respecto a la vivienda. Pero aún más fundamental, no tiene en cuenta el mayor riesgo para un no propietario: que una crisis económica lo deje en la calle utilizando los comprobantes de tenencia de bonos y acciones como abrigo de papel, hábilmente introducido debajo de la ropa para retener el calor del cuerpo en las frías noches de invierno.
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