LA ADMINISTRACION BUSH Y LOS FRAUDES EMPRESARIOS
El problema de credibilidad
al interior de la economía norteamericana es de extrema gravedad. Un
sistema montado sobre la promoción de los valores de las grandes corporaciones
cuanto más grandes mejor se resquebraja al descubrir los
balances falsos con que no sólo nuevos gigantes como WorldCom o Enron
estafaron a mansalva a sus accionistas, sino también nombres tan tradicionales
como Xerox o Merck. La sociedad del país más poderoso de la Tierra
ya consideraba como un hecho natural que votara menos del 50 por ciento de la
población; que los cargos políticos pasaron de padres a hijos;
que un diputado o senador fuera lobbista activo de intereses privados. Vale
decir: la sociedad americana hace tiempo que es cínica respecto de la
política, en parte porque tiene transferidas sus expectativas de progreso
al sueño americano de la libre iniciativa, de la cual los grandes corporaciones,
con millones de accionistas, son la expresión cumbre. Hoy queda claro
una vez más que el poder concentrado no tiene equilibrio.
Necesita quien lo equilibre en nombre del interés general. Ese no es
otro que el Estado.
Pero ese Estado debe poder explicar primero qué tuvo que ver Dick Cheney
actual vicepresidente de los Estados Unidos con el hecho que Halliburton,
empresa con la que se vinculó desde hace cinco años, pasara de
tener 100 millones en créditos subsidiados para exportar a 1500 millones.
O cómo saltó de tener contratos con el gobierno por 1200 millones
en el lustro anterior a 2300 millones en el último lustro.
Es por todo esto que los congresales americanos se apretujan para presentar
iniciativas de mayor regulación pública sobre los negocios. El
Senado aprobó por 97 a cero una ley para duplicar los años de
cárcel para cierto tipo de fraudes. Bush pidió 100 millones para
reforzar la Comisión de Valores. Los presidentes de sociedades serán
personalmente responsables por la certificación de estados financieros.
Los demócratas reclaman una ley que establezca que las firmas auditoras
no puedan ser consultoras del mismo cliente. Otro proyecto prevé obligar
a las compañías que cambien sus auditores cada cinco años
como máximo. Y esto es sólo el comienzo. Con el estilo solemne
de las epopeyas, Bush ha dicho: Mi administración dará fin
a los días de cocinar los libros de contabilidad, esconder la verdad
y quebrantar nuestras leyes.
Mientras tanto, los representantes del mismo sistema de negocios, pero en los
países periféricos, buscan salvar sus agotados negocios antes
que restablecer la confianza de los inversores: evitar la búsqueda de
mecanismos más transparentes; trasladar pérdidas al sector público.
Seguramente es lo mismo que privadamente intentan en el Norte. La enorme diferencia
es que aquí lo hacen avalados por el FMI y allá hasta el último
aprendiz de político corre a señalar que está en contra
de esas prácticas.
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